EDITORIAL

Cambios en la Ruta 168

Los cambios producidos por el municipio santafesino en las vías de ingreso y salida de los locales bailables ubicados a la vera de la Ruta 168 despertaron una polémica que obedece a distintos factores. De los propios argumentos oficiales para ponerlos en práctica se desprende que no se trató de una medida caprichosa o pasible de alguna sospecha de intencionalidad, orientada a perjudicar a determinados intereses y beneficiar a otros —una pauta que, lamentablemente, se volvió acostumbrada al momento de analizar actos administrativos—, sino que se fundó en la constatación de una situación de riesgo efectivo para la integridad y la propia vida de los santafesinos.

Así fue como, para poner en práctica la medida, se tomaron en cuenta las características del tránsito en la zona y la frecuencia con que los vehículos estacionaban a la vera de la ruta, o los conductores ingresaban a ella de manera directa y en muchos casos —sobre todo, a la salida de los boliches— en condiciones que no eran las más propicias. Todo esto, particularmente agravado por el retiro de los guardarraíles que tiempo atrás brindaban alguna protección.

Las modificaciones de circulación, de las que este medio dio cuenta de manera clara y oportuna, permitieron otorgar mayores garantías al respecto, aunque generaron esperables resistencias entre los propietarios de los locales. En un primer momento, las impugnaciones respondieron a diversos argumentos: el supuesto carácter inconsulto de la decisión municipal, el perjuicio económico que resulta de la extensión del recorrido, por ejemplo, por el mayor costo que requiere llegar en taxi al lugar, y el hecho de que se complica el acceso para las prestaciones diurnas, como es el caso de las guarderías de embarcaciones. A esto se suma la escasa iluminación en los sectores que ahora son el recorrido obligado, la pretendida escasez de información y difusión por parte de las autoridades para el público y una señalización insuficiente.

Con el correr del tiempo y la puesta en vigor efectivo de los cambios, muchas de estas críticas se revelaron erróneas al tiempo que se impuso, como argumento, el bien público que se intenta proteger.

Toda medida es perfectible y sería un criterio inteligente tomarlas en cuenta a los efectos de mejorar su desempeño, para aumentar la eficiencia, por un lado, y para ganar consenso acotando su impacto negativo, por otro. Por lo pronto, el municipio reclamó la restitución del vallado y también la mejora en la iluminación, pero no utilizó ninguna de ambas falencias como una excusa para demorarse en afrontar el problema.

La escasa gimnasia de acercar posiciones y la tendencia a rechazar cualquier tipo de control no pueden obstaculizar la búsqueda de soluciones de fondo. Apoyar lo que se haga en este sentido, vigilando su ejecución y aportando observaciones constructivas, es la mejor manera de propiciar esa conducta en el sector público, ayudar al cambio cultural que la ciudad necesita y apostar una vez más a una necesaria convivencia entre todos los sectores.