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Esa extraña belleza americana

Una vista panorámica de Cartagena de Indias, la bella ciudad del caribe colombiano.

Esa extraña belleza americana

Las tierras caribeñas tienen algo que enamora. Algo que nace en las profundidades de la bahía de Cartagena de Indias, recorre calles angostas, salta murallas que escoltan la historia, trepa a balcones poblados de flores, roza los hombros de vendedores ambulantes y se pierde en los compases de vallenatos que suenan en un minúsculo bar en una esquina cualquiera.TEXTOS Y FOTOS. MARÍA DE LOS ÁNGELES ALEMANDI.

Cartagena de Indias enamora. Ubicada a más de mil kilómetros de Bogotá, esta ciudad colombiana es considerada una de las más lindas de América. Bella como todas las mujeres que la habitan, se torna irresistible. Para desnudarla basta con caminar por sus playas y veredas. Sólo entonces su paisaje imponente parece cobrar vida en pequeños detalles que le dan identidad: su gente, sus costumbres, su pasado.

La densa vegetación de las plazas, el calor casi insoportable que se adormece en las vueltas de las paletas de los ventiladores, el color vivo de las casas, niños sentados en los cordones de las calles y algunos carteles hechos a mano pegados en las puertas, nos sumergen en el realismo mágico de García Márquez. Uno se convence, entonces, de que Fermina Daza y Florentino Ariza quizá están por embarcarse en el puerto.

Cartagena es innegablemente hermosa. Se puede hacer una lista de lugares que vale la pena conocer y visitar. Es posible escribir varias páginas contando su historia, hablando de los once kilómetros de muralla que cercan la ciudad y que se construyeron por orden de los Reyes de España para defender el preciado territorio. Castillos, fuertes, catedrales, iglesias y miles de casas conforman un paisaje arquitectónico pocas veces visto, que mezcla tiempos de la colonización con el espíritu de un pueblo que se pone su traje moderno con cada hotel cinco estrellas que se alza en la zona de Bocagrande.

Pero todo eso se puede encontrar al navegar en Internet. Lo que no se halla es aquello que se adhiere al alma. Pisar sus calles, recorrer las bóvedas repletas de artesanías y pobladas de pinturas que imitan la obra de Botero, escuchar la voz inconfundible de Petrona Martínez, disfrutar el café de Juan Valdez, conversar con sus habitantes, nos permite conocer un poco más este pequeño paraíso caribeño y comprender también que la belleza como la felicidad no son absolutas.

La lucha del sustento

La ciudad tiene una población de más de 1.030.149 personas -según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística-, de las cuales el 75% son pobres. Por eso, para los turistas, los cartageneros están siempre “a la orden”. En la playa se acercan para ofrecer pulseras y colgantes, comidas tradicionales, frutas, bebidas frías o un masaje relajante. Tan rápido como se va un vendedor aparece otro y hasta pelean las negras mujeres por pasar su crema en el cuerpo de los extranjeros. Todo a cambio de unos pocos pesos colombianos que significan para ellos el sustento de cada día.

Una tarde fuimos a conocer las Islas del Rosario, que se encuentran a 45 minutos de Cartagena, en lancha. A la belleza de una playa de arena blanca bañada por un mar azul que se torna verde, sumé el encanto de Pepe, un joven negro de 28 años que se acercó con ganas de que le compre una pulsera, y con esa excusa conversamos un rato.

Así supe que era de mi edad aunque parecía mayor y que tenía dos pequeños hijos. Me habló con franqueza de sus andanzas y de un largo viaje de a pie hasta la playa, que le roba cuatro horas diarias con el único fin de vender las artesanías y poder mantener a su familia. En ese momento uno se mira en los ojos del otro y le duele como nunca la injusticia. Antes de irse, Pepe hizo un amuleto para mí que seguro le traerá suerte a él.

Recorriendo las calles aparece otra sorpresa, algo así como telecentros ambulantes: en las esquinas se ofrecen celulares para realizar llamadas de corta o larga distancia. Uno elige el que más le gusta, marca el número y habla en medio de una multitud que sigue su rutina agitada. Se paga por minuto.

Y aunque agobia el calor, la caminata por la muralla que rodea imponente la ciudad vieja, declarada Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad por la Unesco, es tarea obligada. Andando con rumbo claro encontramos la casa del autor de

“Cien años de soledad”. No es tarea difícil hallarla, porque cualquier ciudadano indica con los ojos cerrados su ubicación.

Diseñada a comienzos de la década del “90 por el reconocido arquitecto colombiano Rogelio Salmona, causó un gran debate por su apariencia moderna. Es una casa también amurallada, color terracota, que no deja ver toda la magia que uno imagina hay detrás.

De todos modos, conocimos la intimidad de una vivienda cartagenera porque Carlos nos alquiló una habitación de su casa. La había restaurado con fines turísticos pero la fachada, como indica la legislación municipal, guardaba años de historia. Incluso su enorme puerta de madera tenía otra más pequeña por la que había que agacharse para ingresar. Contaba el dueño de casa que otrora la puerta se abría completa para que entrara el español con sus caballos y que la pequeña la utilizaban los indígenas esclavos. Adentro, la casa era preciosa por su sencillez y porque lograba transmitir el espíritu de vida de una ciudad bella, pobre y alegre.

