Opinión: OPIN-05
La vuelta al mundo
La candidatura de Obama
Perfil de un candidato. Obama ya es reconocible con sólo ver su silueta. No es poco para un político. Foto: AFP.

Rogelio Alaniz

Hace cincuenta años, una negra protagonizaba un escándalo político en Atlanta al negarse a ceder el asiento del colectivo a un blanco. Ante tan modesta reivindicación y un escándalo tan grande, nadie hubiera pensado que en un plazo histórico breve un negro, o un descendiente de negros, o un mulato, podía llegar a ser candidato a presidente de los Estados Unidos.

El dato merece mencionarse, porque pone en evidencia que en EE.UU. las oportunidades siempre están abiertas y que, con más o menos esfuerzo, el sueño americano de una nación grande para todos tiende a realizarse. La clave que permite explicar por qué en los Estados Unidos cada tantos años suceden estas cosas, reside en el funcionamiento mismo del sistema, de ese sistema ideado por los Padres Fundadores hace más de doscientos años y que sigue siendo uno de los modelos más eficientes de democracia política.

Barack Obama se presenta como el heredero de Roosevelt y Kennedy. No es una ambición menor. Se trata de los dos presidentes que lograron adhesiones populares más fuertes y que en el imaginario político están instalados como los presidentes que lograron movilizar a la sociedad a favor de ideales de justicia y libertad. Su otro referente, al que los electores relacionan inmediatamente con él es Martin Luther King, el mártir negro que le propuso a la nación la posibilidad de concretar un sueño.

Sería arriesgado anticipar que Obama será el nuevo presidente de Estados Unidos. Por el momento se postula como el candidato que expresa el cambio, un cambio que se inscribe en una tradición demócrata que es la que más satisfacciones le ha dado a este partido.

El de Denver fue el acto de un candidato ganador. Allí hablaron Hillary y Edward Kennedy. Ambos dieron el apoyo a Obama, pero sobre todo a este desafío de los demócratas de movilizar a la sociedad para hacer una nación más justa. En la misma asamblea habló Michelle Robinson, la esposa del candidato, una mujer que más de un periodista intentó comparar con Jacqueline Kennedy, aunque a mi modesto juicio en la comparación la que sale perdiendo es Michelle, que en muchos puntos es muy superior a la célebre viuda, luego casada con el famoso "griego de oro".

Si en estas elecciones votaran todos los ciudadanos del mundo, la candidatura de Obama estaría asegurada. El problema con Estados Unidos es que los candidatos que le gustan al mundo no son los que los norteamericanos suelen elegir. Así pasó en las dos elecciones pasadas, cuando la opinión pública internacional festejaba por adelantado la derrota de Bush y los electores norteamericanos derramaron un balde de agua fría sobre esas esperanzas.

Hoy hay buenos motivos para pensar que ese divorcio puede transformarse en una reconciliación. Por el momento, las encuestas dicen que Obama sigue aventajando a McCain, ventaja que se amplió después de la convención demócrata. Es verdad que los resultados electorales se definen el día de las votaciones y no antes, pero atendiendo a la agresividad de la campaña republicana y a los esfuerzos de McCain por distanciarse de Bush, todo hace pensar que Obama va adelante y que si no hay sorpresas desagradables en el camino, puede ser el nuevo huésped de la Casa Blanca.

Los republicanos le imputan carecer de experiencia internacional. Algo parecido se decía de Kennedy. Pero si hubo un político que ignoraba lo que pasaba en el mundo cuando llegó a la presidencia, ese político es George W. Bush. Después, los acontecimientos lo obligaron a enterarse y, como consecuencia de ello, decidió la intervención militar a Irak. Si el aprendizaje de política internacional es el que exhibe Bush, está claro que, para el bien de la humanidad y el bien de los propios yankis, conviene seguir manteniendo una versión aldeana de la política.

