Opinión: OPIN-01 Retroceso de la universidad pública argentina en el mundo

Los rankings universitarios más importantes del mundo califican a las universidades argentinas muy por debajo de los niveles aceptables. Los recientes informes de la Universidad Jiao Tong de Hawai y del suplemento de educación superior del diario The Times fortalecen esa tendencia. Los primeros puestos los tienen las universidades de Estados Unidos y Gran Bretaña, entre las que merecen destacarse Yale, Stanford, Harvard , Cambridge y Oxford.

Lo grave, en cualquier caso, no es tanto la mala calificación de nuestras casas de estudios superiores como el hecho de que en los últimos años es visible nuestro retroceso comparativo. Las universidades argentinas no sólo pierden en calidad respecto de sus similares europeas y de los EE.UU.; también son superadas por las universidades de México y Brasil. Por este camino, es muy probable que en poco tiempo Chile y Uruguay nos saquen ventajas. De hecho ya lo están haciendo.

Esta información a las autoridades educativas argentinas y a las propias autoridades universitarias pareciera que no les dice nada. Todo se reduce a administrar la crisis y, a veces, ni siquiera eso.

Por otra parte, da la impresión de que los legisladores están más interesados en hacer lobby para crear universidades sin recursos y sin calidad académica que en mejorar las ya existentes. También en este campo la demagogia y el clientelismo hacen estragos.

Hace cincuenta años estos datos hubieran sido inconcebibles. Las universidades argentinas eran por lejos las más prestigiadas de América Latina. La UBA ejercía su liderazgo sin competencia a la vista. Nuestra Universidad Nacional del Litoral contaba con institutos y facultades cuyo prestigios eran reconocidos en todo el continente. Lo mismo podía decirse de las universidades de Tucumán y Córdoba, por no mencionar la jerarquía del Instituto Balseiro.

La tristemente célebre "noche de los bastones largos" y las cesantías decididas por la última dictadura militar, le asestaron un mazazo demoledor a la universidad pública. Los datos son elocuentes: cierre de institutos de valor estratégico y apertura indiscriminada de carreras, cesantías de docentes, reducción de recursos presupuestarios. Con la llegada de la democracia, las universidades iniciaron un período de recuperación que se expresó en una amplia democratización política cuyos efectos lamentablemente no se hicieron notar con la misma intensidad en el ámbito académico.

A ello hubo que sumarle la presencia de un movimiento estudiantil que desde las tradicionales posiciones reformistas fue girando hacia un izquierdismo inconducente y degradante, siendo en la actualidad más un factor retardatario que de progreso. Asimismo, la presencia de un activismo docente irresponsable y alejado de genuinas preocupaciones académicas cierra el círculo que asfixia a nuestras universidades.

Por lo tanto, los resultados no deberían sorprender. Más allá de los esfuerzos de algunos funcionarios y docentes, da la impresión de que no hay sectores representativos interesados en modificar esta realidad. La decadencia es un hecho y, por un motivo u otro los argentinos nos hemos resignado a convivir con ella.