Cuentos de Tolstoi

Por Raúl Fedele

“Relatos”, de Leon Tolstoi. Traducción de Víctor Gallego Ballestero. Debolsillo, Buenos Aires, 2009.

En su manifiesto “¿Qué es el arte?” Tostoi insiste en que “la estética no es más que la expresión de la ética”, y esgrimiendo esta convicción arremete contra los pretendidos genios de la humanidad entronizados por el arte. Su conversión al Evangelio sometió cualquier obra de arte a dos preguntas: “¿Tal obra hace experimentar un sentimiento religioso elevado?” y “Si esta obra no pertenece al arte religioso, ¿posee alguna otra cualidad característica de las buenas obras de arte de la época moderna, como ser la de unir a todos los hombres en un mismo sentimiento?”. Caen así bajo la picota Baudelaire y Verlaine y los pintores impresionistas, y, en primer lugar, Shakespeare.

Sin embargo, como todos los grandes escritores que fueron grandes a pesar de que antepusieron teorías morales o ideológicas o religiosas que “comprometieron” su creación a alguna verdad insoslayable, Tolstoi traicionó de alguna manera esa convicción, o para decirlo mejor, se dejó tentar por lo que Milan Kundera llama “la sabiduría de la novela”: “Cuando Tolstoi esbozó la primera variante de “Ana Karenina’, Ana era una mujer muy antipática y su trágico fin estaba justificado y merecido. La versión definitiva de la novela es muy diferente, pero no creo que Tolstoi hubiera cambiado entretanto sus ideas morales, diría más bien que, mientras la escribía, oía otra voz distante de la de su convicción moral personal. Oía lo que yo llamaría la sabiduría de la novela”. Una sabiduría que no es tributaria sino contradictora de las certezas intelectuales. Un territorio “en el que nadie es poseedor de la verdad, ni Ana ni Karenin, pero en el que todos tienen derecho a ser comprendidos, tanto Ana como Karenin”.

Víctor Gallego Ballestero, que selecciona y traduce este conjunto de “Relatos” de Tolstoi (en el cual debido a su extensión se excluyen las extraordinarias nouvelles “La sonata a Kreutzer”, “La muerte de Iván Ilich”, “El billete falso”, “Los dos húsares” y “Hadzhi Murat”) nos recuerda cuatro de las cualidades que ostentan los cuentos de Tolstoi: la obsesión por el detalle; la comparación de caracteres; el proceso de extrañamiento al presentarnos situaciones habituales, y el sabio uso del monólogo interior.

Esta selección incluye algunos cuentos (sobre todo los que tomaron forma de fábulas y apólogos) en los que Tolstoi buscó adecuarse, para ser comprendido por todos, al ideal narrativo que encontraba en las historias bíblicas, las hagiografías y los cuentos populares, y si hoy los seguimos leyendo con fruición es gracias a la fluidez y transparencia expresiva conquistada por un logrado remedo de la narración oral, como en “Buda” (1904-1908), que transcribimos en estas páginas.

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Tolstoi como mujik, en una foto firmada y fechada por él mismo.