ALFREDO ZITARROSA (1936-1989)

Un artista necesario y vigente

A 20 años de su muerte, su obra sigue siendo un símbolo de la cultura popular latinoamericana. Poeta y compositor uruguayo, su nombre se recuerda como el de un verdadero trovador.

De la redacción de El Litoral

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Télam

El 17 de enero de 1989 dejó de existir el cantautor uruguayo Alfredo Zitarrosa. Desde entonces, su vasta y esencial obra es un legado siempre vigente para la cultura popular latinoamericana.

Nacido el 10 de marzo de 1936 en Montevideo, su nombre se mantiene como el de un personaje incómodo dada su capacidad de innovar el lenguaje musical, abrazar la belleza poética, retratar la realidad y exponer su posición política.

Fue poeta y periodista. Utilizó profesionalmente su honda voz para desempeñarse como locutor y fue capaz de sintetizar esas aptitudes para consagrarse como trovador popular. Su carrera artística se inició en 1963, en Perú, y se nutrió en el registro de 40 discos, fundamentalmente en su patria natal y en nuestro país. Entre sus producciones claves se inscriben “Canta Zitarrosa”, “Milonga madre”, “Coplas de canto”, “Guitarra negra”, “Candombe del olvido”, “Melodía larga” y “Milonga de ojos dorados”.

A lo largo de su trayectoria, y acompañado por diversas formaciones musicales, demostró su talento para innovar el tratamiento rítmico y musical de la milonga, a la vez que dotó de una lírica filosa, atenta y urgente a otros géneros propios del Río de la Plata, como el candombe, la zamba y la canción.

DE CALIDAD

A la hora de mencionar canciones emblemáticas de su autoría, se impone hablar de “Qué pena”, “Stéfanie”, “Milonga para una niña”, “El violín de Becho”, “Milonga madre, cantando te conocí”, “Doña Soledad”, “Guitarra negra”, “Diez décimas de saludo al público argentino”, “Pa’l que se va” y “Zamba para vos”.

En el clima de cambio que marcó las décadas del ‘60 y del ‘70, la voz de Zitarrosa supo redefinir la música uruguaya y sumó matices de calidad a la canción de aquellos agitados años. Su mirada valiente no fue desapercibida para la dictadura militar, que tomó el poder en Uruguay y que lo obligó a exiliarse el 7 de febrero de 1976.

Desde entonces, vivió en España y México, donde plasmó obras antológicas de la talla de “Adagio en mi país”, que denunciaron el despojo y el estado de terror implantado por el régimen de facto.

Cuando regresó a su país, en 1984, una impresionante multitud fue a recibirlo. El mito ya se había potenciado, siendo el máximo exponente para cantar y contar historias de su pueblo. Pese a que no había tenido grandes problemas de salud -aun manteniendo una vida bohemia- la muerte lo sorprendió apenas pasados los 50. La conmoción fue inevitable para la inmensa legión de admiradores que hallaron en su obra una nueva manera de aproximarse a distintas aristas de las artes populares.

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Candombe, zamba y canción fueron los géneros potenciados por su talento.

Foto: ARCHIVO EL LITORAL