etcétera. toco y me voy

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Mal bicho

El santafesino promedio (tienen que ver qué cosa es eso) adora el calor y el verano, más allá de que putee y jure que va a cambiar de ciudad. El calor significa salir a la tardecita a caminar, disfrutar de la playa o la laguna, tomarse unos lisos a la noche. Y mosquitos, y moscas, y jejenes, y polillas. El santafesino promedio es bastante masoquista.TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

Desde que comienzan los primeros calores, el santafesino se bate con todas las armas a su disposición (desde insecticidas hasta trabucos, desde vaporizadores hasta cascotes) contra los bichitos apátridas que insisten en visitarnos y habitar nuestros más íntimos lugares y recámaras. Aquí proponemos una mirada desinteresada (ya que no desinsectada) sobre cuatro especies y su conflictiva relación con el santafesino: los jejenes, los mosquitos, las moscas y las polillas.

- El jején es abiertamente mala onda y conspira contra la normal realización de los picnics (generando situaciones embarazosas) y el esparcimiento al aire libre. No hay nada más lindo que poder descalzarse en la hierba, tenderse, disfrutar de una agradable compañía recostado debajo de un ombú (no coman las frutitas, tontos, que da cagueta) y de pronto, zas: jejenes. Uno puede matar uno, sólo para dejar bien señalado el sitio en que ya empieza a salirnos una monstruosa roncha roja, con lo que el muy cretino tiene hasta mausoleo mortuorio en nuestra propia gamba. El jején es un terrible guardabosque, conocido destructor de mayores grados de intimidad. Y ni siquiera nos queda el consuelo de frotar la irritada y otrora bella pierna de nuestra ahora preocupada acompañante, sencillamente porque nadie lleva repelente y porque si alguien es tan previsor que sí tiene en el auto, no es muy romántico eso de ofrecerle un poco de repelente a la señorita. Bicho dañino, el jején.

- Los mosquitos tienen la virtud de aparecer a determinada hora y de ser relativamente fácil presa de nuestros sopapos. No es que no se mueva rápido o no sepa esquivar un cachetazo, pero convengamos que su plan de vuelo es más o menos previsible. Y cuando no los vemos, los muy ególatras anuncian su presencia con el clásico silbido, que nos permite a nosotros actuar mediante el sistema de sonar. Así empezamos a pegar al tuntún y con discreto éxito: solemos quedar sordos y con la oreja colorada y recibiendo un codazo de quien está al lado, porque en nuestro entusiasmo seguimos al mosquito hasta más allá de nuestra frontera. Mosquito, te voy a dar yo. Mosquita muerta.

Les quiero recordar además que deben tener cuidado con los mosquitos porque no se trata de redecorar todo el dormitorio, y sólo porque los señores son vengativos y no se bancan que el bichito de dios, sin jodernos demasiado, nos ganó la partida y se llevó nomás el tanque lleno. Todos merecemos vivir, carajo, menos éste que me acaba de picar la pantorrilla (ustedes tienen que ver lo sensible que es mi pantorrilla) y que no se salva ni con las pastillas de los vaporizadores, que como todos saben tienen la virtud de arrojarnos un olorcito que nos hace dormir tranquilos, mientras los mosquitos se hacen un festival con nosotros.

- La mosca requiere instrumentación accesoria porque no es tan fácil (excepto que se trate de este servidor) cazar una. Al fin y al cabo, matasiete se hizo famoso por agarrar esa cantidad de moscas con la mano. Modestamente, conozco al dedillo dos o tres técnicas para cazar moscas (ya están patentadas). Cuando era chiquito era un gil a cuadros: no sabía ni sé ahora hacer globos con los chicles, no sabía tocar la guitarra, ni silbar fuerte o despacio, ni contar chistes, ni hacer cabriolas, ni mover oreja alguna. Mi única habilidad era saber cazar moscas con la mano, pero la vez que expuse en grupo mi habilidad los resultados fueron desastrosos: nada más mostrar la mosca muerta en mi mano, me retiraron el saludo hasta hoy todas las chicas del curso, incluyendo Martita, que ya es mucho decir.

- De todos los bichitos que vuelan en una casa, la polilla es el más despreciable y peligroso. No tanto por lo que haga o no con la ropa (un grillo te hace agujeros mucho más convincentes en menos tiempo, y nadie hace tanto escándalo), sino porque es muy difícil seguirle el vuelo a la guacha. Va y viene delante tus narices, hace ochos, nueves, sietes, cincos mientras vos quedás severamente estrábico y amagando al cohete largar el doble cachetazo mortal. Por ahí parece que ya la tenemos, ya la tenemos, ya la tenem...¡dónde está! Apagás la luz, encendés la luz, aplaudís por las dudas, pero la polilla como buena artista te coquetea unos metros más adelante y arriba.

Por supuesto que ahora vienen métodos sofisticados para matar estos bichitos (les recuerdo que no necesitan gomera para la naftalina), unos aerosoles específicamente hechos para éste y no para aquél, el sello verde para éstas y el rojo para las otras. Hasta que acertás a encontrar el insecticida adecuado, el bicho ya se escondió ocho veces. Por eso me parece que hay que arreglárselas con el insecticida universal (la chancleta redecoradora de interiores -¡llame ya!- o El Litoral doblado convenientemente) o, como hemos propuesto, con las manos que es lo que tenemos más a mano. Ahora, más allá de su fruncidito gestito de asco ¿de verdad no le entra curiosidad de saber cómo se matan las moscas con la mano?