Opinión: OPIN-01 China y Occidente

Se sabe que los grandes acontecimientos deportivos suelen ser manipulables políticamente. Los griegos, fundadores de las Olimpíadas, sabían muy bien de estas verdades. Las fiestas se realizaban para negociar la paz o establecer la tregua. En el camino se negociaban intereses. En el siglo veinte, las Olimpíadas siempre estuvieron conectadas con la política, a veces como tragedia, en la mayoría de los casos como propaganda. El ejemplo más elocuente lo brindan las Olimpíadas de Berlín de 1936 organizadas por los nazis para difundir las virtudes del régimen y "normalizarlo" ante la opinión pública internacional. De más está decir que el objetivo fue logrado.

En 1970, en las Olimpíadas que también se celebraron en Alemania, una banda terrorista palestina asesinó a atletas de Israel. La masacre se consumó como represalia por la muerte de palestinos en el célebre "Septiembre negro". La cruel paradoja de todo esto es que los palestinos fueron asesinados por los jordanos, no por los judíos, pero ideológicamente importaba más la propaganda antisionista que la verdad. Sobre las recientes Olimpíadas en Beijing hay coincidencia en admitir que fueron un extraordinario espectáculo, una fabulosa puesta en escena que permitió presentar China como una gran potencia. El más famoso director de cine de China, Zhang Yimou fue el encargado de organizar la formidable fiesta. Yimou cumplió un rol semejante al que en 1936 cumpliera Lili Riesenhal, la gran cineasta del nazismo.

En el caso de las Olimpíadas de Beijing, instituciones de derechos humanos insistieron en denunciar al régimen chino por sus atropellos a las libertades. Su prédica fue estéril. Con descarnado sentido de la oportunidad, los jefes de Estado prefirieron mirar para otro lado o, exhibiendo una notable dosis de oportunismo, optaron por alentar algunas tímidas denuncias al régimen cuando concluyó la fiesta.

El escritor Carlos Fuentes señala que estas Olimpíadas instalan a China como gran potencia poniendo punto final al breve unilateralismo norteamericano. En la misma línea ubica a la Rusia de Putin con sus aspiraciones autoritarias de gran potencia en la tradición de los zares y Stalin. La hipótesis merece debatirse en los matices, pero en sus líneas generales parece acertada.

Lo curioso es que estas dos grandes potencias emergentes expresaron en el siglo veinte el ensayo totalitario más eficaz de su tiempo. China y Rusia llevaron adelante el experimento conocido como "el socialismo real", un modelo primitivo y salvaje de acumulación económica que constituyó la primera etapa del capitalismo y no su superación como decían sus propagandistas. Hoy estos países exhiben los índices de crecimiento de las grandes potencias industriales sin ninguno de sus beneficios políticos y culturales. Entre el viejo comunismo y el moderno capitalismo, lo que se mantiene vigente tanto en China como en Rusia es el autoritarismo político y la consiguiente limitación de las libertades.

Entre tanto, las grandes potencias de Occidente admiten que mucho no pueden hacer porque se trata de Estados poderosos y porque, además, constituyen mercados con los que se pueden realizar excelentes negocios.