Poemas de Irene Gruss
 

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Irene Gruss. foto: valentina rebasa, 2008.

Movimiento

Una mujer sola frente al mar

es más majestuosa que él.

Puede pasar una gaviota

augurando la muerte

o puede caer el sol humedeciendo

las lonas de las carpas

hasta apagarlas,

pero una mujer

frente al mar

mece su soledad como una dueña

y no se estremece.

La luz del mar tiene la importancia

y el movimiento de su ánimo, de su alma.

El viento suena alrededor

de la mujer

y la despierta:

ahora se trata de la playa sin luz, una mujer,

el sol caído, el sonido del mar,

carpas levantadas,

el viento que lo da vuelta

todo.

Tercera persona

Tiene problemas con su lenguaje:

habla y no se le entiende,

escribe y no se le entiende.

Ironiza, da todo

por sentado, cree que lo que ve

es simple,

claro,

nada fácil para traducir.

Por ejemplo, mira la luz

natural:

la conmoción no le basta.

Pide un vínculo,

no sabe, no puede retener

sólo palabras

ni solamente

hechos,

luces,

delicadas luces.

Silencio

Es aquí un misterio natural,

aquí donde el silencio es mago,

mi señor. Lo único que cruje es el pasto.

El amor resuena

como un verso antiguo.

Resuena menos que el silencio

y más que los grillos.

Nadie ocupará su lugar, su silla.

Canta conmigo como yo,

con la boca cerrada. Tranquilo como yo despierta

y pone a mover las cosas,

a que hagan su ruido. El silencio sabe

por qué calla; hace decir y calla.

Misterio natural a la hora dorada.

Débil de corazón

Tuve dos maridos, el primero un romántico

y el segundo un cuáquero.

Hastiada del desenfreno (café y

aguardiente a la mañana, mucho betún

en los zapatos y una camelia falsa

en el broche de la blusa) del primero,

elegí al segundo y tampoco

me satisfizo.

Entonces me hice de amigas. Reímos como locas

y nos fuimos cada una a casa. Esto no era

lo que yo quería, dije en el momento

de precisar el lenguaje. Ah,

corazón mío, no debilites ahora

que viene lo mejor, no debilites,

y enfrascada

me puse

a leer ficción.

***

Que te quede de mí

ese ruido de amapolas

endebles y furiosas

besándote,

y guardes la mirada

perdida, detenida

en algún punto fijo, como

si te mirara detenidamente,

perdidamente,

y te toquen la memoria

mis manos

como si te tocara,

y veles

el cuerpo vivo,

increíblemente vivo

que tuve.

 

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“Bird of Paradise”, de Jean Michel Basquiat.