Debemos pensar en qué sociedad queremos vivir. Una sociedad armada es una sociedad dispuesta a matar, que ha perdido la posibilidad de resolver sus conflictos de manera pacífica. Cuando la ciudadanía se arma para proveerse de seguridad, la situación es doblemente grave. Grave porque se eligen soluciones individuales para arreglar problemas colectivos, en lugar de presionar al Estado para que se haga cargo de sus obligaciones. Y grave porque se va instalando en nuestros jóvenes la idea de que los problemas sociales se arreglan con armas. De hecho, el 50% de las muertes por armas de fuego no ocurren en ocasión de robo sino en conflictos interpersonales (violencia familiar, peleas y ajustes de cuentas). Estos datos muestran que los comportamientos violentos están asociados a las armas.

Por eso estamos convencidos de que el desarme sirve para evitar accidentes y esencialmente para desterrar modelos violentos de actuar, que de tanto justificar, ya nos parecen naturales. Felizmente muchos ciudadanos coinciden con este criterio. Prueba de ello son las 94.000 armas recolectadas con el Plan de Canje Voluntario. Tenemos que elegir: armar la sociedad, aceptando como normal las formas violentas de resolución de conflictos, o desarmar la sociedad y buscar alternativas pacíficas, y paralelamente, exigir al Estado el desarrollo de una política pública en relación a las armas que sea sostenida en el tiempo y que contemple estrategias de prevención, de control del mercado legal y de persecución de las armas ilegales. La decisión es nuestra.

(*) Padre de Alfredo Marcenac, asesinado el 6 de julio de 2006.