Al margen de la crónica

La Biblia y el calefón

Nuestra presidente lleva unas dos decenas de veces, en los dos últimos meses, apareciendo en público para anunciar medidas contra la crisis que no nos tocaría, según sus palabras.

Créditos para acceder a viviendas y autos y planes para cambiar electrodomésticos fueron algunas de las novedades, entre otras reiteraciones de promesas de obras públicas, lo que ocupó la fatigada agenda gubernamental.

Cuando oficialmente se da a conocer un proyecto, los ciudadanos suponen que ya está estudiado y listo para ser efectivizado, pero no siempre en el mundo argentino las cosas pasan según indica la lógica.

Las concesionarias todavía desconocen “la letra chica” de los autoplanes; en consecuencia, toman los pedidos, pero sólo de manera informal; igual pasó con los de vivienda. Ahora vamos por los electrodomésticos, cuyos descuentos oscilan entre un 11 y un 50 % de los actuales precios del mercado. No obstante, las marcas interesadas manifestaron que todavía deben ver de qué manera “primitivizan” los artefactos para bajar sus costos y, algunas ni siquiera se animan a usar su marca insignia y están pensando en crear otra para no incinerar la auténtica.

Todo los anuncios huelen a campaña; demasiado pronto para pensar en votos en el sentir de la gente común. La crisis es mundial y todavía, a pesar de los “esfuerzos” realizados, la Argentina sigue estando inserta en el mundo. No puede escapar. Menos aún sin la ayuda de su nave madre: el campo.

Para salir de este brete —uno más—, se debería recurrir a la vieja receta que dio buenos resultados. Este país es agrícolo- ganadero, siempre lo fue. Dar la espalda a los que pueden traccionar más en esta contingencia es no haber aprendido nada. Una perversa sequía se suma a los males de las provincias que más aportan para el bienestar general. De nada sirve que la guerra contra el campo genere más éxodo de peones hacia los cinturones pobres de las ciudades; de eso ya se encarga la adversa naturaleza. Ideas y solidaridad es lo que faltan. Seguir la Biblia y dejar de pensar en los calefones podría ser una conducta inteligente de quienes tienen la responsabilidad de conducirnos por el mejor camino.