Opinión: OPIN-04
Al margen de la crónica
Sólo niños

Es plena tarde de octubre, un sol radiante, extrañamente ni frío ni calor en una ciudad donde el clima se ha vuelto extremo, a horas del fin de semana, cuando los chicos y algunos adultos empiezan a saborear dos días seguidos de descanso. Justo entonces aparecen ellos en aquella calle plácida que desemboca en la laguna. Van saltando y por momentos corren para no perderse de vista, para no alejarse unos de otros en ese ruidoso trío que forman al costado de la vereda, sobre el asfalto. Arrastran algo, quizá uno de esos precarios vehículos que el ingenio y la habilidad suelen poner en manos de los más chicos para que transformen maderas y ruedas en un medio que los transporte, de a uno por vez, a pura tracción a sangre que a esa edad y después de la merienda suena a juego más que a esfuerzo.

Pero no, no están jugando. Y los más chicos corren, pero para no alejarse del más grande -apenas mayor por una cabeza- quien a pura tracción pero sin alegría ni merienda lleva el carro que se adivina pesado, a juzgar por el esfuerzo visible de sus brazos flacos. Van revisando cajas, escrudriñando bolsas, descartando lo que ni siquiera a ellos les sirve, que para otros es todo. Y sobre todo van cuidando el botín que encontraron quién sabe después de cuántas horas de andar, solos y ajenos, por el barrio. El colchón, viejo y desnudo, acompaña la marcha desde atrás del carro, atado y asegurado para que no se pierda en el bamboleo.

Cae la tarde y al fin los tres se permiten un descanso sobre el pasto de la vereda ancha que por un rato los sacará, sólo físicamente, de la calle. Ahora sí bajan el colchón del carro y antes de estrenarlo para dormir, lo convierten en un sillón donde apoyar la cabeza para soñar despiertos, en un juguete, en un caballo imaginario sobre el que pueden cabalgar, en una superficie amigable para ensayar piruetas, en un asiento más blando que el piso. Por un rato recuperan la risa y vuelven a ser sólo (¿sólo?) niños.