HANS JOACHIM LITTEN

El hombre que se atrevió a enfrentar a Adolf Hitler

Entre los enemigos que el líder nazi cosechó a lo largo de su vida se encontraba el abogado Hans-Joachim Litten, que logró acorralar al criminal en un tribunal.

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Cuando Hitler estableció su dictadura, Litten se convirtió en una de las primeras víctimas y no hubo forma de que el jerarca nazi atendiera los pedidos de clemencia de su madre.

Foto: ARCHIVO EL LITORAL

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TÉLAM

Hans-Joachim Litten logró acorralar al líder nazi en un tribunal, aunque más tarde sufrió distintas vejaciones hasta su muerte en un campo de concentración, según detalla en el flamante volumen “El hombre que humilló a Hitler”.

En el libro, publicado por Ediciones B, el investigador Benjamin Carter Hett detalla cómo el abogado obligó a Hitler a declarar una fidelidad a la República de Weimar, que luego se encargó de demostrar falsa con pruebas incontestables.

Según recrea el autor, el líder nazi no supo responder de manera convincente a ninguna de las preguntas y se vio disminuido por la sagacidad de Litten, que leyó ante el tribunal un artículo del jefe de la propaganda nazi, Joseph Goebbels, donde reclamaba “destrozar el Parlamento para conquistar el poder” y “hacer picadillo a nuestros rivales”.

Hijo de un judío y una cristiana culta, el abogado fue uno de los pocos hombres que se atrevió a combatir al nazismo cuando se hallaba en pleno ascenso al poder, y fue capaz de poner en evidencia a quien poco después se convertiría en Führer y terminaría siendo el responsable de su muerte en el campo de concentración de Dachau.

Había nacido en 1903 en Halle, pero su familia se trasladó a la ciudad báltica de Konigsberg cuando él tenía tres años. Su padre era un alto funcionario prusiano, ultraconservador y enemigo de la República.

Litten estudió derecho por prescripción paterna. “Cuando el buey se aburría en el paraíso, inventó la jurisprudencia”, escribió en su diario de estudiante. Pero pronto encontró una faceta apasionante de la profesión: la defensa de los trabajadores.

El 22 de noviembre de 1930, integrantes de la SA -la organización paramilitar de los nazis- asaltaron en Berlín el Palacio Edén, un local donde se celebraba un encuentro entre obreros izquierdistas: hubo una veintena de heridos y la policía no prestó demasiada atención al caso.

Sin embargo, en mayo del año siguiente se inició un proceso en el que la acusación no sólo pretendía identificar y castigar a los asaltantes, sino también demostrar que los nazis utilizaban el terror de forma sistemática para socavar las estructuras democráticas de la República de Weimar.

ROJO DE FURIA

Como abogado de la acusación particular contra los SA, Litten se enfrentó a Hitler y puso en evidencia la naturaleza perversa de un movimiento decidido a instalarse en el poder a través de una vía democrática, en la que después se demostró que no creía.

Años más tarde, el letrado recordaría en su diario que el futuro dictador se había puesto rojo de furia y había gritado en la sala “histérico como una cocinera”, sin el control de situación que el poder le otorgaría años después.

“¿Cómo se le ocurre decir que esto es un llamamiento a la ilegalidad? ¡Eso no se puede demostrar en absoluto!”, aseguró en pleno arrebato de ira Hitler, de acuerdo a la recreación de Carter Hett.

Más tarde llegaría la venganza: cuando Hitler estableció su dictadura, Litten se convirtió en una de las primeras víctimas y no hubo forma de que el jerarca nazi atendiera los pedidos de clemencia de su madre.

Litten fue detenido en Berlín el 28 de febrero de 1933 y pasó por el campo de concentración de Sonnenburg y la cárcel de Brandeburgo, donde fue torturado junto al anarquista Erich Mühsam.

Las siguientes estaciones de su martirio fueron los campos de concentración de Esterwegen, Lichtenburg, Buchenwald y Dachau, donde el 5 de febrero de 1938 fue hallado ahorcado en una letrina, vestido sólo con una camisa. Había dejado una breve nota de despedida y la explicación de que había decidido suicidarse.

Litten estudió derecho por prescripción paterna. “Cuando el buey se aburría en el paraíso, inventó la jurisprudencia”, escribió en su diario de estudiante.