La evolución

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Caricatura de un joven Darwin, montado sobre un inmenso escarabajo, dibujada por su compañero y coleccionista de escarabajos Albert Way, en 1832.

Foto: Agencia EFE

Ana María Echeverría

AFP

Estudiante de teología, apasionado viajero por Sudamérica, esposo amante y hombre modesto y recluso: Charles Robert Darwin, nacido el 12 de febrero de 1809 en Shrewsbury, Inglaterra, sería el primer sorprendido de los festejos mundiales marcando su bicentenario.

¿Quién es el hombre detrás de una de las teorías más radicales de la historia -la evolución mediante la selección natural-, que cambió para siempre la manera como el hombre se mira a sí mismo y al mundo que lo rodea y que desató la ira de la Iglesia victoriana y la Iglesia?

Libros, conferencia y exposiciones organizadas con motivo de su bicentenario se centran más en el desarrollo de la teoría que en el hombre, pero algunos levantan un velo sobre su intimidad. Nacido en el seno de una familia acomodada, su infancia estuvo rodeada por científicos: su padre era médico y uno de sus abuelos, Erasmus Darwin, fue un naturalista.

Empezó a estudiar medicina en Edimburgo pero no le interesó. Su padre lo envió entonces a la Universidad de Cambridge a estudiar teología y se convirtiera en pastor protestante. Pero Darwin, que consagraba cada momento libre a las ciencias naturales, cuestionó las enseñanzas religiosas mucho antes de impugnar la creencia bíblica de la creación.

“Me resulta difícil comprender que alguien deba desear que el cristianismo sea verdad (...) La Biblia parece mostrar que las personas que no creen -y entre ellas se incluirían mi padre, mi hermano y casi todos mis mejores amigos- recibirán un castigo eterno. Y ésa es una doctrina deleznable”, escribió.

HMS Beagle

Su vida cambió cuando uno de sus profesores lo recomendó a Robert FitzRoy, capitán del HMS Beagle, barco de la Marina británica, que buscaba a alguien para acompañarlo en una expedición científica alrededor del mundo. El barco zarpó el 27 de diciembre de 1836 y Darwin, a los 22 años, descubrió un nuevo mundo, que lo llevó a concluir que “los monos hacen a los hombres”, como escribió en una carta a un amigo.

El viaje duró cinco años, con escalas en Brasil, islas Galápagos (Ecuador), Tahití, Nueva Zelanda y Australia. Fascinado por la flora y fauna de América del Sur, como el alemán Alexander von Humboldt años antes que él -cuyos diarios Darwin leyó ávidamente- el joven anotó todo lo que veía, recogiendo especímenes en cada etapa. A su regreso, en 1836, publicó el diario de su viaje, que lo dio a conocer. Pero aunque fueron sus observaciones a bordo del Beagle que lo llevaron a su teoría de la evolución, pasaron 20 años antes de que escribiera “El origen de las especies”.

Aquejado por problemas de salud, Darwin decidió casarse con su prima, Emma Wedgwood, en 1839, con quien tuvo diez hijos. Algunos biógrafos cuentan que fue un padre amante, un hombre con “corazón de oro” que gustaba de dar largos paseos con sus hijos pero que vivía angustiado por sus enfermedades, culpándose por haberse casado con una prima.

Seguía escribiendo, pero era muy cauteloso de divulgar sus teorías. Sin embargo, le pidió a Emma que en caso de él muriera publicara un ensayo sobre la evolución mediante la selección natural porque, escribió, sería “un paso considerable en la ciencia”.

Lo que lo llevó a publicar “El origen de las especies” fue un ensayo publicado por Alfred Russel Wallace, quien llegó a la misma conclusión de que las especies compiten y que sólo las más fuertes sobreviven. Pero según Wallace, esa selección natural estaba guiada por una fuerza sobrenatural. En cambio, Darwin ya en 1838 escribió que “el hombre, en su arrogancia, se cree una obra digna de la intervención de una deidad. Sería más modesto, y más verdadero, que se considerara creado a partir de los animales”.

Cuando murió en 1882, sus teorías eran ya aceptadas por una mayoría de la comunidad científica y Darwin era galardonado con medallas y títulos.