EDITORIAL

Sin Picolotti hay otro ambiente

La renuncia de Romina Picolotti era previsible y, en más de un punto, deseada. Las especulaciones acerca de las laberínticas luchas internas en el gobierno nacional no alcanzan a eludir la responsabilidad de una funcionaria que reveló una total ineptitud para hacerse cargo de las funciones presuntamente encomendadas.

En realidad, habría que preguntarse por qué no renunció antes o por qué el gobierno no intervino antes para poner punto final a una gestión inservible y sospechada de corruptelas. Como se recordará, hace meses una investigación periodística probó que desde que se hizo cargo de la Secretaría, la señora Picolotti había designado numerosos parientes y amigos en los cargos principales de la planta. También había incrementado el presupuesto de la Secretaría y generado dudosas erogaciones, por ejemplo: el alquiler de aviones y la organización de viajes por el mundo con presuntos objetivos de capacitación para ella y sus colaboradores.

Temas tales como el conflicto con Botnia y el corte de rutas, la ley de bosques o el tema crónico del Riachuelo no fueron resueltos y, en algún caso, ni siquiera tratados. Atendiendo a los pobres resultados de su gestión, a la disponibilidad de recursos y a su mal empleo, hay razones para decir que la ex funcionaria no estuvo a la altura del nombramiento ni de sus responsabilidades implícitas, máxime cuando se trata de una función atravesada por temas críticos.

Como se recordará, Romina Picolotti ganó presencia pública gracias a su intervención a favor de los piqueteros de Gualeguaychú. El gobierno nacional creyó que con su designación en la Secretaría de Medio Ambiente cooptaba una dirigente opositora y lograba destrabar un conflicto grave. Ninguno de los objetivos que justificaban esa maniobra se cumplió. El corte de rutas internacionales -por ejemplo- continuó, pero quien se benefició con todas esas idas y venidas fue la señora Picolotti, que gracias a este conflicto adquirió un protagonismo público inmerecido e inútil.

Más allá de las competencias individuales, queda claro que hay una responsabilidad política del gobierno nacional por los fundamentos de designaciones que no suelen obedecer a razones de Estado sino a humores o especulaciones del momento.

Esa combinación de oportunismo y picardía criolla a la hora de tomar decisiones suele ser letal para las instituciones y para la propia sociedad. Designar funcionarios para capear temporales ocasionales desentendiéndose de los problemas de fondo o de las tareas importantes de la función pública, no sólo es un comportamiento mezquino; también es ineficiente y, al final, lo pagan el Estado y la sociedad.

En definitiva, el gobierno nacional no se puede manifestar sorprendido por la pésima gestión de Picolotti, porque todo conducía a este resultado. Mientras tanto, el corte de rutas en Gualeguachú continúa, el Riachuelo sigue siendo una cloaca, los bosques están sin protección y no hay políticas públicas para los glaciares.