etcétera. toco y me voy

Desayuno continental

Desayuno continental

Otro de los clásicos de las vacaciones es el desayuno “continental”. Hay gente que se lo toma en serio y morfa como para andar a pie por los cinco continentes. Y que acá todos los días toma dos mates con una masita y allá pataleá si se termina el jugo de Passiflora edulis flavicarpa. Maracuyá para los amigos. TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected]

Los argentinos ya somos deplorables en patota; en viaje directamente somos impresentables a fuerza de afanar jaboncitos o sacarle ventaja a lo pactado. Y entre esas revanchas permitidas está la plena utilización del desayuno continental, que como se sabe no es el más fastuoso (el sajón es mucho más exagerado porque incluye huevos, tocinos, platos calientes, etc.) pero sí el más popularizado. Muchos creen que es un invento americano, pero no es así: el continental es francés y se opone al sajón (que es insular) y le agrega harinas en vez de salchichas o huevos. Todo me lo contó el profesor Gugl, por supuesto, que es la persona más sabia del mundo y sabe todo de todo.

Pero la nota más saliente es el contraste entre nuestros modosos usos argentinos (unos mates amargos y dos galletitas con suerte, antes de salir rajando para el laburo) y el de nuestras vacaciones, donde el desayuno pasa a ser la comida principal del día y a veces la única.

Hay que ver la cara de los argentinos frente a esas mesas con manjares a disposición y en las que sólo hay que ir y servirse...varias veces. Muchos comen como para el resto de las vacaciones e incorporan calorías como para cruzar Los Andes y llegar a bañarse al pacífico de un solo envión.

En países tropicales como Brasil, además, sorprenden con sus perfumadas y fantásticas frutas, de las cuales ya somos consumidores expertos a los dos días.

Los señores, que todos los días salen sin tomar agua en su casa, protestan si no tienen jugo exprimido de abacaxi.

Pero tanta disparidad y variedad de alimentos al alcance de la mano genera por lo menos el ejercicio de que los vagos se levantan muchas veces y caminan hasta la mesa grande y vuelven a la suya. Y el ejercicio da hambre. Y se crea un círculo vicioso que, untado con mermelada de no sé qué cosa, queda fantástico.

Hay tortas que no vimos en nuestra vida, unos porotitos de aspecto sospechoso, jamones y bondiolas, quesos, yogures varios, frutas, mermeladas...

Muchos se creen en la obligación de comer de acuerdo con la oferta: tienen los estómagos que tienen pero quieren almacenar para el resto del día, alterando hasta las leyes de la física: ese tipo no puede morfar todo eso. Pero el tipo en cuestión puede, aunque después parece un muñeco inflado de lentos movimientos.

No contentos, otros muchos envuelven abierta o cerradamente dos pedazos de torta para la playa “porque el nene no desayunó nada” o deslizan cuatro sandwichitos en el bolso de la nona. Y de paso, con pedagogía de acción y ejemplo, vamos educando a nuestros hijos para que arrasen con todo a su paso porque “ya lo pagamos”...

El resultado final es que al final de las vacaciones, sonrosados y gorditos, volvemos a la rutina del mate cocido y un pedazo de pan y listo.

El contraste entre vacaciones y resto del año se hace notorio no sólo con diferentes rutina y paisajes, sino, desde el vamos, con la propuesta gastrómica que invierte nuestro almuerzo o cena fuertes por el reinado híper calórico del desayuno.

Muchos se atajan con la certeza de que después en la playa se arreglan con un choclo o con una ensalada de frutas. Pero el mensaje final es que las vacaciones y el desayuno continental o sajón o la combinación grosera de ambos, generan un cambio violento en nuestra alimentación. Y también sacamos de la rutina a nuestros niños, que son de golpe glotones demonios de Tasmania a los que luego querremos, ya en casa, domar y poner en caja porque “ya no estamos de vacaciones”.

A mí lo que me rompe los quinotos del desayuno continental es que al final de las vacaciones te quedás sin un mango, literalmente. Provechito.