La insoportable levedad del Buey

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Por Diego E. Suárez

“Pornostars y un Buey Solo”, de Lord Cheselin. Editorial Hemisferio Derecho, Bahía Blanca, 2008.

En Las poéticas del siglo XX, Raúl Gustavo Aguirre afirmó que la poesía contemporánea nos deja asombrados, indiferentes o molestos con sus temas nada “literarios”. Tal es el caso de “Pornostars y un Buey Solo”, donde cada poema es una máscara que combina lo feo y lo proscripto, encerrando -en palabras de Aguirre- “la visión de la existencia que nos propone la poética implícita en cada poema”.

“Solo” es un Buey ensimismado, que escribe desasistido de consejo, demandando mucha cooperación por parte de un lector hipócrita, de un prójimo, de un hermano.

En el epígrafe del libro, Gelman plantea “heréticamente” la posibilidad de que Dios sea mujer. El Buey susurra su respuesta: si Dios fuera mujer, sería pornostar (una versión aberrante de lo expresado por los gnósticos en los Manuscritos de Nag Hammadi: la divinidad como prostituta y santa).

Una pornostar -producto de consumo masivo, con el make up justo para obtener una expresión profesional- es una prostituta platónica: el cliente paga para poseerla mentalmente. Lo interesante es que no paga para penetrar, sino para ser penetrado -principalmente- por la vista y -en algunos casos- por los oídos, anulando olfato, gusto y tacto, lo cual lo convierte en un discapacitado indefinible que sólo ve y escucha; aunque esto poco importa, pues lo no percibido será improvisado por la imaginación.

Sin embargo, la imaginación del Buey no anhela placer venéreo entre las pornostars, sino compañía. Él mismo lo plantea en forma de retruécano, en el Poema IV de “Chasey Lain”: “¿Conocerte es la excusa para el sexo/ o el sexo es la excusa para conocerte?”.

Pero esa manera de conocerse y comunicarse parece frustrante, pues el Buey no puede estar en contacto con sus estrellas porno sino de un modo fantasmagórico. En eso radica lo tragicómico de su existencia: las pornostars, por-no-estar más que platónica y virtualmente en el mundo, son sombras de ausencia, con las que el Buey -escafandra y trapos viejos- va de compras al supermercado (“Jenna Jameson, I”), o come tostadas con manteca tomando café (“Jo Guest, III”); sombras de ausencia a las que deja esquelitas sobre la mesa de la cocina (“Jo Guest, I”).

El poema “Status” expone las vísceras de su maquinaria creadora: “Me invento, nazco cada mañana, luego de encender el primer cigarrillo./ Invento una ciudad./ Invento una sonrisa y una forma de estar triste./ Invento un buey solo./ Invento un disfraz de un buey solo./ Y me lanzo al mundo”. He ahí el ars poetica del Buey, que se sabe soñado por un soñador que no es otro que él mismo, que inventa pobladoras para su soledad y se inventa un yo, en un mundo donde “el mejor plan es no tener plan” (“Dolce far niente”). Es la insoportable levedad del Buey, para quien todo dejó de importar, como si no hubiera futuro y el carpe diem fuera la única estrategia de supervivencia. “Lo que me falta de fe, me sobra de imaginación”, dice en una parte. Lo cual, más que una confesión, es una declaración de principios de alguien que, por elección, vive a contrapelo de la realidad, creyendo en la poesía y en su poder sanador.