A modo de balance

Educación y sociedad

Ricardo Dupuy

A poco de concluir otro año lectivo en el sistema educativo provincial, resulta oportuno poner en práctica la costumbre, muy propia del docente, de ensayar un balance de gestión.

Anticipo posición al sostener que “en educación todo sigue igual”, y léase esta frase no contaminada por posicionamiento político alguno, ya que intenta llanamente interpretar una idea dominante.

Desde la conducción del sistema se asevera con cierta petulancia, que merece ser disimulada, estar generando “logros importantes que redundan o redundarán en breve, en mejoras sustanciales para la educación provincial”, es decir lo mismo que se viene sosteniendo, con similar énfasis e igual cuota de autoconvencimiento, en las últimas gestiones.

No pongo en duda la buena fe, es que el trabajo de conducción del sistema suele ser tan intenso como apasionante y en no pocas ocasiones amenaza con desdibujar el límite entre la idea y la acción. Quienes transitamos esas comarcas sabemos muy bien de alegrías infundadas, sustentadas en decisiones “trascendentes” que suelen no llegar o llegar devaluadas a los actores del sistema.

En lo que concierne a los educadores, desde las escuelas sienten en su mayoría sensación de continuidad; continuidad en la soledad. El divorcio de la política educativa de la realidad social cotidiana sigue siendo la gran materia pendiente que se adeuda prácticamente desde los albores del siglo XX.

Cierto es que el año comenzó con renovadas expectativas para los docentes, fundadas sin duda en el cambio de signo político de la dirigencia, lo que auguraba mejores tiempos. Es natural, se pensó, que los cambios sociales deben proyectarse desde su preludio en decisiones educativas. Sin embargo, poco o nada vislumbró de manera contundente en este año el cambio de estilo: se afrontaron los dos conflictos salariales de rigor, se rezongó en reuniones plenarias ante la soledad del desempeño y hasta se cuestionó, como siempre, los anuncios oficiales que contenían la cuota habitual de desconocimiento de la realidad escolar, ergo social.

Por su parte, es seguro que desde la óptica de la mayoría de las familias la mirada siga siendo de desconfianza y resignación, con cuota de impotencia sobre la institución escuela. Todo como antes, como siempre, los paros vistos desde la otra vereda, los chicos que no aprenden y la violencia que asecha en los recreos.

Buenas intenciones, retórica transformadora, verdades a medias, preconceptos y prejuicios, todo igual, sin cambios a la vista.

Sin transitar caminos tendenciosos en las conclusiones y suponiendo que todos tienen parte de razón, podríamos llegar a concluir que, si bien se ha intentado dar un giro en las decisiones de política educativa provincial, no se ha logrado la contundencia tal de generar un convencimiento en los actores del sistema.

Y la opinión pública, que en educación no es un dato sociológico más, sin el convencimiento de la mayoría respecto de que se esté transitando el camino del cambio que permita salir del esquema del siglo XIX para ingresar decididamente en un proyecto educativo propio del siglo XXI. Sin esta convicción será muy difícil concretar la meta transformadora que la buena fe sugiere como objetivo de todos.

Ahora bien, en pos de imaginar subterfugios, ¿resulta ilusorio pensar en un pacto educativo provincial que permita abstraer de los sórdidos vaivenes de la política vernácula a la educación?, ¿es factible concluir con el derrotero de la apuesta al fracaso por parte de la oposición y la atribución de todos los males al cuarto de siglo del oficialismo, al menos en lo que respecta a sistema educativo?, ¿es esto imposible de imaginar y llevar a la práctica en nuestra devaluada provincia?

Seguro estoy de que los actores del sistema tomarían como un signo de madurez política la convocatoria a un pacto educativo amplio. Sentar en una mesa a los representantes de partidos políticos, a los jubilados docentes, a los gremios del sector e, incluso, a los ex ministros del ramo para acordar sobre cuatro o cinco puntos esenciales, propios de la política educativa, sin agotamiento en lo salarial -como las siempre frustradas paritarias-, sin duda constituiría una puerta al futuro educativo y un válido alegato sobre la sensación de continuidad. Actualización de contenidos curriculares, pautas para enfrentar la violencia en la escuela, financiamiento del sistema educativo, políticas de inclusión y retención escolar y, quizás, formación y actualización de docentes, podrían erigirse como un tentativo esquema a considerar.

Tan factible es que sea bien considerado por la opinión pública como que esa quimérica mesa tenga que ser testigo de frenéticos debates. Pero es posible, sólo posible, que sea asimilable a los dolores propios de un parto que termine por gestar una nueva educación para Santa Fe.

El divorcio de la política educativa de la realidad social cotidiana sigue siendo la gran materia pendiente que se adeuda prácticamente desde los albores del siglo XX.