emotivo encuentro

El día que la foto tomó vida
 

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El 25 de noviembre pasado, El Litoral publicó una imagen que Dani Yako, de Clarín, sacó durante las inundaciones del ‘83. En el marco de los 25 años de democracia, el fotógrafo inició la búsqueda de aquella niña de grandes ojos negros, para saber cómo había sido su historia. Se llama Cristina, tiene tres hijos, trabaja como empleada doméstica y vive en El Descanso.

NATALIA PANDOLFO

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Resulta extraño ver llegar a una comitiva de periodistas y fotógrafos. Son las cinco de la tarde del domingo y en El Descanso, donde se besan las rutas 1 y 168, todos hacen honor al nombre del paraje.

No hubo ningún accidente. O sí. De otro modo, no se explicaría la reunión de un fotógrafo de Clarín con una de las vecinas que habitan ese barrio calmo, cuyas calles de tierra están delineadas por árboles y salpicadas por la sombra de algún que otro perro que deambula.

El accidente ocurrió hace 25 años, cuando la democracia se instalaba por estas tierras. Cuando la tierra, de este lado del mapa, se llenaba de agua. Allí se encontraron, él capturando las imágenes de la tragedia; ella atravesándola. Él, llegando de un exilio en Madrid; ella, viviendo en un vagón del puerto.

Hace un par de meses, él presentó un libro con las imágenes más representativas de ese año. Allí está ella, eterna, con su manito llevando a la boca el mate descascarado y sus piernas flacas trabadas en la silla. Desde esa mirada, por aquella impronta mágica de la fotografía, el autor se sintió interpelado. Y la pregunta se disparó, inevitable: “¿Qué habrá sido de su vida?”.

COMO EN CASA

Su nombre completo es Norma Cristina Vergara, pero suele usar el segundo. “No me gustan las normas” dice, entre risas. Nació el 23 de diciembre de 1974.

Sentada bajo la arboleda, al frente de su casa, recuerda que tenía ocho años cuando la mamá dio la voz de alarma: se venía el agua. Parece verla juntando la ropa de la soga, bañando a los cinco hermanos y alistando objetos, en los minutos que faltaban para que pasara la chata de la Municipalidad. El ‘83 estaba recién asomando.

Cuando Cristina vio, hace un mes, su foto publicada en El Litoral, volvió a ser por unos minutos una nena. Una nena que sentía el agua llegándole a los pies. Junto a sus padres y sus hermanos Elsa, Gustavo, Mónica y Liliana, vivía en lo que se conoce como la “vía muerta”, a pocas cuadras de donde hoy reside.

Los llevaron al puerto; llegaron de noche y se ubicaron en un vagón. “Era el único que había libre, pero estaba tan sucio... Nos pusimos a limpiar, y entramos. Teníamos nuestros muebles, nuestra cocina, nuestras camas”, cuenta la mamá. En ese vagón conocería Cristina la luz eléctrica. Allí vivirían cumpleaños y Navidades. En ese sitio se fogonearían relaciones de amistad. Incluso sería ése el origen de una historia de amor: la que protagonizaron la hermana mayor y un joven evacuado, que luego se convertiría en su marido. El vagón número 20 sería el hogar de la familia Vergara durante más de dos años.

MOCOSOS

A Cristina, al igual que a sus hermanos, su papá no la dejaba tomar mates. “Nos decía que éramos unos mocosos, y que no teníamos idea de cuánto costaba la yerba. Me acuerdo que ese día vi la pava y el mate preparados, y no me aguanté las ganas. Y justo cuando estaba tomando, apareció el fotógrafo. Para mí fue un acto de transgresión, por eso recuerdo ese momento”, se ríe. La nena entró al vagón y le contó a algún adulto que le habían tomado una foto. Cuando volvió a asomarse, los periodistas ya estaban lejos. No imaginaba que la imagen estaría, en minutos, dando vueltas al mundo.

Ahora Cristina ofrece mates, pero prefiere no cebar: le gusta recibirlos. Dulces. Cuenta cómo eran sus días en un centro de evacuados, y en su relato se respira más el aire de la aventura que el del sufrimiento.

El fotógrafo regresaba a la Argentina, después de su exilio en España. Volvía a mirar el país, con el lente de su cámara atravesado por el drama del agua tapando casas, personas y sueños. La foto fue una más entre tantas otras que intentaban transmitir aquello que las palabras, a veces, no logran.

