etcétera. toco y me voy

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¡Los reyes magos!

Probablemente la ilusión de la llegada de los reyes magos, con regalos para uno, que se ha portado más o menos bien todo el año y muy bien ese día, puede concebirse como un puente por el que nuestra niñez se estira -aun cuando ya se asomen- hasta que un aciago día nos damos cuenta que, en fin, bueno, ustedes saben.

TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

¡Flor de piolas los reyes magos! Podridos de estar en casa, se confabularon y contaron a sus esposas que vieron una estrella y que tenían que ir hacia ella, sin dar mayores precisiones. Y se fueron nomás de casa a recorrer el mundo. Es más o menos el esquema de Ulises: -“vieja, aun contra mi voluntad tengo que acompañar a los muchachos a tomar Troya, aguantame unos diez añitos que ya vuelvo. Tejete algo mientras tanto.

¡De joda, los vagos, otra que niño dios ni que Helena! Igual hay que respetarlos: generaron dos fiestas más donde no había ninguna, la Navidad y su propia llegada al sitio que ellos mismos determinaron. Coartada común y ensayada, se fugaron unos cuantos días entre ida y vuelta. Y de paso, dieron lecciones de marketing: si hicieron ese viaje, pues seguramente debían llevar regalos.

Hoy, aceptadas, desacralizadas, generalizadas la navidad y el año nuevo como motivos de reunión familiar o amical, en pleno clima de jarana y de comilona, la festividad de los reyes magos quedó sostenida básicamente por los dueños de las jugueterías y por el concepto de tener tres jodas equidistantes, con una semana de descanso en medio para reponerte. No es cuestión de tirar comida, ni de perder el ritmo ni de recibir el año nuevo pensando sólo en trabajar y en hacer las austeras cosas que nos prometimos en las dos jodas anteriores. La llegada de los reyes magos, en definitiva, postergan un poco más el puñado de decisiones drásticas que habíamos adoptado y se postulan como una muestra de sabiduría: tenés que cambiar, sí, pero tampoco tomarte las cosas tan a la tremenda, que se terminó sólo un año y no el mundo, y un día sigue al otro y todos son más o menos iguales, por más luces y símbolos que les agregues.

Otro de los mitos de los reyes (explicado ya que eran tres tipos jocosos que se escaparon de juerga) tiene que ver con el simpático acto de dejar los zapatitos en la puerta o la ventana para que ellos coloquen allí los juguetes. Se trata de una clara venganza y contraataque del gremio de los zapateros, pues era obvio que iban a afanarse los zapatos y por ende generar la necesidad de adquirir otros nuevos. Ya tenemos juguetes y zapatos.

Igualmente, pensemos qué pasaría si esa tradición pudiera mantenerse. Pienso en las alpargatas del nono combatiendo mano a mano con la baranda de los camellos (un viaje por el desierto, bajo soles abrasadores, con esas bestias todo el tiempo: te la regalo) y pienso hasta en el valor profiláctico de esa combinación: no queda ningún virus, ni peste, ni ninguncoco, ni bacterias ni nadie a la redonda o a la cuadrada.

Otra cuestión a analizar es la aviesa intención de imponer bebida y comida para los camellos y los reyes, una puerta abierta para el reemplazo de agua por vino, de pasto por asado, y de los reyes por todos tus amigotes. Vamos ampliando los gremios participantes. Y nos vamos sacando la careta.

Otro clásico es la torpeza -muy argentina- de tirar groseramente el pasto cerquita sin tomarse el trabajo de realmente hacerlo desaparecer bien lejos, en vez de arrojarlo en el excusado del fondo. ¡Haraganes! Así, de un plumazo y sólo por ir corriendo al excusado para sacar tanto turrón y garrapiñadas, se nos terminó de un solo golpe de vista toda la infancia. Malos tipos, chapuceros, tus viejos.

Y acá estamos ahora: toda una vida para superar el trauma infantil y por fin, ya padres, insistir con la misma tradición (una palabra tan sospechosamente parecida a traición), hacerles agarrar a tus pibes tortícolis varias mirando el cielo, instarlos a que pongan agua y pasto y todas esas cuestiones. En algún momento van a sospechar que acá hay camello encerrado.

No es cuestión de tirar comida, ni perder el ritmo ni de recibir el año pensando sólo en trabajar y en hacer las austeras cosas que nos prometimos en las dos jodas anteriores.