Barranca Yaco (II)

Quiroga y su estrella

Rogelio Alaniz

Facundo Quiroga sale de Buenos Aires el 17 de diciembre de 1834. Rosas entiende que sólo la autoridad del Tigre de los Llanos puede hacer entrar en razones a los díscolos caudillos del noroeste. Quiroga tiene 46 años, es un hombre relativamente joven, su temperamento se mantiene intacto, pero su salud está deteriorada.

Desde hace tiempo su residencia oficial es Buenos Aires. Los observadores y los historiadores luego van a manifestar asombro por el señorío de Facundo. Su vida en la gran ciudad es la de un gentleman. Viste en las mejores sastrerías, frecuenta los clubes sociales donde su afición por el juego se manifiesta sin disimulos, alterna con las familias más distinguidas de la ciudad, sus hijos estudian en los colegios más caros, su presencia es habitual en las tertulias de las señoras de la elite rosista, es en definitiva un gran señor.

Quiroga sorprende a muchos por sus modales educados, su trato mundano e incluso por su prosa elegante. Para Sarmiento, el supuesto cambio de Quiroga es una prueba más de que la ciudad civiliza y el campo embrutece, una ley social que ni siquiera un primitivo como Facundo puede eludir. En su célebre libro, Sarmiento habla de un Quiroga tan respetuoso de la ley que cuando intenta ser asaltado reduce al ladrón y lo entrega a la policía, conducta insospechable en alguien que se había distinguido por su afición a hacer justicia por mano propia.

En realidad, Quiroga puede ser una persona educada y encantadora y, al mismo tiempo, un caudillo severo y brutal. Estos dos rasgos de conducta no tienen por qué contradecirse, sobre todo en un caudillo que debió poner a prueba su autoridad en tierras bravías, entre hombres duros y despiadados donde el liderazgo exigía el manejo de destrezas y habilidades iguales o superiores a las que ellos exhibían.

Quiroga podía ser un caudillo aguerrido y temperamental, diestro en el manejo de los animales y los hombres, pero ese ascendiente provenía no sólo de su coraje sino también de su posición social. Quiroga podía vivir en las campañas como un pobre, pero nunca lo fue. Para 1835 es el titular de una de las fortunas más importantes del país. Provenía de familias distinguidas de La Rioja: los Quiroga y los Argañaraz, pero a la fortuna heredada la había incrementado de modo geométrico porque en ningún momento se desentendió de los negocios y las especulaciones financieras.

Según la leyenda, desde que sale de Buenos Aires el rumor de la emboscada y un desenlace fatal lo acompañan. Las últimas palabras que le dirige a Buenos Aires son premonitorias. “Si salgo bien te volveré a ver, si no ¡adiós para siempre!”. Cien años antes de Gardel y Le Pera, Quiroga se despedía con heroica sobriedad de su Buenos Aires querido.

El gobernador de Buenos Aires es en esos meses el doctor Manuel Vicente Maza, en realidad más que un gobernador, un dócil testaferro de Rosas, aunque esa sumisión no le alcanzará para eludir el puñal de la Mazorca tres años después. Maza es el gobernador pero el que decide es Rosas. Así se demuestra en la reunión que los tres celebran en la quinta de Terrero ubicada en San José de Flores.

¿Qué conversan allí? Se sabe que hablan de política, pero no se conocen más detalles. Quiroga continúa su viaje y en la estancia de Figueroa, ubicada en San Antonio de Areco, mantiene la última reunión con Rosas. Allí, el Restaurador escribirá después que se se vaya Quiroga, la célebre carta que la historia conocerá como “La carta de Figueroa”, un conjunto de sagaces opiniones acerca de la organización nacional y sus posibles alternativas.

La carta está tan bien escrita, su prosa es tan fluida y precisa que algunos historiadores dijeron que Rosas no la podía haber escrito. Según parece, Rosas no la escribió pero se la dictó a Antonino Reyes, su secretario y escribiente. A decir verdad, a Juan Manuel no le importaba demasiado ser reconocido como un erudito por los intelectuales del futuro, pero quienes suponen que su condición de caudillo era sinónimo de gaucho analfabeto, deberían prestar atención a la correspondencia de Rosas para verificar que el supuesto caudillo rústico era un hombre que podía escribir con excelente prosa del mismo modo que podía llegar a ser encantador cuando se lo proponía.

