De la introducción a “Ranas”

Indignado por la decadencia de la tragedia en Atenas, “Dioniso’, el dios en cuyo honor se realizaban las representaciones teatrales, decide descender a los infiernos (catábasis) en busca del difunto Eurípides, para devolverlo al mundo de los vivos y revitalizar así el teatro.Ya en la región de los muertos, “Dioniso’ se encuentra ante la responsabilidad de dirimir a quién corresponde el asiento de honor del arte trágico en el inframundo, en un “agon” -suerte de certamen de ingenio- entre Eurípides y Esquilo, del que saldrá vencedor “Esquilo’. Comicidad, crítica literaria (casi 2.500 antes que algunos escritores contemporáneos se proclamasen inventores del drama y de la ficción “ensayística”), “nonsense” y manifiesto de compromiso civil del escritor confluyen en “Ranas”, de Aristófanes, estrenada en el 405 a.C., y que Losada acaba de editar en una nueva versión al castellano, acompañada de reveladoras notas y de una exhaustiva introducción del del poeta argentino Pablo Ingberg.

Por Pablo Ingberg

8.jpg

Tres objeciones principales se le han hecho a “Ranas” a lo largo de la historia: que su estructura bipartita no es del todo coherente y carece de ilación suficientemente justificada, que el propósito inicial de “Dioniso’ parece olvidado largo rato y al final cambia, que su sentencia en el juicio parece más caprichosa que fundada en razones emanadas del debate. No obstante, de todo lo expuesto hasta aquí surgen argumentos en contrario. El juicio bien puede ser visto como el último y extenso avatar de la catábasis, compuesto a su vez de diversas pruebas que funcionan a modo de episodios agonales como los de la primera parte. El propósito de “Dioniso’ constituye un marco que pone en marcha su viaje de ida y su viaje de regreso: comienza a sugerirse en el v.52 (añoranza de Eurípides), se formula en los vv.68-9 (ir a buscarlo al inframundo) y deja de mencionarse a partir del v.107, simplemente porque quedó tan explícito que sería superfluo volver a recordárnoslo a cada rato; “Plutón’ lo trae de nuevo a la palestra en v.1414 —es decir, a ciento diecinueve versos del final—, no necesariamente cambiado, porque deja que “Dioniso’ elija a quién quiere llevarse —y ahora veremos por qué es el propio interesado quien parece cambiar de opinión respecto de su propósito inicial—; en suma, este asunto, en perfecta simetría, se pone en evidencia desde algo antes hasta poco después del v.100 y retorna a la superficie desde un poco antes hasta algo después del verso cien contando desde el final hacia atrás. ¿Por qué “Dioniso’ ha cambiado de opinión? Mejor aún, ¿ha cambiado verdaderamente de opinión, o más bien la ha enriquecido a partir de su experiencia a lo largo de la obra? ¿Debemos quedarnos con que su “preferencia del alma” carece de argumentaciones? ¿Por qué no pensar que su decisión no obedece a un mero capricho sin justificación interna en la obra sino a una razón profunda, por más que no se la enuncie con obvia nitidez? “Dioniso’ debe decidir dos cuestiones distintas, que por obra y gracia de “Plutón’ se convierten en una y la misma: quién es mejor de los dos poetas, a quién llevarse de vuelta al mundo de los vivos. Si bien es “Plutón’ quien lo obliga a superponer ambas cuestiones, es natural que, por lo que ha experimentado él en los infiernos, si resuelve que otro poeta es mejor que ese añorado Eurípides en cuya busca había partido, resuelva que es mejor llevarse al mejor. ¿Y por qué resuelve que el mejor es “Esquilo’? Evidentemente, la catábasis ha sido iniciática para el dios del teatro: él sabía de teatro y veía el arte trágico ateniense en declinación; en consecuencia, su objetivo inicial, fundado en su propio interés, era la resurrección de la tragedia, lo que él pensaba llevar a cabo mediante la resurrección de un gran poeta reciente con cuyas obras disfrutaba (y seguirá disfrutando, de todas maneras); a lo largo del viaje, de su estadía en el inframundo y del juicio mismo, aprendió de política ateniense; en consecuencia, luego de ese aprendizaje en materias de urgente interés comunitario (político, relativo a la polis), prefiere llevar a cabo su objetivo mediante la resurrección de un poeta de antaño que representa el pasado glorioso de la ciudad, lo cual significará una resurrección simultánea de la tragedia ática y de un ejemplo ilustrativo de la gloria de antaño, el ejemplo más útil a la hora de intentar una resurrección de la agonizante Atenas.

Por supuesto, se trata de un programa “cómico”, no político o estético. “Ranas” es poesía cómica, no una exposición lisa y llana de las propias opiniones poéticas, políticas, poético-políticas o político-poéticas del señor Aristófanes, opiniones que no podemos creer que conocemos por leer o ver una pieza literaria del género cómico-dramático compuesta por él. Si “Ranas” ganó su agón, el concurso de las Leneas, es porque al público ateniense —cuyas risas y aplausos y festejos seguramente influían en los jueces que formaban parte de él y elegían la obra ganadora— le gustó lo que oía y veía. Es decir, porque Aristófanes supo poetizar cómicamente lo que sus conciudadanos precisaban oír y ver. Y tanto les gustó que, reunidos en asamblea, le habrían concedido muy poco después el raro honor de una reposición.

7.jpg
De la introducción a “Ranas”

“Kunstausstellung”, de Gustav Klimt.


9.jpg
6.jpg
5.jpg