A 40 años de la hazaña de Locche ante Paul Fují

El día que Nicolino empezó a

transformarse en “Intocable”

El 12 de diciembre de 1968, en Tokio, Nicolino Locche conquistó el título mundial en uno de los combates que forman parte de la historia dorada del boxeo nacional.

Adrián Dottori

(Biógrafo y amigo personal)

12 de diciembre de 2008. Se cumplen 40 años desde que el genial intocable mendocino, ya con 29 años en sus espaldas, emprendía esa travesía a Tokio, para aprovechar la oportunidad que siempre se le había negado, inclusive cuando peleó con 5 campeones mundiales que no expusieron su corona en juego, lleno de ilusiones postergadas y añejas esperanzas de coronarse campeón del mundo.

12 de diciembre de 1968. Una noche de lluvia que arrojaba presagios de buenos augurios, Locche como siempre con su confianza, con la del guerrero de más de 200 batallas al que nadie había noqueado, con su arte a cuestas y su oficio de saber que era intocable, ya se lo había demostrado a Mendoza, a la Argentina y a Sudamérica, pero estaba pendiente que el mundo conociera su estilo depurado, único e irrepetible, su maestría, su genialidad y su magia elegante con la que lograba que el Luna enloqueciera y con la que arrimaba al box a mujeres, a niños y a hombres que denostaban el boxeo, pero que decían: “Yo a Locche sí voy a verlo”.

El escenario era distinto, el público era adverso, pero eso al maestro no le afectaba, Locche sabía que ganaba desde que se subió al avión y de eso puede dar testimonio “Cacho” Fontana, quien lo acompañó durante toda su estadía y Nico convencía a todos de que iba a traer ese título a su amada Argentina.

Un “puchito” antes de subir

Y esa noche previa a quedarse dormido en la camilla de masajes y a fumarse su cigarrillo minutos antes del combate, a escondidas de Don Paco, subió al ring y 9 rounds bastaron para que el público japonés se diera cuenta de su grandeza, coreando nisei, nisei (maestro) y un mundo entero empezaba a hablar de un boxeador chaplinesco que le ponía una sonrisa a un deporte de aristas sangrientas, y así cumplió sus demorados anhelos, la promesa a Doña Nicolina, el recuerdo de su padre y para que sus hijos tuvieran al gran campeón mundial que rompió los moldes convencionales y el “abc” del boxeo mundial.

Fueron muchas las propuestas para que Locche se quedara en Japón, pero este poeta de la nariz chata prefirió volver a su país, al Luna, su segunda casa, y a su público.

Y siempre me pregunto qué habría sido del gran Nico si solamente hubiera podido pelear por el título 5 años antes, o qué si cuando peleó con los campeones mundiales hubiese estado la corona en juego. Quizá hablaríamos del récord de defensas, del más grande de todos los tiempos, del mejor de todos...

Fue un artista

Yo tuve la suerte y el inmenso orgullo de ser su amigo y conocer al campeón del box y al campeón de la vida, al amigo verdadero, al genio humilde, al hombre que amaba a su país y a su Mendoza. Y cuando me preguntan quién fue el mejor boxeador, siempre digo Pascualito Pérez, Gatica y Monzón, porque Locche no fue un boxeador, fue un artista que jugaba a que boxeaba y su escenario era el cuadrilátero, lleno de su variado público, que no iba a ver una pelea, concurría a una noche de espectáculo que merecía la mejor marquesina.

Locche, el mejor artista de boxeo del mundo, el mago que todas las noches de sábado —como dice la canción— sacaba conejos de su galera y despertaba las más grandes ovaciones de admiración. Un loco lindo que cambiaba los golpes por montones de humoradas y esquives de esgrimista, un hombre que le mostró su mejor sonrisa a la devaluada y vencida violencia, que no tenía butaca, ring side ni lugar en las peleas de este genio ejemplo de humanización deportiva.

Hace 40 años de ese momento glorioso para Locche y para todos los que lo amamos y reconocemos en él al gran ídolo argentino, comparable a Maradona y Vilas.

Hoy se siente su falta física, aunque seguramente estará jugando a que boxea en algún cuadrilátero celestial, fumando a escondidas de Don Paco y relatado por un dúo tremendo de Cafarelli y García Blanco, y todos dirán “cómo pasa el tiempo”.

Ya se cumplieron 40 años de la mejor pelea de todos los tiempos, del máximo estilo depurado del boxeo y de una combinación perfecta de arte defensivo y ofensivo, de la pelea sin errores, de la maestría mostrada en Tokio, gritándole al mundo “señores, esto es boxeo y lo traigo de la Argentina para el mundo”. De un extremo al otro, esa noche quedará en el recuerdo de todos, para poder decir, siempre, hubo una vez un Nicolino Locche, porque estoy seguro de que nunca, pero nunca habrá otro igual.

Nico, un Chaplin de espíritu alegre, le agregó al boxeo su sello, su propia marca, su arte, su plasticidad, su elegancia, su mirada hipnótica, su técnica depurada, sus fintas, sus visteos, su inteligencia, su guapeza, su show, su locura. Un maestro que durante tres décadas le regaló al pugilismo del mundo entero sus espontáneas humoradas, y la capacidad de ganar sin dejarse golpear.

Nico es el llanto de lo logrado, el sueño de los héroes, ¡bendita sea su locura! Qué más puedo decir del gran boxeador que no se haya dicho o escrito, gracias Maestro por todo lo que nos regalaste, gracias por ese 12 de diciembre de 1968 y gracias a Dios que naciste en la Argentina.

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EL DATO

Desmentida

Tras ser derrotado por paliza ante Juan José López en Las Vegas, Sergio Medina, denunció amenazas previas a la pelea. Sus declaraciones repercutieron y horas después desmintió todo. En Puerto Rico, el país del campeón, están indignados. A su regreso a Argentina, el salteño desmintió todo: “Les pido mil disculpas porque yo mentí. Sinceramente, a mí me noquearon bien. Estaba sentido. Me dio vergüenza decir que me noquearon bien”. Obvio, ahora anunció su retiro del boxeo.

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EN NÚMEROS

6

defensas del título

Nicolino Locche fue campeón del mundo hasta 1972, lapso en el que defendió el título en seis ocasiones, todas en nuestro país. Murió en setiembre de 2005 en Mendoza. Su maestro fue Paco Bermúdez.

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“Nicolino podía ganar un round sin pegar una trompada”, dijo alguien, resumiendo la gran capacidad técnica y vistosa del “Intocable”. De todos modos, en aquella noche japonesa aniquiló a Paul Fují.

Foto: Archivo El Litoral