Todos los padres coinciden en que la adolescencia es una de las etapas más difíciles de la relación con sus hijos. Son años complicados, de cambio, en los que tanto los jóvenes como los adultos están desconcertados y no saben encontrar su lugar: los primeros porque no saben lo que quieren, los segundos porque no les entienden y sienten que pierden el control de la situación.
Muchos progenitores sienten que sus dulces y tiernos "pequeños", con los que hasta hace poco compartían tan buenos momentos y que los acompañaban con gusto a todas partes sin quejarse, disfrutando "con cualquier cosa", son ahora "otros". Se han convertido en seres casi desconocidos a los cuales son incapaces de entender y con los que apenas pueden comunicarse.
Sus hijos están dejando atrás la infancia y se comportan de forma extraña e imprevisible. No escuchan a los mayores o les contestan de forma airada, cambian de humor continuamente sin motivo aparente, se pasan horas encerrados en su habitación, no atienden a las sugerencias ni obedecen las instrucciones. Viven en otro mundo.
Ante este desolador panorama muchos padres, a veces, están a punto de claudicar, de "tirar la toalla". Ya no tienen fuerzas para seguir luchando con sus hijos. Se sienten tentados de abandonar el campo de batalla en que se ha convertido su familia, aunque sea en condición de "derrotados".
Los psicólogos alientan a los padres a seguir adelante. "Aunque no lo parezca, es posible llevarse bien con un adolescente y afrontar los problemas de su pubertad", señalan. Sólo hay que "darles un buen ejemplo" y seguir algunas sencillas estrategias destinadas a fomentar el amor, el entendimiento y la comunicación.
Algunas de las consignas que recomiendan los expertos son:
textos de María Jesús Ribas.