Opinión: OPIN-01 Se abre un necesario debate educativo

En la ciudad de Buenos Aires, las autoridades educativas han comenzado a deliberar acerca de la disciplina en los colegios secundarios. El tema es complicado y genera razonables suspicacias. Para muchos, la palabra disciplina se relaciona con autoritarismo, sanciones injustas y discriminación de los adolescentes. Las propias autoridades de la ciudad de Buenos Aires se han preocupado por advertir sobre estos riesgos. Para el caso que nos ocupa, el concepto de disciplina se relaciona con la convivencia civilizada y la difícil e inestable relación entre deberes y derechos o entre libertad y responsabilidad.

En tiempos no tan lejanos, las inconductas se resolvían exclusivamente por la vía de la sanción. El concepto mismo adquiría connotaciones militares. Años de intervención castrense en la vida pública justificaban estos prejuicios. La disciplina en los colegios se relacionaba con las célebres amonestaciones, una visión autoritaria y administrativa del orden.

El estudiante entonces podía ser expulsado del colegio y la institución como tal se desentendía de su destino. Hoy se sabe que en el caso particular de la enseñanza media las autoridades educativas no pueden ni deben asumir esa actitud. Los docentes y los funcionarios educativos son responsables de la educación de los adolescentes. Esa responsabilidad se hace extensiva por supuesto a los padres.

La saludable reacción contra el autoritarismo en la educación produjo un desfasaje hacia el otro polo de la contradicción. Movilizados en más de un caso por las mejores intenciones, se llegó a postular la absoluta libertad del adolescente, lo que conlleva la pérdida de autoridad de los docentes. La aplicación de esta concepción, al comienzo puede haber oxigenado al sistema, pero en el mediano plazo empezaron a aparecer los problemas.

La indisciplina, y a veces la barbarie, se enseñorearon en los colegios y la institución asistió impotente a estos desbordes. Los episodios de violencia escolar se generalizaron. Agresiones, discriminación, agravios a los docentes dejaron de ser una anécdota para trasformarse en una constante.

Llegó un momento en que la propia sociedad, los padres de los adolescentes empezaron a reclamar medidas correctivas. No se trata de retornar a regímenes opresivos reñidos con los avances pedagógicos y culturales, sino de encontrar el equilibrio perdido entre la libertad y la responsabilidad o entre los deberes y los derechos.

Las decisiones que se han tomado en Buenos Aires no desconocen a los centros de estudiantes y a los comités de convivencia. Lo que hace es colocarlos en su lugar. Las autoridades que deciden y convocan son los rectores y los docentes. Se supone que los alumnos van a un colegio a aprender y a capacitarse y a esa capacitación la brindan los profesores que sostienen con los estudiantes una relación de diálogo que nunca puede confundirse con el igualitarismo. En definitiva, lo que se intenta recuperar es la noción de jerarquía y disciplina.

Sería deseable que el debate abierto en la ciudad de Buenos Aires se extienda a nuestra provincia. El camino no es sencillo, los cambios a hacer son trascendentes, pero la educación de los jóvenes justifica el esfuerzo.