Llegan cartas

Sacerdote por la gracia de Dios

 

Feligreses de San Antonio de Padua.

Ciudad.

Señores directores: La comunidad de San Antonio de Padua agradece al párroco Marcelo Blanche su apostolado durante seis años, consagrado a Dios y a los hermanos. Mensajero de Cristo en los siguientes barrios: San Gerónimo, Centenario, Varadero Sarsotti, San José Obrero, brindando su amor y dedicación basándose en el diálogo para entregarse a todos los que necesitaban de su servicio.

Anunció el Aleluya a los humildes. Su vida fue como el camino pegadito al arenal, como el arroyo que nunca se detiene, pensando siempre: “...hay que seguir andando”. ¿Quién puede separar la fe de sus actos? De grandes recursos humanos, con la fraternidad y valentía que lo caracterizó, supo luchar allá en 2003 contra el desborde del agua. Dio abrigo, alimento, consuelo a las familias que un día llegaron a la parroquia en busca de refugio. Abrió las puertas, aflorando su vocación, demostrando con su accionar la opción por los pobres, por los que menos tienen, por los que necesitan consuelo. Por los de aquí y los de allá. Nadie se iba con las manos vacías.

Cuando el sol se vislumbraba en el horizonte y como vigía en la noche de estrellas, comenzó a preparar la Misión —zona oeste— organizada por la Arquidiócesis. Su apostolado lo realizó en Varadero Sarsotti y Villa del Centenario, transformando con sus manos y su bondad, realidades. Fuertes realidades, rostros golpeados, pero dispuestos a colaborar con sus carencias materiales y espirituales. ¡Cuántas enseñanzas! Con grupos de hermanos adultos, jóvenes, de diversas parroquias y pueblos vecinos nos enseñaba cada sábado, junto al río Salado —si ese río que otrora fuera devastador, y que ahora se presentaba sereno, como queriendo ser testigo del amor puesto de manifiesto, como Jesús en Galilea— nos invitaba a representar lo expresado en la Biblia para que como discípulos de Cristo marcháramos a los hogares, emocionados hasta las lágrimas, pero con alegría en el corazón, a cumplir con nuestro servicio.

Experiencias ricas, llenas, sabiendo que la única recompensa era agrandar nuestro corazón y extender las manos para que Dios nos colmara con sus gracias, convencidos de que la grandeza espiritual del cristiano consiste en el retorno al abrazo con la humildad.

Gracias, padre Marcelo. Que en tu nuevo destino -convencidos que así será- sigas arrojando semillas para que los soles y los vientos del camino fructifiquen los corazones de los nuevos hijos.