Dani Yako nunca habló con la chica. Ella, sin saberlo, estaba contando algo. Serían esos ojos simples, ese perro como pensativo, esos torsos desnudos de fondo, capturados en una cámara, los que contarían lo que estaba pasando en el Litoral argentino.

IMAGENES QUE VUELVEN

La figura del papá aparece fuerte. “Él no permitía que nos faltara nada. Si se caía algo al piso, enseguida lo alzaba, para que estuviera todo limpio”, recuerdan Elsa y Cristina. Desde la foto, la prolijidad del vestido y el brillo de la pava asienten.

A sus 34 años esta mujer, que pareciera insistir en preservar su alma en el cuerpo y los modales de una niña, evoca aquellos días como “de mucha diversión, de jugar con amigos, de conocer personas nuevas”.

Imágenes de que compartían la canilla con otra gente y que hacían cola para bañarse, aparecen casi como anécdotas. Sí afirma que fue triste tener que irse. Y que sufrían mucho el frío y el calor en los vagones. Pero lo importante era que la familia estaba unida, y que a ninguno le faltaba pan ni ropa.

Recuerda que la rutina cotidiana incluía, durante esos años, ir a la escuela: “La Nº 11 Juan Galo Lavalle, que estaba en San Jerónimo 1911”, especifica. Buena alumna en la primaria -fue primera escolta- , la rebeldía llegó justo en el momento de tener que comenzar el primer año. Y ella decidió que no lo haría.

Entre las imágenes de esa época se cuela la de los marineros que llegaban al puerto, las catequistas que pasaban por los vagones y organizaban juegos, los circos y parques de diversiones que se instalaban en el lugar, los bailes que se armaban detrás del muelle.

El vagón estaba dividido por cortinas: de un lado, la habitación de los padres; en la otra punta, la de los chicos; en el centro, el comedor. El papá trabajaba en una empresa de construcción; la madre era doméstica y cosía. “En esos años conocimos el centro. Íbamos todos los días a la Plaza de los Sapitos” rememora, mientras busca con la mirada la complicidad de su hermana.

EL NOMBRE DEL PADRE

Agustín, de 10 años; Micaela, de 9 y Abril, de 7, la observan. Miran el cuadro, y vuelven sobre ella. “Pareciera que el tiempo no pasó”, dirá su mamá, que este año se propuso iniciar la escuela secundaria, y que sueña con poder estudiar algo que esté ligado a la infancia.

Hoy Cristina tiene su trabajo, en casas de familia y cuidando niños. Su marido es empleado de un autoservicio. Una gran foto de Jesucristo es la protagonista de su comedor.

La casa fue puesta en pie, primero con chapa de cartón, luego con material. Allí están las marcas de las manos de su familia, que la ayudaron a levantarla. Allí, sentada alrededor de una pequeña mesa, parte de la familia comparte fotos, recuerdos, anécdotas.

“Puedo decir que nos superamos, que salimos adelante. Sin ayuda de nadie: sólo por nuestro trabajo. Tenemos los mismos vecinos de siempre, y seguimos siendo amigos de algunas personas que conocimos durante la inundación. Lo importante para mí son las ganas de progresar”, reflexiona.

Hija de un peronista de sangre (a pesar de su nombre, su papá Hipólito fue un ferviente admirador del general), ella se niega a depender de la ayuda de nadie. El reclamo no asomará nunca por sus labios. Tampoco se filtrará el lamento. El trabajo es el estribillo de su himno personal. Cristina sabe que las garras y la dignidad alcanzan para construir el propio destino.

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“Recuerdo cuando me sacaron la foto, porque mi papá no nos dejaba tomar mates”, cuenta Cristina. 25 años después, en su casa, se reencontró con el fotógrafo de Clarín.

Fotos: izquierda: Dani yako. derecha: MAURICIO GARÍN

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EL DATO

La marca del agua

La historia de Cristina con el agua no termina en 1983. En 1998 y 2007, la familia volvió a vérselas cara a cara con la inundación. “Quedé muy marcada, sobre todo por la última. Cada vez que llueve mucho, me asusto”, confiesa. Hoy conviven con esa posibilidad, pero no cambian por nada el sosiego de ese lugar ubicado a sólo diez minutos de la ciudad.