¿Rosas ordenó asesinar a Quiroga? No sólo no hay pruebas de que así haya sido, sino que tampoco hay razones que puedan justificar la hipotética orden de darle muerte. Como lo afirma el propio Sarmiento, Rosas era un hombre de alma helada, que tomaba decisiones cerebrales y que asesinaba sin pasión. Para 1835, Quiroga era para Rosas más útil vivo que muerto. En realidad, el poder del Tigre de los Llanos siempre estuvo por debajo del Restaurador. Que en los últimos meses hubiera expresado algunas disidencias respecto de la cuestión de la organización nacional no alcanza a explicar el asesinato. Juan Manuel, contra lo que creen su detractores, era capaz de soportar disidencias mucho más profundas que las que manifestaba Quiroga.

Es verdad que la muerte de Quiroga le permitió a Rosas instalar la dictadura con las facultades extraordinarias y la suma del poder público. Que el crimen haya favorecido sus ambiciones políticas no autoriza a suponer que efectivamente lo haya cometido. Rosas no ignoraba que Quiroga corría peligro viajando al norte, pero fue él uno de los que más insistió en que tomara las precauciones del caso; tanto insistió, que Borges se permitió inferir de ello una estrategia de Rosas contra Quiroga consistente en desafiarlo, teniendo en cuenta su coraje inmenso e irreflexivo.

Según Borges, la inminencia de una emboscada, en lugar de atemorizar a Quiroga lo arrastraría ciego a su destino final: “Esa cordobesa bochinchera y ladina -meditaba Quiroga- / qué ha de poder con mi alma/ aquí estoy afianzado y metido en la vida/ como la estaca pampa bien metido en la pampa/ Yo que he sobrevivido a millares de tardes/ cuyo nombre pone retemblor a las lanzas/ no he de soltar la vida por estos pedregales/ ¿muere acaso el pampero, se mueren las espadas?”.

En realidad, la hipótesis más probable es que el operativo de Barranca Yaco haya sido organizado por los hermanos Reynafé, enemigos declarados de Quiroga, respaldados secretamente por Estanislao López. El primer historiador en sostener esta hipótesis fue Adolfo Saldías. No fue el último. Los hermanos Reynafé eran los dueños de Córdoba, pero jamás se le hubieran animado a Quiroga sin el respaldo explícito o implícito de un poder mayor.

En sus Memorias, José María Paz escribe que en septiembre de 1834 López y Francisco Reynafé mantuvieron una reunión secreta donde acordaron asesinar a Quiroga. Las rivalidades de Quiroga con López eran célebres y hasta pintorescas. Quiroga lo acusaba de haberle permitido a Paz pasar por la provincia de Santa Fe para llegar a Córdoba en 1829. Cuando hablaba de él, le decía “gaucho ladrón de caballos”. Por su parte, López se jactaba de tener preso a Paz, el militar que había derrotado al Tigre de los Llanos.

Cuando Quiroga abandona la estancia de Figueroa su preocupación es cruzar la provincia de Santa Fe lo más rápido posible, Así se lo dice a su acompañante, “Si salgo de Santa Fe, no hay cuidado por lo demás”.

“Caballos, caballos” es lo que pide a los gritos en cada posta. Sin duda sabe que está en peligro; sin embargo, sigue creyendo en su estrella.

Cuando llega a Córdoba todos se sorprenden de que aún esté con vida. Según parece, la velocidad de sus desplazamientos había descolocado a los emboscadores. Es en Córdoba donde recibe la carta de Rosas escrita en la Hacienda de Figueroa, la misma que luego hallaran entre sus ropas ensangrentadas después de Barranca Yaco.

Quiroga no pierde el tiempo. A pesar de los achaques de la salud no duerme y come apenas lo indispensable. Sale de Córdoba y a la altura de Pitambalá un chasqui le informa que no había arbitraje que hacer en el norte porque el caudillo de Salta acaba de ser asesinado.

Quiroga llega a Santiago del Estero donde mantiene una reunión con Ibarra, Navarro y Heredia. El propio Ibarra le ofrece una escolta para su regreso. También le sugiere que en lugar de ir por Córdoba vaya por Cuyo. Quiroga rechaza todas las sugerencias. ¿Fue Ibarra el autor de la muerte? No hay indicios de que así haya sido. ¿Aldao, Heredia, Benavides? Ninguno de ellos se hubiera animado a dar ese paso. El 13 de febrero la galera de Quiroga sale de Santiago del Estero rumbo a Barranca Yaco. (Continuará)

Quiroga y su estrella

Muerte de Quiroga. Libre interpretación del artista C. Descalzi sobre la emboscada de Barranca Yaco en la que fue asesinado el caudillo norteño.

Foto archivo el litoral