La noche cartagenera

Por las noches disfrutamos de buena música en bares como Quiebra Canto, ubicado en un primer piso y con un balcón que tiene como vista la Torre del Reloj. Allí conocí a Agobardo Figueroa, un personaje de Cartagena de Indias. “Ago” se acercó e inició la charla sin vueltas. Hablaba y agitaba las pequeñas maracas que fabrica utilizando los cilindros metálicos que contienen las películas fotográficas, a los que les echa balines para que suenen con ritmo. Mientras los sacudía y movía las caderas, este hombre delgado con sonrisa eterna mostraba fotos que tomó con la máquina Polaroid que llevaba colgada del cuello. En la primera se lo ve junto a Gabo, hay otras con personajes del espectáculo y una con el hijo del presidente Uribe, según explica.

“Ago” no se esforzó por vender su artesanía, sólo disfrutaba de la buena música y nos prestaba las maracas para que las hagamos sonar sin miedo.

Cartagena es una ciudad maravillosa. Llegué a ella porque fui una de la ganadoras de las Becas de Investigación Periodística de la Fundación Avina. Y me enamoré, no sólo porque cada lugar tiene su magia particular, porque descubrí una cultura nueva y gente asombrosa; sino también porque en ese lugar del mundo viví una de las mejores experiencias a nivel profesional: conocí periodistas latinoamericanos comprometidos con este extraño oficio y aprendí mucho de las palabras de grandes maestros como Javier Darío Restrepo, Fernando Alonso y Geraldhino Vieyra que creen en un periodismo ético, responsable, de excelencia y capaz de acercar esperanzas y respuestas al futuro posible. Desde allí, el paraíso parecía estar muy cerca.

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Islas del Rosario. Se las puede visitar recorriendo 45 minutos en lancha, desde Cartagena.

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La muralla y el mar, con su especial magnetismo.

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Catedral de Santa Catalina, otro sitio visitado por los turistas que llegan a la ciudad de García Márquez.

Cartagena del poniente

Cartagena de Indias es una ciudad que desde sus inicios hasta hoy ha influido notablemente en los hechos de Colombia. En tiempos precolombinos habitaban en sus costas indios guerreros de la raza Caribe que habrían de darles problemas a más de una expedición colonizadora que se atreviera a desembarcar en sus playas.

Le tocó entonces el honor de la fundación al madrileño Don Pedro de Heredia, el 1 de junio de 1533, con el nombre de “Cartagena de Poniente”, para diferenciarla de “Cartagena de Levante”, en España, ambas con bahías similares.

La naciente población sería blanco de la codicia de invasores ingleses y franceses, y es que su calidad de puerto negrero y comercial la hacía muy atractiva a ojos foráneos. Por lo tanto su protección y defensa eran más que urgentes, comenzando en pleno siglo XVI con el Fuerte del Boquerón (donde hoy está el Fuerte del Pastelillo). Luego vendrían, poco a poco, las diferentes fortificaciones que rodearían a la ciudad de acuerdo a las exigencias y la evolución del arte militar en los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, no por esto la ciudad se salvaría de arrasadoras invasiones como la del Barón de Pointis en 1697, que la dejó arruinada.

En 1610 llegarían los primeros frailes del Tribunal de Penas del Santo Oficio de la Inquisición, que extendería su poder de reprensión y vigilancia hasta la época de la Independencia.

Cartagena de Indias fue en ocasiones sede de virreyes, como Don Sebastián de Eslava, que gobernó durante casi diez años seguidos, reemplazando a Santa Fe como capital del Nuevo Reino de Granada.

El 11 de noviembre de 1811 se firmaría el Acta de Independencia Absoluta de España, comenzando con esto 10 largos años para lograr la emancipación definitiva. De los muchos bloqueos y sitios que sufrió la Villa de Heredia, cabe destacar el impuesto por Pablo Morillo, El Pacificador, en 1815, quien tenía el objetivo de recuperar esta importante plaza para la Corona Española. “Cartagena de Indias, Ciudad Heroica”, fue el título que se ganaría luego de soportar más de tres meses de intenso cerco.

En la época republicana la ciudad entraría en un largo período de estancamiento, producto de su pérdida de interés estratégico y comercial. Se puede citar a Rafael Núñez, cartagenero que durante esta época de “recesión” de Cartagena de Indias, fuera elegido presidente de la República en cuatro ocasiones, dirigiendo los destinos de la Nación desde la Heroica, como en la Colonia lo hicieran algunos virreyes.

El renacer de Cartagena de Indias como ciudad determinante en Colombia se da entrado el Siglo XX con la reactivación de su economía, cuando su historia y sus leyendas son sólo recuerdos del pasado glorioso de esta ciudad turística hoy esperanzas y sueños para el futuro.

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La calle y su gente, coloridos atractivos de esta perla americana.