Al margen de la crónica

Un comentario trasnochado

Nos han enseñado acerca de las ventajas de ahorrar energía y ahí estamos: oscureciendo donde es necesario, aireando donde se puede, reemplazando lámparas, revisando instalaciones que pudieran estar defectuosas, eliminando hasta el consumo pasivo que pueden tener algunos aparatos, poniendo el aire acondicionado a una temperatura agradable pero no más que eso porque, aunque afuera el calor amenace con abrasarnos (no hay error ortográfico, se trata de quemarnos hasta convertirnos en brasas) ya se sabe que cada grado que se disminuye significa entre 5 y 7 % más de consumo. Y no es cuestión de andar tentando al destino y provocar un crack en las líneas y en la boleta que llega a fin de mes.

Nos explicaron las bondades de modificar el horario y desde entonces -mediados de octubre, pleno ciclo lectivo y laboral- tratamos de sobrevivir como se pueda a un cambio que impacta en el organismo y en el ánimo, que altera costumbres y sueño, que estira horarios de trabajo hasta mucho más allá de lo que indica la lógica, sólo por adaptarnos a una decisión que -dicen- nos incomodará en el presente pero nos beneficiará a futuro. Pero es este presente el que nos lleva somnolientos por la vida, concentrando todo lo que haya por hacer en el mundo exterior en las primeras horas de la mañana y las últimas del día, y transcurriendo el resto en un sopor indescriptible; en medio de una larga siesta, aunque sin dormir.

Nos han explicado todo y uno se adapta, y toma conciencia del calentamiento global aunque en su vida no haya echado al aire más humo que el de algún cigarrillo. Sigue como puede y se hace cargo de enganches y despilfarros ajenos mientras se asegura de tener todo en regla y bien conectado. Se la banca y asimila yerros que señalan otros, aunque apenas entienda de política energética. Todo eso se aguanta menos que, a pesar de todo, nos dejen sin dormir por un corte de luz.