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Homenaje a las víctimas del nazismo
Los adoquines de la memoria
 En Berlín, el adoquín de la memoria recuerda a Frieda Braun, quien murió en 1944 en el campo de concentración de Lodz. Demnig ya instaló centenares de sus "adoquines" en distintos países europeos. Foto: Agencia AFP

Gunter Demnig es un artista alemán que desde hace una década recorre su país, Polonia, Holanda y Checa, instalando "las piedras del tropiezo", unos adoquines de latón que recuerdan el nombre de los judíos que murieron en manos del nazismo. Tales adoquines están frente a las casas de las víctimas. Su iniciativa ya generó algunas objeciones en la propia comunidad judía.

Ingrid Haack

A setenta años de los primeros pogroms contra los judíos con los que el régimen nazi abrió las puertas a su fábrica del terror, Alemania sigue trabajando por mantener viva la memoria de las víctimas, que van recuperando poco a poco su rostro.

Uno de los que ha consagrado su vida profesional al recuerdo es el escultor Gunter Demnig, quien hace una década lanzó su proyecto "Stolpersteine" o "las piedras del tropiezo", adoquines de latón con los nombres de deportados que uno puede encontrar repartidos por toda Alemania delante de casas en las que vivían las víctimas.

Desde que inició este proyecto en 1997, Demnig ha recorrido toda Alemania, parte de la República Checa, Polonia y Holanda, y ha colocado más de 17.000 pequeños adoquines de recuerdo.

Los adoquines, de latón dorado, llevan inscritas las palabras "aquí vivió", con el nombre de la víctima del nazismo, su fecha de nacimiento, la fecha en la que fue deportada o tuvo que huir de Alemania para salvar su vida y la fecha y el lugar en que murió.

"Una persona tan sólo se olvida cuando se olvida su nombre". Ese es el lema principal del trabajo de Demnig, quien con estas "esculturas sociales" pretende devolver la identidad y rendir homenaje a todos los perseguidos del régimen: judíos, gitanos, homosexuales, disidentes políticos, etc.

Los adoquines, de hormigón y con la parte superior de latón, son cuadrados y miden 10 x 10 centímetros.

Demnig define su proyecto como una "obra de arte descentralizada", que no tiene que ajustarse a ningún corsé artístico, pues no está concebido para exhibirse en exposiciones sino para estar allí donde vivió la persona a la que se recuerda.

Su proyecto ha tenido un éxito para él inesperado -incluso le ha llevado a obtener la Cruz Federal al Mérito- pero también le ha granjeado muchas críticas, fundamentalmente de las organizaciones judías.

Si bien la mayoría de los adoquines recuerdan a judíos deportados y son en muchos casos los propios familiares quienes los encargan, algunos de los representantes máximos de la comunidad ven manchado el recuerdo por la forma en que se presentan estas "piedras de toque".

La propia presidenta del Consejo Central de los Judíos en Alemania, Charlotte Knobloch, es una de las más firmes detractoras del proyecto, y en Munich, cuya asociación también preside, ha formado una alianza con la alcaldía para evitar que la capital bávara se llene de estas placas.

"Su argumento es que al estar las placas colocadas en el suelo, se pisa la memoria de las víctimas; su temor es que la bota neonazi pueda pisarlas como hacían los nazis con sus víctimas o que los perros puedan orinar sobre ellas", explica el propio Demnig.

"Lo que yo respondo es que al estar en el suelo, uno se inclina ante la persona recordada. El orín de los perros se lo lleva la lluvia y los nazis no se conformaron con pisar a sus víctimas, lo que hicieron fue un programa de muerte sin parangón", añade.

Pese a la protesta de Knobloch, que según Demnig está aislada dentro del Consejo, la campaña de este artista de 61 años ha tenido enorme éxito. Tan sólo el último año ha recorrido 71.000 kilómetros en coche para colocar personalmente una a una estas placas en las poblaciones más recónditas de Alemania.

En las aceras de algunas casas se pueden ver más de una docena de placas, en otras tan sólo una; en algunos sitios hay adoquines donde ya no hay edificios; pero en todas partes se abren recuerdos y ampollas cuando el escultor se pone a trabajar en la calle rodeado de curiosos y vecinos.

"En algunas casas, la colocación de la placa sirvió para que algunos vecinos empezaran a recordar vivamente a la persona en cuestión. Una mujer, por ejemplo, que tenía nueve años cuando deportaron a una judía, se acordaba de que todo el vecindario siguió la escena desde sus ventanas, todas personas que luego no quieren haber sabido nada".

Experiencias como ésta hacen sentir a Demnig satisfecho de que el proyecto no sólo haya servido para rendir homenaje a las víctimas sino también para mantener vivo el debate de la memoria histórica.

La bota neonazi "sólo" ha pisado hasta ahora unas 250 placas; según Demnig, los daños causados a los adoquines han sido mayoritariamente con pintura o silicona, "todo desperfectos subsanables", con excepción de una treintena de plazas arrancadas del suelo y desaparecidas.