DE RAÍCES Y ABUELOS

Una simple historia de sangre, sudor y lágrimas

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Esta foto de 1950 muestra a los hermanos y padres Campoli.

El matrimonio de José Campoli y María Lisi, de Italia, debieron enfrentar muchas miserias y contratiempos para salir adelante en la nueva tierra. Sus descendientes pretenden retomar el contacto con su gente de aquel país.TEXTOS. MARIANA RIVERA.

 

Con un sobre repleto de fotos antiguas y cartas que denotaban el paso de los años, Susana Campoli se acercó a De Raíces y Abuelos con la idea de recuperar los lazos que unían a su familia con sus parientes italianos, a partir de contar la historia de vida de sus padres, oriundos del pueblo de Veroli, cerca de Roma, Italia.

“No tengo nada escrito”, aclaró de entrada, pero su cúmulo de recuerdos y su verborragia heredada de su desempeño como concejala de nuestra ciudad fueron más que suficientes para ir armando un sentido relato, más que completo, de José Campoli y María Lisi, sus padres.

Y agregó: “Es una simple historia de lágrimas, sudor y sangre, de trabajo. Mi papá, como la mayoría de los paisanos que vinieron, tenía tercer grado y supo salir adelante sin estudios, con una inteligencia pura, natural. Te hablaba de historia universal, de Miguel Ángel, de astronomía, de Muzolini, de las persecuciones que había sufrido su papá”.

Susana comenzó el relato explicando que -a pesar de la gran cantidad de fotografías que tiene en su poder- “nunca pude encontrar fotos del casamiento de ellos (sus padres). Se habían casado en Italia, vivían en la casa de los suegros y habían tenido un hijo que después falleció. Mi hermano mayor falleció en el parto, en 1928, que había sido atendido por la partera del pueblo y su suegra, seguramente con una mano sin guante y sin las protecciones adecuadas, en el medio del campo, sin médico”.

Luego -continuó- adoptaron una nena que quedó allá (cuando el matrimonio decidió venir a Argentina) y ella pensaba que había sido cobarde por no haberla querido traer. Mi hermano y yo nacimos en Argentina. La dejaron en un convento; mi madre lloró mucho. Se la devolvieron a las monjas porque les dio miedo que si no salían adelante ella también se moriría de hambre. Pensaron que así podría ser adoptada por una familia rica y estaría mejor. Creo que todo era producto de esa pobreza extrema en la que vivían.

Para salir adelante

El trabajo seguramente fue una de las principales enseñanzas que Susana Campoli tuvo de su padre. Según contó, “papá trabajó un tiempo en Rafaela, colocando el empedrado que estaba hasta hace poco, y la luz en las calles. Luego se fue a San Francisco, Córdoba, adonde se quedó a vivir con mamá (quien vino desde Italia, en la tercera clase de un barco, vomitando los 21 días de viaje), ya que allí vivían unos medio parientes, del mismo apellido. Ahí todo fue con mucho sacrificio también. Ahí instaló un bodegón, un almacén, un boliche que era el cobijo de todos los italianos. Mi hermano nació enfermo de la piel y buscando un médico vinimos a Santa Fe. Mi papá puso un puesto en el mercado de abasto pero también estaba atento a cualquier changa de la construcción”.

Y continuó relatando: “Eran épocas de mucha pobreza y había que tener mucho trabajo para salir adelante. En los primeros años del gobierno de Perón recién logró comprarse una casa. Cuando tenía 20 años, mi hermano se recuperó de su enfermedad de la piel, es decir que fueron muchos gastos los que tuvo que afrontar la familia”.

También explicó que “mi nono Rafael era de esos tipos que estaba en la cabecera de la mesa y golpeaba con el puño y decía que ahí mandaba él. Nadie se podía levantar ni servirse; era el viejo patriarca. Cuando le pidió a un tipo que los ayudara (a él y su señora) porque se tenían que tomar el tren para venirse a América, le preguntó cuál era su señora, él le señaló a la del vestido azul, que era el vestido del casamiento de mi mamá. Ellos tenían tres vestidos: uno para invierno, uno para verano y el extra era ése, el del casamiento. Mis parientes en Italia creerán que acá la vida les fue fácil pero no fue así, venían con el pantalón roto en el “traste’, como le decían. Los que tenían tiempo trabajaban como catangos en el ferrocarril. Les decían así porque a la noche se reunían los peones para comer de una olla de guiso de donde salían catangas por todos lados”.

Buenos padres

Susana tiene 70 años y lamenta, con gran tristeza, que su mamá “nunca me haya hecho una caricia y me haya dado un beso; no lo recuerdo, era dura tal vez por todo lo que había pasado. Estaba muy curtida por la vida”. Sin embargo, destacó que su papá, por el contrario, “era abierto, un ser bondadoso, servicial con los demás: para ayudar al que no tenía, pagar un velorio o un nacimiento, ayudar a quien lo necesitaba. No sé si estaba bien. La noche del 24 de diciembre siempre estábamos los 4 en la familia pero él hacía poner una mesa para 50 ó 70 personas, en el patio, al lado de la cancha de bochas, para todos los parias, algunos pobres que no tenían o los que quisieran venir. La comida la ponía él: tenía necesidad de estar en compañía”.

