SOCIEDAD

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Francisco Antonio Candioti, el “príncipe de los gauchos”. Retrato supuesto realizado por Juan Antonio Terry a principios del siglo XX.

Arquitectura rural y patrimonio turístico

En esta primera entrega de una serie de notas sobre turismo en el campo, la autora indaga en la historia del patrimonio arquitectónico que hoy puede descubrirse en la llanura santafesina.TEXTOS. ARQ. CRISTINA S. GALETTI.

Santa Fe, 1573, horizontes amplios, tierras vírgenes, ríos caudalosos; hombres, flora y fauna, originales.

Esta situación es la que encontraron Juan de Garay y sus hombres. Un amplio territorio para ocupar y del cual apropiarse. Y así se procedió.

En esta primera etapa de asentamientos hispánicos, el delineado de la planta urbana preveía el reparto de solares “centrales” y quintas en la periferia. “Más allá”, en el ámbito rural, extensiones mayores para chacras y estancias. Los rebaños que acompañaban las expediciones, en estado semisalvaje, poco conocían de límites territoriales. Las tierras, en esta primera etapa de ocupación, fueron distribuidas en suertes de estancias entre los primeros habitantes de la ciudad, a través de mercedes.

Poco a poco se fueron conformando los asentamientos de carácter rural. Durante los siglos XVII y XVIII, en Santa Fe, como también en otras provincias, los establecimientos agropecuarios de cierta importancia pertenecían a órdenes religiosas, en especial a la Compañía de Jesús, quienes habían recibido estas tierras por mercedes otorgadas, por legados o, posteriormente, por compra. En el ámbito de nuestra provincia se localizaban, entre otras, la Estancia Pequeña o San Antonio, en zona de la actual ciudad de San Justo; y la Estancia Grande o Jesús del Salado, San Miguel del Carcarañal, en el sur provincial. Éstas constituyeron una línea de avanzada sobre los territorios vírgenes, a la vez que escudo protector frente a los avances de los indígenas.

En una escala menor en cuanto a extensión, las chacras más próximas al casco urbano de los asentamientos, fueron los establecimientos rurales más importantes para la vida de la ciudad, en tanto y en cuanto eran responsables del abastecimiento de alimentos, más allá de los frutos que proporcionaban las huertas familiares.

Evidentemente, la lucha permanente con los habitantes originales impedía un desarrollo adecuado de estos asentamientos productivos, situación que comenzará a variar, levemente, recién en la segunda mitad del siglo XVIII.

Después de la independencia, entre 1820 y 1850, aproximadamente, las tierras se distribuyeron a criterio del incipiente Estado provincial, por venta o por la ley rivadaviana de enfiteusis, en concesión, situación que determinó que el “reparto” se realizara entre unos pocos que manejaron discrecionalmente el uso de las propiedades, ya que dicha ley no los obligaba a poblarlas o trabajarlas. Leyes posteriores, de los años 1857 y 1867, dejan sin efecto el sistema enfitéutico, otorgando en arrendamiento gratuito las tierras ubicadas en zonas “fuera de frontera”.

En nuestra provincia se producen, en esta segunda mitad del siglo XIX, las primeras experiencias de colonización agraria y, hacia finales del siglo, las grandes extensiones de tierras otorgadas a familias relacionadas con el poder central dieron origen, sobre todo en el sur del territorio santafesino, a la venta de lotes con destino a la explotación agropecuaria. En un principio para la conformación de estancias ovejeras, que luego irán variando su actividad productiva, ajustándose a las demandas del mercado y al desarrollo tecnológico vinculado con la actividad.

Es en este período en que la introducción del alambrado modifica definitivamente el paisaje rural.

Vida rural y arquitectura

El conocimiento acerca del sistema de la vida rural y su arquitectura durante los siglos XIX y principios del XX, tienen como fuente principal de información los relatos de viajeros y los informes realizados por “técnicos viajeros”, encargados por los gobiernos de turno.

No abundan escritos sistemáticos acerca del desarrollo de la arquitectura rural en nuestro país, ya que, en su mayoría, fueron procesos de evolución determinados por las necesidades funcionales, primarias, de cada asentamiento.

Durante las primeras épocas, el peligro permanente de las invasiones indígenas determinó que las construcciones fueran bastante rudimentarias por cierto. Se comenzaba por cavar un foso de defensa que establecía el límite del casco y, luego se construían otras instalaciones para guarda de herramientas y alojamiento de quienes trabajaban la tierra, ocasionalmente de su dueño cuando visitaba la propiedad.