Democracia, 25 años después

Los siguientes son fragmentos de los ensayos publicados en el libro “1983, imágenes del regreso”:

Jorge Lanata

“(...) en estas fotos se siente el 83: lo que iba a ser y no alcanzó, los sueños apareciendo tibiamente otra vez, la nerviosa expectativa del nacimiento, la tristeza antigua y el cosquilleo de las ilusiones. En estas fotos no hay cínicos ni muertos: hay desesperados e ilusos, enojados o torpes, pero en todos los casos hay también un tibio sol de futuro que parece llegar. Que pareció llegar. Que aún no llega (...)”.

Raúl Alfonsín:

“(la democracia) todavía sigue en deuda con una buena porción de los argentinos. La imagen de desalojos de familias humildes ordenados por la Justicia, la de hombres y mujeres sin trabajo, muestran nítidamente que estos 25 años de democracia todavía son insuficientes para resolver temas que agobian a miles de compatriotas”.

Estela de Carlotto

“Mi mirada sobre estas fotografías me hace pensar en ‘el hombre y su circunstancia’. En todas ellas está reflejada la presencia de ‘alguien’ que vive en espacios públicos, políticos, científicos, culturales o miserables. Entonces, nuestras emociones, a medida que transitamos estas visiones, se transforman en admiración al hombre que dejó en las letras su eterno pensamiento, al que fue castigado por la pobreza o la naturaleza (...), al que valientemente sobrevive a las vicisitudes”.

Beatriz Sarlo

“(los personajes sin nombre de las fotos) anuncian el futuro, que en realidad ya había llegado pero es difícil descubrirlo durante aquellos meses esperanzados de la transición democrática. (...) Un fotógrafo toma cientos de fotos en un año. Las que Dani Yako muestra del 83 señalan la pregnancia de un pasado todavía abierto y la amenaza de un futuro que ya podía captarse en el presente. Cosas del tiempo”.

Martín Caparrós

“(1983) fue un año generoso, sorprendente y banal, como todos los años. Que tuvo, por supuesto, todo lo que tiene cualquier año: sorpresas, perros, inundaciones, pobres, músicos, amores, gritos, marchas, un error (...). Aquel año todo cambiaba todo el tiempo: fue el último avatar de esa idea del tiempo como agente del cambio; desde entonces, el tiempo fue transcurso y poco más. Quizás por eso, al recordarlo, al mirarlo en las fotos, al buscarlo en palabras, nos ataca esa nostalgia de 1983, el año más iluso”.

La historia, paso a paso

17/11/ 2008

 

Dani Yako presenta en Buenos Aires el libro: “1983, imágenes del regreso”, en el que se reproducen fotos tomadas por él en ese año. Allí aparecen figuras reconocidas como las de Alfonsín, Borges o Cortázar; y también rostros anónimos, como el de la nena inundada. El texto va acompañado de pequeños ensayos, escritos por Raúl Alfonsín, Martín Caparrós, Estela de Carlotto, Jorge Lanata y Beatriz Sarlo. Ésta última plantea que “(esas fotografías) muestran una dimensión cíclica y repetida, como un destino o una rueda que, aunque se mueve lentamente, no se detiene”. Esta frase funciona a modo de disparador para emprender la búsqueda y saber qué fue de la historia de esa criatura.

25 /11/2008

El Litoral publica la nota: “En busca de la historia detrás de la imagen”, con la foto de Dani Yako. No hay datos respecto del lugar donde pudo haber sido tomada. En ese momento, el fotógrafo trabajaba para la agencia de noticias DyN y para revistas y agencias internacionales.

2 /12/2008

 

Una de las hermanas de Cristina, a través de una señora conocida, se pone en contacto con El Litoral. La nena de la foto se cristaliza en un nombre, un apellido, una historia.

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Abril observa la imagen que Yako le regaló a su mamá. “Pareciera que el tiempo no pasó”, dice la mujer.

Foto: Mauricio Garín

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Blanco sobre negro

Las fotos de Yako recuperan algo de aquel aire nuevo que trajo consigo 1983. Eran nuevos tiempos, genuinos, marcados por la ilusión, por los anhelos que parecían empezar a tomar forma.

Uno de los tantos paralelismos que se obstina en trazar la historia: Dani Yako insiste en su vieja Leica, en el artesanal proceso del revelado, en la mística del blanco y negro. Cristina se empeña en defender la palabra, la dignidad, el don de gentes. Se refugia en su hogar, en la intimidad de un mate espumoso, en la libreta de los chicos, en las cosas simples. Cosas que ni el tiempo ni el agua pudieron tapar. Por algo se encontraron.