Además, aseguró que “los padres de mi mamá no querían que viniera a América, a pesar de que ya estaba casada, porque sabrían que no la volvería a ver. Tendrían angustia y la expresaban así. A mi papá, su familia no le hizo problema para venir a América porque en teoría él iba a hacer plata e iba a volver a su pueblo. Pero la historia después se puso mal: qué iba a volver con ese hijo enfermo”.

No obstante, destacó orgullosa que “sabía de los valores y todo sobre lo esencial de la vida: lo que era ser trabajador, buen amigo, solidario, bondadoso, lo que era criar a los hijos derechos (con gritos, haciéndolos arrodillar en el maíz o como fuera). Cuando terminaban con el trabajo en el boliche y se iba toda la gente, me acuerdo que teníamos una cocinita a leña, mamá iba al gallinero, agarraba una gallina y se la ponía a cocinar. No he vuelto a comer algo igual y no me sale a mí algo más rico que esa comida. El palo de los tallarines que tenemos tiene por lo menos 80 años”.

Y agregó: “Mamá no sabía leer ni escribir hasta que nosotros le enseñamos y, sin embargo, en el boliche sabía cuánto valían las cosas y no se le escapaba una moneda cuando daba el vuelto”.

Retomar el contacto

Por último, Susana Campoli contó que “hace unos años, una amiga fue a Italia y buscó el pueblito de mi abuelo y llegó a visitar a nuestros parientes, incluso estuvo comiendo con ellos. Me trajo algunas fotos, sus direcciones pero intenté hablar luego pero después nunca supimos nada más de ellos. Perdimos el contacto con estos familiares y por eso quiero retomarlo”.

Asimismo, contó que “en una de las fotos que me trajo se ve parte de las paredes que eran de la casa vieja del nono. Ellos todavía trabajan la tierra, que era muy árida. Si llovía mucho, el agua le llevaba las semillas y si no llovía todo era preocupación. Criaban animales, como ovejas, gallinas y algunas vacas, sólo para la leche. Era todo lo que tenían para defenderse”.

Como comentamos, Susana conserva gran cantidad de antiguas cartas que le escribían los hermanos de sus padres cuando partieron a América, pero también otras del hermano de su madre, desde Canadá. Una de las cartas que conserva es de Amato, uno de los hermanos de su mamá, quien le contaba que su hijo Umberto siempre la recuerda porque ella, al partir, le había dado dos monedas. “Habían pasado 30 ó 40 años y él recordaba que la tía María le había dado ese dinero antes de partir”, comentó con orgullo, al tiempo que aseguró que “ponerse a leer estas cartas es para llorar”.

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Rafael Campoli (izq.), el abuelo de Susana.

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Susana Campoli conserva gran cantidad de fotos.

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José Campoli, padre de Susana.

Miseria, desarraigo e ignorancia

Susana Campoli admitió que no tiene casi nada de información de la familia de su madre: sólo sabe que un hermano se había ido a Canadá, quizás a Toronto, pero no tiene cómo localizarlo.

Sin embargo, son vastos los recuerdos que guarda de ella, con quien vivió hasta los 93 años, y las conversaciones que mantenían respecto a las carencias que vivieron en su tierra natal y en sus primeros años en nuestro país.

“Mi mamá nos contaba, explicándonos la miseria en que vivían, desde su ignorancia porque cuando vino a la Argentina no sabía leer ni escribir (motivo por el cual en su pasaporte decía que era analfabeta), que a los 4 años, en vez de mandarlos a la escuela, los mandaban al catecismo y a zapar la tierra. Cuando sus padres hacían el queso de cabra (que tenía que dar uno al cura, otro al síndico y lo demás lo vendía), ella le pedía un pedacito y su madre le daba dos pedacitos de pan, pero le decía que uno era de queso. Era mucha miseria y la influencia de las guerras era mucha”, planteó.

También contó que “la guerra del 14 la agarró a ella con 12 años y todo era miseria y hambre. Hasta el último día, que vivió hasta los 93 años, recordaba la miseria y el horror de la guerra”. No obstante, guarda otros imborrables momentos en su memoria de la vida de su madre como cuando estaba “en la pileta, lavando la ropa o barriendo, siempre cantando una canción italiana, como la Romanina, siempre cantando en voz baja” o cuando decía que nunca olvidó el hambre que sufrió en su tierra natal. “Tenía más de 90 años y se levantaba de la siesta y la encontraba comiendo pan con vino tinto. A mí me daba miedo pero ella me decía que en Italia lo hacía y siempre me recordaba el hambre que había traído allí, como una excusa para hacerlo”, agregó.

Susana dejó sus datos personales para que quienes lean esta nota puedan ponerse en contacto: su teléfono es (0342) 469-8090; e-mail: [email protected].