Opinión: OPIN-02 Locos por el cine

Sara Zapata Valeije

Al final de la década del "40 los chicos de Santa Fe teníamos una función a nuestra medida en el cine Ideal. Los domingos a las 10 de la mañana proyectaban dibujos animados, algunos cortometrajes instructivos pero amenos, cómicas de "Los tres chiflados" y de "El gordo y el flaco", y otras que disfrutábamos sin considerarlas obras de arte. Eran las de Chaplin y de alguien más a quien presté atención gracias al informe previo de mi casa: Buster Keaton, que nos hacía sonreír a pesar de la melancólica cara impasible con que disimulaba las destrezas corporales de sus gags. El diseño del interior del cine era precioso: instalaciones de luz difusa, un suntuoso telón de pana bordó, un gran arco iris de neón en la boca del escenario.

A pesar de mis ocho años, al cine Ideal iba sin compañía, no sólo porque mi casa quedaba cerca sino porque mis dos hermanas eran demasiado chicas y mi primo, con cinco años más, no se interesaba en niñerías. Y ahí estaba lo bueno, porque le gustaba ir con varios chicos amigos al cine Doré íy ni él tenía problemas en llevarme, ni en mi casa, en dejarme ir! El cine Doré era lo opuesto al Ideal, un cine "de canillitas" como se decía, y la cosa era bien literal. Había que buscar una ubicación estratégica, porque los de la platea alta escupían a los de abajo; en los intervalos vendían gaseosas y en cuanto empezaba la película siguiente, lo primero que se oía eran las botellas rodando por el pasillo; de tanto en tanto se olía el tabaco que algún chico fumaba más o menos a escondidas.

Creo que en ese cine la única nena era yo: invisible, inaudible, para que me toleraran mi primo y sus amigos. Allí daban películas de vaqueros, algunas con el suspenso serial del "continuará" antes de que el protagonista se desplomara por el precipicio, y unas pocas de terror, bastante ingenuo en aquellos tiempos, como la de la momia egipcia que parecía recién salida de una sala de operaciones. También había "de guerra" y me sigue pareciendo curioso que a tan corta edad me conmovieran de tal modo dos escenas de una de esas películas: la de los soldados y las muchachas que sacian su hambre de comida, de afectos, de alegría, en el claro de un bosque asediado por la muerte; y la del otro soldado al que acribillan en la trinchera porque se distrae con una mariposa que el destino ha puesto para que se pose justo allí. La película era "Sin novedad en el frente", nada menos, basada en la novela de E.M. Remarque; pero eso lo supe bastante después.

Oportunidades a diario

Cuando se vive hechizado por el cine, como solía sucederles a los de aquellas generaciones, era una dicha que la ciudad ofreciera oportunidades a diario. A partir de la una de la tarde las funciones de los "continuados" eran una cosa seria tanto en el centro como en los barrios; gracias a las programaciones publicadas en El Litoral, podíamos elegir a gusto las tres películas que rotaban hasta el anochecer. Digo tres películas, pero si llegaba cuando una de ellas ya había empezado, la veía de nuevo desde el principio y completa: saquen la cuenta. Como estaba segura de que nadie me acompañaría en la maratón, seguía prefiriendo ir al cine sola, a pie, en tranvía o como fuese necesario. Las programaciones eran tan variadas, tan interesantes, que es mejor pasar por alto la enumeración; eso sí, fue la época en que no quería perderme ninguna de las películas musicales, el género que acababa de descubrir. Imposible olvidarme de Gene Kelly, el americano en París que bailaba con música de Gershwin.

Poco más tarde, al comienzo de la adolescencia, o sea cuando era una persona casi mayor, tuve sin embargo que pedirle a mi papá que me acompañase al cine Avenida cuando proyectaron "Un verano con Mónica"; Bergman recién comenzaba a conocerse en la ciudad. En la época del estreno fue una película cuestionada por los atrevimientos del director. íHay que ver cómo los tiempos cambian! En aquel cine no la habían elegido por sus cualidades artísticas, precisamente. El público tampoco.

A los dieciséis años, ya mayor del todo, mi amigo preferido se hizo socio de Gente de Cine y me asoció a mí para que lo acompañase y para que no me fuera de su mano, creo. Pero un poquito me fui, porque me asocié a Cine Club por mi cuenta. Sé bien que era políticamente incorrecto pertenecer a esas dos instituciones a la vez, pero no iba a perderme magníficas obras maestras por tan poca cosa.

Club de cine

Cuando vine a vivir a Reconquista había una sala espléndida, tres más chicas y buenas películas casi todas las semanas. Aún así, me parecía poco para todo mi amor. Fue cuando recurrí a Juan Carlos Arch para que me asesorara sobre cómo relacionarme con las distribuidoras para organizar un club de cine, que funcionó bien sobre todo por el conocido entusiasmo de la gente norteña.

Muchas veces en los viajes, fuera donde fuese, aproveché para ver alguna película interesante que se proyectara en el lugar; entre esos recuerdos prefiero el de una salita humilde y popular de La Rioja donde pude disfrutar, junto con un público muy atento, de "Padre Padrone", de los hermanos Taviani. En los últimos años y viajes encontré demasiadas salas cerradas tanto en las ciudades chicas como en las otras. En los nuevos cines con pochoclo lo que más se ve son las películas taquilleras de la semana: lugar común de nuestra frustración generacional.

La historia podría seguir, pero antes de darle fin a pesar de todo, debo confesarles que siempre encuentro alguna nueva razón para que me guste tanto ver películas en su salsa, en su sala, quiero decir. Hasta puede jactarme de que nací en un cine (o casi, para no exagerar): en calle 25 de Mayo y en el solar donde demolieron la casa para construir el Cine América, de Santa Fe. Eso sí que es buena suerte.