etcétera. toco y me voy

Antes de las fiestas

Antes de las fiestas

Hay gente organizada, capaz de comprar anticipadamente lo que va a comer y beber en Navidad y hay otra que sale desesperada a conseguir lo que va a morfar y chupar en unas pocas horas. Marche una sidra y un pan dulce de última. TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected]

Con las fiestas de fin de año cerca, aparece la necesidad estacional de adquirir productos específicos. Lo que uno compra para esas fiestas, sólo se compara con las compras escolares: es que son las dos únicas épocas del año en que uno se sale de la rutina lógica de las compras cotidianas. Dicho de otra manera, el comienzo de clases y el fin de año generan compras excepcionales. Siempre me pareció ridículo eso de tomar sidra solamente en diciembre o enero. Si a uno le gusta esa bebida, ¿por qué consumirla sólo entonces y no en otras épocas del año? Lo mismo con las garrapiñadas o los turrones o el pan dulce. Pero me voy de tema y yo quiero -como algunos espantosos jugos artificiales- concentrarme, porque no deseo divagar y porque ya vienen las fiestas y todo aumenta y los vagos te refalan (porque te las refalan, con efe de ffffffffff, mirá) las sidras en tu cara y te quedás sin nada.

Hay varias clases de compradores navideños, a saber:

- El planificador. El señor tiene ya todo para las próximas fiestas, pues lo ha comprado de la liquidación del año pasado, allá por febrero. Tiene dos cajas de sidra, una de champagne, turrones, garrapiñadas, pavita. Puede suceder que alguna que otra cosa esté durita o vencida, pero a ese señor no van a verlo en los súper amontonándose ante un estante de latas de ensaladas de frutas. El tipo es organizado pero sus fiestas suelen ser un poco aburridas y previsibles ¿no?

- El organizado. Es una variante del anterior, un poco más simpática. El señor no compra en febrero, pero tampoco en diciembre. Lo veremos de julio en adelante trayendo con cada compra un par de sidras aquí, un pan dulce allá. Tiene la a veces ingenua concepción de que ahorra dinero y tiempo (ambas cosas son relativas en nuestro país) y se jacta de estar preparado y con todo listo para no andar a las corridas de última. Sus fiestas no son estrictamente aburridas, a lo mejor hasta la pasa bien (este caballero está contento por tener lo que quiere, aunque sin variantes ni sorpresas), pero para mi gusto le falta piripipí. Las dos categorías descriptas anteriormente casi no corresponden a argentinos hechos y derechos.

- El compulsivo. Sale a comprar poco antes de la fiesta (tres o cuatro días antes) y de una sola vez. Puede ocurrir que al lado de su carrito temático y cargado de botellas y cosas calóricas, la familia clame por un litro de leche, una zanahoria, un paquete de pañales ¡Minga! Esta es la compra navideña y acá entran sólo las cosas que van a verse en esa mesa y punto. El compulsivo gastará bastante (probablemente la compra del mes entero esté dedicada a súper proveerse de esos artículos específicos), estará de mal humor y la pasará bomba esa noche, que será literalmente una descarga, un quiebre. Las fiestas de este señor no son bacanales, pero se le parecen. Obviamente entramos en territorio nacional ciento por ciento.

- El despelotado. No importa cuándo compra, aunque suele hacerse sobre la misma fecha de la fiesta, sino que su característica principal es que es asistemático. No sigue una línea, no tiene listita, sino que agarra aquí y allá sin método. Su mesa es así: un kilombo. Puede haber vinos de diferentes marcas y características, ocho pan dulces y ninguna garrapiñada. Las fiestas del señor son entretenidas porque improvisa sobre la marcha y tanto puede terminar en otra fiesta y con otra mujer como invitando a todo el barrio a su desparejamente desprovista mesa. Suple las ausencias con buena onda y manos largas. Es más argentino que el anterior.

- El agónico. A las diez de la noche se acuerda que no tiene nada importante para comer o beber y para festejar como la ocasión se merece, y sale a la buena de dios a buscar algo. Trae pavita o dos milanesas, dos cajas de vino, una sidra o un fizz algo, torta alemana (es lo que hay) y cualquier cosa que encuentre a su paso, incluyendo un amigo travesti, dos perros asustados y un linyera con buena onda. Sus fiestas son impredecibles, la termina pasando bomba y es más argentino que el dulce de leche.

Y si les parece acá la cortamos: tengo que ir al súper a buscar unas cositas. Ustedes acomódense, que yo ya vuelvo.

Siempre me pareció ridículo eso de tomar sidra solamente en diciembre o enero. Si a uno le gusta esa bebida, ¿por qué consumirla sólo entonces y no en otras épocas del año?