EDITORIAL

La Argentina, la CIA y un entuerto para la diplomacia

Sobre la CIA se han tejido las leyendas más extravagantes y siniestras. Según las circunstancias, ha sido considerada la encarnación del mal o la garante de la seguridad de Occidente. Especulaciones al margen, lo cierto es que la industria del cine le debe la realización de decenas de películas que han contribuido a popularizar la imagen de una institución que, según se mire, podría llegar a ser muy poderosa o muy ineficiente, muy temible o muy inofensiva.

La autonomía de la CIA respecto de los gobiernos de Estados Unidos ha sido siempre un tema que ha desvelado a analistas y observadores. Una anécdota lo revela con elocuencia. Se dice que el presidente Arturo Frondizi le habló por teléfono a John Kennedy pidiéndole que retirara un agente secreto de la CIA que operaba en la Casa Rosada. Kennedy le respondió que iba a tratar de hacer lo posible, pero que no le daba ninguna seguridad porque sus intentos para erradicarla de la Casa Blanca habían fracasado.

Históricamente, y en el contexto de la Guerra Fría, la CIA fue considerada la institución dedicada a los operativos militares y de espionaje destinado a desestabilizar gobiernos comunistas o sospechados de comunismo, y en la mayoría de los casos opuestos a Estados Unidos. La leyenda ha sido superior a su realidad, pero convengamos que las fantasías no fueron construcciones en el aire: efectivamente, la CIA fue y sigue siendo la institución responsable de la política de espionaje del imperio, como lo demuestran abundantes y pormenorizadas investigaciones históricas.

Valgan estas consideraciones para ubicar en su justo punto las declaraciones de su flamante director, León Panetta, acerca de posibles movimientos desestabilizadores en Ecuador, Venezuela y la Argentina. En principio, habría que decir que estamos ante una torpeza diplomática más, torpeza que intentó ser corregida con un formal pedido de disculpas al gobierno argentino.

De todos modos no deja de llamar la atención que la máxima autoridad política de la CIA, el director designado por el presidente Obama para iniciar una suerte de nuevo trato con los países de América latina, cometa una torpeza de este calibre. Si bien la historia de la CIA podría escribirse relatando sus recurrentes errores, no deja de ser preocupante que su director se dedique al juego de las profecías, un entretenimiento que poco y nada tiene que ver con su función específica.

La otra hipótesis es que efectivamente el señor Panetta no haya cometido un error, sino que haya realizado una advertencia, lo cual sería mucho más grave que un error diplomático, sobre todo en un continente que con respecto a la CIA -exagerado o no- guarda una memoria trágica o dramática y donde el principio de autodeterminación de los pueblos tiene un fuerte anclaje, es reconocido por todas las naciones y avalado por los organismos internacionales.