Con ingenio y creatividad

Maduran las frambuesas

Casi por accidente, Adriana y María Elena Engler montaron una modesta plantación en Pujato Norte, donde tienen al tambo como principal actividad. Hoy venden fruta fresca de calidad para el consumo en la ciudad de Santa Fe.

maduran las frambuesas

Juan Manuel Fernández

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La maña de un gringo de la colonia lo puede todo, incluso lograr que una especie de clima frío como la frambuesa se desarrolle y fructifique en el centro santafesino, a pesar de las altísimas temperaturas que se sufren durante el verano.

Las hermanas Adriana y María Elena Engler lo hicieron posible en Pujato Norte, a escasos 30 kilómetros al oeste de la ciudad de Santa Fe. La experiencia comenzó en 2005 y desde entonces pasó a formar parte de la empresa familiar, cuyo puntal es un pequeño tambo habilitado para exportación a la Unión Europea. Últimamente, también incluyeron actividades de turismo rural y reciben contingentes escolares para mostrarles cómo es el trabajo en el campo.

Si bien se trata de “una reservita” dentro del esquema de negocios del Establecimiento Los Rosales, la frambuesa cuenta con amplias posibilidades para su comercialización. En este momento la más interesante es la venta de la fruta fresca, por la que obtienen $15 por kilo. Pero también existe interés de exportadores e industriales para su elaboración.

Inquietud y ganas

El periplo que culminó en la primera plantación demuestra el espíritu inquieto y la inventiva constante de los Engler. Al principio pensaron qué hacer con los residuos del corral de espera, que a diario acumula grandes volúmenes de estiércol. Entonces apostaron a las lombrices californianas y decidieron transformarlo en humus. Y cuando se preguntaban dónde colocar ese fertilizante natural se cruzaron con un curso sobre producción de frambuesas en el que se anotaron “como para ver de qué se traba”. Al poco tiempo, y tras comprar los primeros plantines, también innovaron sobre lo que habían aprendido en aquellas clases (incluso desoyendo a su propio maestro) y diseñaron un sistema de siembra “ad hoc”: hicieron “lomos” con el abundante humus, sobre ellos plantaron las estacas y de esa manera obtuvieron plantas de muy buen desarrollo gracias al rico aporte nutricional.

El resto de la inversión se completó con el sistema de riego por goteo, más algunas otras cosas “recicladas”, como los postes y alambres, utilizados para montar las melgas.

Los primeros 1.000 plantines que compraron llegaron desde El Bolsón. De ellos se sirvieron para la reproducción y hoy cuentan con unas 4.000 plantas. Desde entonces, la superficie creció de media a poco más de una hectárea. Cada ejemplar puede alcanzar una vida útil de 10 a 12 años.

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Bichos y hongos afectan el cultivo. A la izquierda el “7 de oro”. A la derecha, efecto de una enfermedad fúngica que ataca la fruta luego de las lluvias.

Fotos: Juan Manuel Fernández

La temporada de cosecha se inicia en noviembre y, si no hay heladas tempranas, puede extenderse hasta mayo. Para este año esperaban obtener alrededor de 1.000 kilos, pero la sequía les pegó duro —a pesar de contar con riego— y estiman que alcanzarán sólo la mitad. “Si bien tienen agua por riego, las altas temperaturas y el ambiente tan seco chamuscaban las flores y después no salía la fruta”, detalló María Elena, quien además de las frambuesas se encarga del ordeñe diario.

El negocio se complementa, además, con la venta de plantines, que comercializan a otros emprendedores a $4 cada uno.

Desafío en el campo

El camino de la fruta se inicia con la cosecha en la chacra y continúa luego con la selección y el envasado. Las frambuesas que no muestran daño y presentan una madurez apropiada (consistentes, rojas, no “pasadas”) se destinan a la venta en fresco y el resto se congela para comercializarla con destino a manufactura. Dos veces a la semana, el comprador de la fruta fresca retira alrededor de 10 kilos, fraccionada en envases de 250 gramos, para ofertarlos luego en el Mercado de Abastecedores de Frutas y Hortalizas de Santa Fe.

En el campo, la principal amenaza son los pájaros. En particular cardenales, venteveos y calandrias, a los que no hay forma de alejarlos y que, estiman, generan una pérdida mínima cercana al 1%. Por suerte, loros y palomas no muestran ningún interés por las vistosos frutos rojos.

Tampoco hay mayores complicaciones sanitarias, excepto alguna enfermedad fúngica ocasional o el accionar del “7 de oro”, pequeño escarabajo muy común en el sorgo y el girasol. “Cuando llueve y sale el sol enseguida aparece un hongo que ocasiona una mancha blanca a la fruta. Es como una quemadura; y cuando lo cocinás queda como un corcho”, relató María Elena. Para combatirlo, luego de cada lluvia aplican, a mochila, el mismo fungicida que suele usarse en la producción de frutilla y tomate.

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La cosecha es muy delicada y se realiza preferentemente por la mañana.

Foto: Juan Manuel Fernández

Mucho por delante

Hasta el momento el emprendimiento de la familia Engler progresó a fuerza de voluntad y perseverancia. Pero a futuro son conscientes de que tendrán que incorporar nuevos conocimientos si el objetivo es seguir desarrollando el negocio de las frambuesas.

Por ahora el único contratiempo que los frenó fue la inundación de 2007. “Nos llevó la mitad de las lombrices y entonces no tuvimos el humus que necesitábamos para seguir plantando”, recuerdo María Elena.

A su vez el aislamiento les dificulta ampliar su experiencia y es por eso que aprovecharon la visita de un grupo de estudiantes de la Facultad de Ciencias Agrarias, quienes realizaban un relevamiento en la región, para pedirles que los contacten con otros productores de frambuesas, ya que también hay en Progreso, Esperanza y Desvío Arijón, entre otros. De esa manera, suponen que podrían intercambiar experiencias y mejorar la producción.

 
 
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María Elena clasifica y envasa las frambuesas en recipientes de 250 gramos.

Foto: Juan Manuel Fernández

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el dato

Un tambo castigado por hacer las cosas bien

La principal actividad en el establecimiento Los Rosales, de la familia Engler, es el tambo. Cuentan apenas con 34 vacas en ordeñe con una producción diaria de 640 litros, por lo que mantienen el viejo sistema de brete a la par. Sin embargo eso no les impide estar habilitados para proveer leche con destino a la Unión Europea.

Lograr semejante status no es tarea sencilla y tampoco resulta gratis. Para ello existe una larga lista de requisitos a cumplir que son auditados periódicamente por el Senasa.

Como es de esperar, la lógica es que la industria láctea pague un plus de precio por la calidad alcanzada tanto en la producción como en los procedimientos.

Sin embargo, el embrollo que se generó tras el último acuerdo lácteo terminó perjudicando a la familia Engler. Es que, cuando se firmó al pacto por el cual los tamberos recibirían $1 por litro durante octubre, noviembre y diciembre, los precios internacionales no se habían derrumbado como ocurrió luego a raíz de la crisis internacional. En su intento por mantener lo firmado, el Secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, determinó que las usinas deberían pagar dos precios, según el destino que le dieran a la leche: $1 para consumo interno, mientras que la de exportación se pagaría a los valores que establezca el mercado internacional, que por la crisis cayeron por debajo de los locales.

Así las cosas, se produjo la inexplicable paradoja de que el tambo de la familia Engler terminó siendo castigado por hacer las cosas bien, puesto que como su leche está destinada a la exportación pasó a tener menor valor en lugar de ser recompensada.

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