Editorial

El problema no es el campo

Una empecinada distorsión se ha apoderado de las decisiones del poder en la economía argentina. El gobierno confiscó fondos previsionales privados a nombre de los jubilados, pero con esa plata financia dudosos planes para autos, bicicletas o electrodomésticos; también justificó las retenciones al campo para pagar a los jubilados y a los docentes, a los que implícitamente les reconoce injustos retrasos.

Los prejuicios ideológicos retardan la adolescencia en la evolución del país. No es cierto que exportar granos, carne o leche encarezca los productos internos y empobrezca las industrias del país; es la falta de políticas razonables en el plano productivo y comercial lo que promueve esos fracasos.

El campo es la industria. Las maquinarias agrícolas, los camiones, los insumos químicos, el combustible y una larga lista de producciones y servicios asociados están paralizadas por la ausencia de reglas claras para la producción primaria. Una magnífica cadena de valor se ahoga menos por la crisis internacional que por los dogmas improductivos.

El desarrollo de biotecnología para plantas y animales, y desde ellos para múltiples aplicaciones medicinales o industriales, es el gran desafío estratégico del país en el mundo que viene. Es una alternativa concreta para instalar a la Argentina en un nicho de desarrollo de punta a nivel global; pero el celo oficial lo demora en nombre de un improbable criterio de sustentabilidad social.

No recauda más quien más presión fiscal ejerce sobre los sectores que generan riqueza. Esa torpeza histórica tiene advertencias teóricas de larga data en todos los manuales de economía, cualesquiera sean las tendencias ideológicas que recorran.

Genera más trabajo y más recursos fiscales quien promueve el desarrollo productivo. Los márgenes de pobreza se achican y las necesidades asistenciales obtienen más financiamiento; pero es el trabajo lo que da la dignidad a las personas, satisfacción a la sociedad y éxito a sus gobernantes.

En la Argentina del kirchnerismo se estigmatiza la riqueza en punto a una oligarquía que ya no existe en su versión tradicional. Las virtudes de un modelo que se orienta a la producción nacional se extinguen en un incomprensible empecinamiento fiscalista y en la propaganda negativa que pretende hacer justicia social pero que no logra más que alguna oportunidad ocasional, si se la mira en términos electorales.

La crisis internacional es real, la oportunidad de vivir con lo nuestro y desarrollar una industria y un empresariado nacional es deseable. Pero la pretensión de hacerlo fuera del mundo es absurda y el fin no justifica los medios, sobre todo si esa nueva burguesía no es más que una reedición degradada del nepotismo que originó -justamente- a la oligarquía en la historia argentina. El problema, entonces, no es el campo, sino la política.

Los prejuicios ideológicos retardan la adolescencia en la evolución del país. Es la falta de políticas razonables en el plano productivo y comercial, lo que promueve los fracasos.