La Cuaresma invita a recuperar la interioridad

Padre Hilmar Zanello, asesor de la Pastoral de la Salud.

Ante todo, conviene aclarar que la palabra interioridad no tiene fundamentalmente una connotación religiosa, aunque mucho tiene que ver con las religiones.

Es lo que caracteriza a todo ser humano que así lo distingue de todos los otros seres creados, siempre que no reduzcamos al hombre en una pura concepción materialista.

Esa apertura a los valores trascendentes, esa capacidad de volverse sobre sí mismo y tomar conciencia de la propia dignidad como persona, como ser pensante, reflexivo y responsable, ese descubrimiento de que hay un más allá de la simple corporalidad, ese mundo interior y misterioso e íntimo que hacía exclamar al filósofo Pascal: “Qué quimera es el hombre, qué caos y qué prodigio, depositario de la verdad y cloaca de incertidumbres y de errores... gloria y rechazo del universo. ¿Quién podrá desenredar esta madeja?” (Pensamientos).

La Iglesia propone cada año, este tiempo de Cuaresma para que ese hombre se encuentre consigo mismo, descubra mejor el sentido de su vida, se encuentre en la dignidad de Dios, se reconcilie con sus hermanos y recupere esa dimensión, hoy bastante olvidada, de su interioridad.

Los riesgos de hoy

La cultura moderna ha reducido al hombre a un puro ejercicio del mundo de su corporalidad, donde se fue olvidando de los problemas humanos más urgentes para caer en ese dominio deshumanizante de un progreso meramente financiero y técnico, con el resultado que hoy estamos padeciendo.

Existe la vida puramente exterior que puede desorbitar y esclavizarnos en lo que el psiquiatra Victor Frankl apuntaba en su libro “El hombre en busca de sentido”.

El riesgo que se corre hoy es concebir al hombre con una orientación puramente mercantilista, productiva o consumista, olvidando ese reclamo de su interioridad con el cultivo de la dimensión espiritual.

Bien lo expresa con una sabiduría popular, la leyenda que hace días leí en el frente de un camión que decía: “Pobrecito, lo único que tiene es dinero”.

Ya lo habíamos leído en el Evangelio de Jesús, cuando ese Maestro proclama: “Qué vale ganar el mundo si así se pierde el alma”.

Si el hombre carece de una reflexión profunda sobre el sentido de su vida en la Tierra y se va esclavizando ante “falsos dioses”, irá vaciando su existencia para lo cual fue creado como peregrino de Dios rumbo a una eternidad... “nos hiciste Señor para Ti”, decía San Agustín después de sus experiencias frustrantes de aquella vida disipada y mundana.

Lo decía Lutero en la Edad Media con aquellas palabras: “Donde está prendido tu corazón, ése es tu Dios”.

Nos viene bien recordar la experiencia del ya nombrado filósofo Pascal cuando descubre no al Dios de los filósofos, sino al Dios de “nuestros padres”, el Dios de la Vida, que decía: “Qué triste para el hombre que no sabe estar quieto en su habitación”.

Esta vida llamada al disfrute de una existencia realizada con el cultivo de una experiencia plenificada por la interioridad y la espiritualidad, puede reducirse a una lamentable frustración cuando el corazón y la cabeza sucumben al dominio del solo hacer con las manos, quedando el ser humano con sólo producir y consumir. Caeríamos con sola la acción como forma del ser.

Encuentro con la soledad

La tarea más grande de la vida será meditar... ¿conducir la vida o producir y consumir?

La Cuaresma, que recuerda aquellos cuarenta días de Jesús en la soledad, la oración y el combate contra las tentaciones demoníacas, hoy nos puede convocar a este desafío de nuestro nuevo descubrimiento de nuestra profunda intimidad, de nuestra interioridad o de nuestra riqueza espiritual nacida de esa fuerza divina que mora en nosotros.

En ese fondo oculto y quizás olvidado del hombre, que constituye el centro de nuestro ser, lo más radical del hombre, que permanece idéntico durante todo el tiempo, en medio de todas las incertidumbres y cambios, en esa profundidad y sólo allí, donde nos sentimos nosotros mismos, en esa soberana interioridad (según la psicología moderna), es cuando podemos descubrir, en esa profundidad, otra presencia, la de Dios creador permanente, soplo cálido que nos constituye de un modo radical.

Encuentro con la soledad venturosa de la interioridad fructífera, camino seguro de la madurez humana, fuerza vital para que emerja el verdadero yo, rompiendo la esclavitud del falso yo.

Santa Teresa de Jesús lo expresó místicamente cuando escribió aquellas inspiradas palabras: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta... solo Dios basta”.

Esta es la pedagogía de la Cuaresma de la Iglesia, que nos prepara para la vida nueva de la Pascua.

1.jpg

La Iglesia propone cada año, este tiempo para el reencuentro con uno mismo.

Foto: EFE