Para aquerenciar el ganado se realizaba una especie de corral de palo a pique. Las construcciones eran de un solo piso, construidas con adobe o tapia y techo de paja; ocasionalmente alguna más desarrollada poseía techo de tejas. En algunos establecimientos se construía un mirador al tipo de los mangrullos de los fortines.

Paulatinamente, al ir consolidándose los asentamientos se comenzó a construir con ladrillos, incorporándose elementos tales como galerías rodeando la construcción principal.

En general, según los relatos de la época, no es común todavía la plantación de árboles. Sólo se encontraba forestación en aquellas zonas donde la vegetación era autóctona. Esta situación comienza a cambiar en la segunda mitad del siglo XVIII.

Una provincia, muchas realidades

Como vasto y diferente es el territorio provincial, así fue el proceso de ocupación de la tierra durante el siglo XIX y principios del XX en la provincia de Santa Fe, y como consecuencia de esto, de la arquitectura con la que se manifestó.

Desde la casa del colono hasta la estancia ovejera están presentes en nuestra arquitectura rural. Diferentes realidades, tipologías, escalas y lenguajes expresivos, construyen un rico catálogo patrimonial que intentaremos mostrar a través de estas notas, sin más pretensiones que la de dar a conocer algunos ejemplos de la historia de nuestro campo que, hoy, en el siglo XXI, con las mismas o diferentes e innovadoras actividades, siguen presentes en tierras santafesinas. Y cuando hablamos de actividades diferentes, nos referimos específicamente al turismo rural. Sin embargo, creemos oportuno ofrecer una rápida vista por las diversas tipologías arquitectónicas de nuestras estancias y establecimientos rurales.

Bibliografía:

Roberton, J.P. y G. P. “La argentina en la época de la Revolución”. Buenos Aires, 1920.

Sáenz Quesada, María. “Los Estancieros”. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.

Gallo, Ezequiel. “La pampa gringa”. Buenos Aires, Sudamericana, 1984.

Zapata Gollán, Agustín. “Las Estancias (Las Estancias del Salado)”. Santa Fe, Ministerio de Educación y Cultura, 1975.

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Estancia 1839 Carlos Morel. Fuente: www.tradicióngaucha.com.ar.

El príncipe de los gauchos

Los relatos de viajeros constituyen una fuente de información ineludible acerca del paisaje que se abría ante los ojos de quienes visitaban estas tierras. En 1809, un comerciante británico, John Parish Robertson, visita y recorre el país y, entre otros relatos, nos permite conocer a uno de los grandes hacendados santafesinos de la época, Francisco Antonio Candioti y Cevallos, a quien define como “el príncipe de los gauchos”.

Nos relata que Candioti montaba un “bayo tan lustroso y potente; decididamente el animal más lindo que yo había visto en el país. Nada más espléndido, como caballo y jinete formados en conjunto”.

Más adelante lo define como “potentado patriarcal. Sus maneras y hábitos eran igualmente sencillos, y su modo de conducirse con los demás tan sin ostentación y cortés, como eran sus derechos a la superioridad y riqueza universalmente admitidas”.

Y sigue su relato: “El príncipe de los gauchos, era príncipe en nada más que en aquella noble sencillez que caracterizaba todo su porte. Estaba muy alto en su esfera de acción para tener competencia, demasiado independiente para someter su cortesía por el solo beneficio personal; y era demasiado ingenuo para abrigar en su pecho el pensamiento de ser hipócrita”.

Robertson hace también una pormenorizada descripción de su vestimenta y su carácter, pocas veces visto por el visitante en otros sitios rurales recorridos.

Sin embargo, la residencia de Candioti ofrece ante los ojos del inglés, una imagen de precariedad y modestia. Cuenta que a la casa del estanciero se presentan, permanentemente, los capataces de los otros establecimientos para solicitar órdenes no debemos olvidar que poseía estancias no sólo en Santa Fe, sino también en la actual Entre Ríos- o traer mensajes.

“El patio de la mansión tiene algo de cuartel general y el amo está siempre a caballo, casi una manía de su incesante trajinar por las pampas. Falta la calidez del hogar en lo de Candioti, cuya vida sentimental es bastante irregular”.

Contaba con capilla, ya que erigir y mantener los templos era una de las responsabilidades que asumía el estanciero, al igual que el manejo las pulperías, que fomentaban el encuentro social de los peones. Robertson, como buen comerciante, evalúa, además, la falta de lujo con que se vive, y se pregunta cómo convertir en consumidores de manufacturas a estos austeros pobladores.

El “príncipe de los gauchos” muere, en 1815, siendo el primer gobernador de su provincia.