Opinión: OPIN-05 El gran negocio de los más grandes

Leonardo Simoniello

 Espasmódica y recurrentemente vuelve a los medios de comunicación el problema de la noche: cuando ocurren hechos en donde se ven involucrados los jóvenes o las actividades en la que éstos participan. Foto: Archivo El Litoral

Espasmódica y recurrentemente vuelven a los análisis temas como el alcohol, las drogas, los excesos y un modelo cultural nuevo y para muchos de nosotros inentendible. Y las responsabilidades absolutas vuelven a caer como un plomo en este sector etáreo y, en todo caso se diluyen rápidamente en quienes a nuestro modo de ver son (o somos) los verdaderos responsables de las cosas que ocurren.

¿Es acaso éste un mundo organizado por los jóvenes? ¿Ellos son los dueños de los intereses económicos que juegan con un mercado de consumo cada vez más competitivo? ¿Son ellos quienes gerencian la políticas comerciales de los medios de comunicación? ¿Son ellos los responsables de garantizar límites y controles? Evidentemente no.

Evidentemente, las actividades de los más chicos son un inagotable insumo para el negocio de los más grandes (o mayores).

El simple hecho de haberse promocionado un sorteo de cirugía estética en un boliche no hace más que corroborar que en esta carrera de excesos, quienes pretendemos otros modelos, llegamos realmente tarde. A nadie debería llamarle la atención que esto ocurra, ya que los límites se han sobrepasado hace tiempo, porque desde hace tiempo hemos dejado de poner límites. Y lo que venga será la consecuencia de la astucia o audacia mercantilista de quienes manejan, como en este caso, la noche de los jóvenes.

Falacias

Es necesario entender que hoy los jóvenes sólo pueden divertirse dentro de las propuestas que el mercado impone, que el Estado permite y que la sociedad adulta en su conjunto observa y muchas veces justifica.

Se ha contribuido largamente en este último tiempo a crear falacias en torno a las funciones del mercado y sus mecanismos. Decimos que debemos controlar el consumo de alcohol en la juventud y la adolescencia, hacemos énfasis en el joven como consumidor excesivo pero pretendemos ocultar la incidencia y la responsabilidad social de los sectores del mercado que presionan para incrementar el consumo.

En medio de este comportamiento esquizofrénico de la sociedad adulta, dirigencial, aparecen además, los mecanismos del conflicto generacional. Creemos que cuanto más cerca de la justificación nos paremos, más cerca de la solución del conflicto estaremos. Claro está que esto diluye nuestras responsabilidades.

Sabemos que los adolescentes son ruidosos, impulsivos, desordenados, desafiantes, inestables, ansiosos. Su condición evolutiva los hace, muchas veces, objetos de acusaciones abusivas, cargadas de injusticia y útiles para evitar el esfuerzo de análisis más profundos.

¿A quién beneficia?

Tal vez deberíamos preguntarnos hasta dónde llega el derecho a la libertad para divertirse y hasta dónde las imposiciones culturales, que han fabricado un extraordinario negocio.

La falta de control ¿a quién beneficia? Evidentemente, cuando no existen mecanismos ágiles, eficientes y transparentes, fundamentalmente en actividades privadas, todo entra en un terreno de caos, incertidumbre y corrupción, que se incrementa en la medida en que los controles se van degradando y el mercado va avanzando en ofertas generalmente nocivas para nuestros jóvenes y adolescentes, muy a pesar de las normas existentes (horarios de boliches, venta de bebidas alcohólicas a menores de edad, promoción y venta de bebidas prohibidas como los energizantes, etc.).

Todo es elástico. Todo parece un pantano sin cauce ni curso. Todo es en función de su felicidad y sus tan reconocidos y muchas veces exaltados derechos.

Pero en un lugar absolutamente privilegiado están las felicidades y los derechos de los grandes. Que lucran con la vida, el desarrollo, las costumbres y las necesidades de nuestros más chicos. Y es ahí en donde hay que poner los límites.

Un empresario de la noche que vende alcohol y energizantes a menores es considerado un tipo normal que sólo hace su negocio. Y la responsabilidad ante esa falta es del Estado. Un empresario que organiza "eventos", cerrando las griferías de agua u organizando "after", no llama la atención ni la reprobación.

Son todos grandes, son todos mayores muchas veces insolventes. Pero la culpa es de los jóvenes.

No pretende ser ésta una defensa a ciegas de la actitud cultural en la que se encuentran nuestros chicos. Pero sepamos que detrás de todo esto está el negocio de los más grandes.