También se le reprocha a Obama ser elitista. Es asombroso. Obama y su mujer vienen de abajo. Provienen de hogares humildes y en algún momento vieron de cerca el rostro descarnado de la pobreza. Ocurre que para el típico conservador yanqui, el intelectual egresado de la universidad, que dispone de una amplia cultura humanista y seduce con el lenguaje, es un elitista que merece la mayor de las desconfianzas. Hoover, el siniestro ex jefe del FBI, lo acusaba a Kennedy de comunista y de niño bien, de intelectual y buen mozo. Para Hoover, cada uno de esos adjetivos era portador de contenidos negativos y, por supuesto, no había ninguna contradicción entre ser comunista y niño bien.

Algo parecido piensan hoy de Obama los halcones republicanos. Que él y su mujer sean egresados de universidades prestigiosas no es una virtud, sino un motivo de sospecha. También lo es que sea negro. O que no tenga ojos azules, cabellos rubios y piel blanca. Sobre el tema racial, oficialmente no van a decir una palabra, pero la legión de periodistas "basura" que trabajarán para ellos se encargarán de repartir estos prejuicios entre las barriadas populares, en donde curiosamente el racismo penetra con más profundidad.

No es casualidad que el electorado más reacio a votar a Obama provenga de esa clase social que el personaje de la película "Misissipi en llamas" calificó con certeza como la de los blancos pobres, los más resentidos y los que suelen estar más dispuestos a integrar grupos de choque racistas, porque al decir de Gene Hackman, jamás se pueden perdonar que un negro sea más que ellos.

Se supone que el amplio electorado negro votará por el candidato demócrata. Habitualmente los negros se abstienen en las elecciones generales. En este caso, una amplia franja de ellos van a ir a las urnas para votar por Obama. Los ideólogos radicalizados de la causa negra advierten sobre las dudosas credenciales de negritud de Obama. Dicen que no es negro, sino mulato, cosa que es cierta. También dicen que expresa a los negros exitosos, a los negros que despectivamente se los califica como "Tío Tom" en referencia a la célebre novela, en la que los esclavos se comportan de manera servil con sus amos.

Recuerdo que hace treinta años, o algo más, estos mismos negros se movilizaron en contra de una famosa película interpretada por Katherine Hepburn, Spencer Tracy y Sydney Poitier. La película se llamaba "¿Sabes quién viene a cenar?", y trataba del noviazgo de la hija de un matrimonio liberal con un negro. Los "Panteras negras" protestaban porque el negro interpretado por Poitier no tenía nada que ver con ellos. En efecto, Poitier en la película es un profesional culto, encantador y buen mozo. "El negro que los blancos quieren", dirán los Panteras.

Obama, en este sentido, se parece más a Poitier que a Malcolm X, el líder de la causa negra radicalizada. ¿Hay algo de malo en eso? Da la impresión de que hoy la sociedad norteamericana no tiene ninguna observación que hacer a un negro que expresa precisamente aquellos ideales de movilidad social e integración, por la que han luchado durante generaciones millones de negros. Que Obama no es Malcom X es evidente y diría que, además, está muy bien que no sea Malcolm X, entre otras cosas porque los votantes no aceptarían a un candidato de esas características.

El otro acierto de Obama es el de haber logrado movilizar por primera vez en muchos años a la juventud detrás de su propuesta. Los republicanos dicen que Obama sólo sabe hablar bien. Para un viejo conservador yanqui hablar lindo es siempre motivo de sospecha. Los conservadores de rancia estirpe no hablan, hacen y atribuyen al liberalismo y sus perversidades esa tendencia a seducir a través de la demagogia a los electores incautos y crédulos.

Lo que nunca se dice en estos casos es qué significa hablar "lindo". Que el discurso de un candidato entusiasme a amplios sectores sociales no es un tema menor. Un buen discurso es aquel que logra interpretar y movilizar las aspiraciones de una sociedad en una coyuntura determinada. Obama lo hizo. No hay señales hasta el momento de que McCain esté en condiciones de hacerlo.