Al margen de la crónica

De Luis XIV a Cristina K

“La puntualidad es cortesía de los reyes”. Esa frase atribuida al rey de Francia Luis XIV, puede dar idea de lo afable del acto de llegar en tiempo y forma a cualquier tipo de compromiso asumido.

La biblioteca de sicología está atiborrada de interpretaciones acerca de la cualidad, mejor dicho de la no distinción, de los impuntuales.

Si bien la especialidad no admite generalizaciones y cada caso debe tener un tratamiento particular, algunas universalidades pueden relevar explicaciones de la conducta que comparte la especie.

Ser puntual es una regla básica que demuestra una buena educación. Lejos de ser elegante, llegar tarde a las citas, si no se tiene un motivo especial, es una total falta de respeto.

Los que se hacen esperar creen “brillar” por su ausencia y, cuando arriban, esperan poder disminuir la ansiedad del otro. En tanto el otro si espera, como rutina, la mayoría de las veces, se llena de bronca. Esta conducta netamente narcisista, le otorga al poseedor del vicio, un poder equívoco pero que su moralidad lee como correcto y de lo cual está convencido.

En general -insistimos, para los especialistas-, son personajes tremendamente inseguros, que dudan de su posibilidad de atracción y necesitan probar su dominio, su autoridad, su potestad, sobre los demás.

Cuando la deficiencia proviene de alguien cuya agenda está desbordada, también la impuntualidad es cuestionable; organizar libretas menos apretadas, asegura poder llegar a tiempo a todas las citas.

CFK, muy lejos del respetuoso Luis, cree que el protocolo es sólo una cuestión del resto. Está hecha a imagen de su marido y mentor que dejaba plantados a ministros extranjeros y embajadores, sólo por el ególatra gusto de mezclarse con el “pueblo” en actos netamente demagógicos. Lo de ella primero fue gracioso, luego llamativo y finalmente irritante. Creyó que no tenía límites. Y mientras culminaba el último detalle de su make up frente al espejo, el presidente Lula, en la Cumbre del Mercosur, decidía darle una lección a la dama e ignorando su atractivo físico y su aceptable dialéctica, actualiza el pensamiento de Luis XIV: la puntualidad sigue siendo -si no bien ya no de reyes-, cortesía debida de los mandatarios.