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La Esma fue uno de los 500 centros clandestinos de detención durante la última dictadura militar.

La Esma está llena de memoria

Una visita a la Escuela de Mecánica de la Armada, ex centro clandestino de detención y actual Espacio para la Memoria, permite reencontrarnos con ese ayer que hace a nuestra identidad.TEXTOS. MAría DE LOS ANGELES ALEMANDI. FOTOS. M.A. Y EL LITORAL

Cruzo la reja. Una reja que ya no separa nada. Una reja que ahora se vuelve puerta. Y se abre. Paso. Entonces algo cruje bajo mis pies. Y parece que estallan todos los cristales, que se rajan los muros, que se hunde la tierra, que el cielo queda al alcance de la mano. Allí, frente al edificio de la ex Escuela de Mecánica de la Armada, siento que el mundo se detiene. Miento: siento que el mundo empieza a girar, a dar esa vuelta que le quedó pendiente más de 30 años atrás.

Visité la Esma para reencontrarme con ese ayer que hace a la identidad de los argentinos. Porque estoy convencida de que sólo es posible mirar hacia delante si la retina está impregnada de todo lo que quedó atrás. Memoria es la palabra. Y se hace verbo en aquel edificio inmenso, que fue uno de los 500 centros clandestinos de detención y exterminio que funcionaron durante la última dictadura militar.

Ayer, Hoy

En junio de 2000 la historia que guardaba bajo siete llaves aquella institución militar, empezaba a develarse. La Ley 392 aprobada por unanimidad por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires dispuso revocar un decreto con casi 75 años de vigencia. La Marina había recibido aquel predio para utilizarlo sólo “como centro de instrucción militar”, a sabiendas de que “ante cualquier cambio en el destino de las instalaciones, el predio debería regresar al poder de la ciudad”. Y así fue.

El 24 de marzo de 2004 el entonces presidente de la Nación, Néstor Kirchner, ordenó a los militares que desalojaran el lugar y anunció la creación del “Espacio para la Memoria, Promoción y Defensa de los Derechos Humanos”.

Tres años después la primavera habitó todos los rincones de la Esma. Las diecisiete hectáreas y los treinta y cinco edificios que la conformaban quedaron vacíos, y eso permitió que la ausencia respirara y se hiciera más presente que nunca.

A partir del Convenio 20 de noviembre de 2007, el Espacio quedó a cargo de un Ente Público Inter-jurisdiccional integrado por la Nación, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y los organismos de Derechos Humanos. Además, sobrevivientes de aquel centro clandestino integran un consejo asesor.

Desde entonces todos podemos apropiarnos de un rincón de Capital Federal que testimonia un pasado de horror y que hoy habla sólo de esperanzas.

Aquí y ahora

Estar en la Esma es ponerle el cuerpo al ayer. Nos aturden las voces que nunca escucharemos, nos arden las plantas de los pies sobre un suelo que transitaron cinco mil personas desaparecidas y se nos eriza la piel porque allí siempre hará frío, más allá de que ahora por las ventanas se cuele la luz del sol.

Treinta personas recorrimos el lugar un sábado donde el calor era lo que menos agobiaba. La visita guiada, a cargo de la Lic. Sabrina Osowski, fue una experiencia intensa. Ella fue contando una historia triste que está en carne viva, que atesora ideales, convicciones y amores: el sueño de otra Argentina posible.

La visita comenzó desandando la calle interna que corre paralela a Av. Del Libertador al 8100, y Sabrina dejó en claro que “todo lo que se sabe acerca de este lugar es a través de los testimonios de los sobrevivientes, quienes estuvieron siempre encapuchados, con los sentidos inhibidos y con todo lo que implicaba la condición detenido-desaparecido en un Centro Clandestino”.

Avanzamos despacio hacia el Casino de Oficiales que fue elegido por la Marina como el lugar de concentración de tortura, hasta que una marca en el asfalto detuvo nuestro paso. Era el rastro que dejó la cadena que delimitaba el área de ingreso al casino. Allí paraban los Falcon verdes que ingresaban con detenidos y que iban a destino luego de decir la clave de acceso: “selenio”. Palabra que según la guía significa el lado oscuro de la luna.

A pocos metros de allí está el edificio donde funcionaba la enfermería general de la Esma. En ocasiones allí se realizaban tratamientos médicos, principalmente odontológicos. “El cuidado de la vida en este contexto, paralelo a la tortura, a la desaparición, a la apropiación de niños, no tiene explicación. Lo hacían porque ellos decían ser los dueños de la vida y de la muerte”, comentaba Osowsky.

Afuera: los otros verdes

Rodeamos el Casino de Oficiales con nuestra caminata. Desde afuera parecía abandonado y esa es una mala interpretación. Uniformes y botas altas no se fueron por voluntad propia. Los desalojaron. Así que de los torturadores no quedan ni las sombras, ni siquiera conservan el derecho de asustar con sus fantasmas.

Aquí se hospedaron los oficiales durante toda la dictadura. Inquieta el dato. Saber que convivían detenidos-desaparecidos con represores bajo un mismo techo, es otra muestra de un sistema calculado que conjuga la rutina cotidiana con el exterminio como caras de una misma moneda. La Esma mantuvo su función de escuela formando nuevos suboficiales, al mismo tiempo que se alzaba como uno de los centros clandestinos más emblemáticos de las Fuerzas Armadas.

No es casual, entonces, que junto a este edificio funcionara la escuela secundaria Raggio, como si acaso nada pasara.

En la planta baja vivía Chamorro, el entonces director de la Esma, quien supo recibir la visita de su familia. En el primer y segundo piso estaban las habitaciones donde dormían los miembros del grupo de tareas. Arriba de esos cuartos estaba la zona de Capucha, uno de los lugares de reclusión de detenidos, y también había dos cuartos que se usaban como la maternidad clandestina. El altillo, conocido como “Capuchita”, también se usaba como espacio de reclusión.

Aún estábamos afuera. Detuvimos nuestro paso en la parte de atrás del edificio del Casino, donde estacionaban los autos. Las primeras ventanas que se veían a la derecha eran las oficinas de los jefes del grupo de tareas, de inteligencia y de operaciones, a quienes se los conocía como los Jorges, porque varios de ellos tenían ese nombre (como Acosta y Radice).

Adentro: hondo y profundo

Las puertas de aquel lugar que uno miraba con recelo estaban abiertas. Nada quedaba por ocultar, por esconder. Pero parecía difícil poner un pie allí dentro. Donde alguna vez todo pasó y todo se negó.

Incluso la construcción sufrió varias transformaciones que hoy están a la vista. Ocurre que en 1979 la Comisión de Derechos Humanos de la OEA realizó una inspección en la Esma y los marinos realizaron modificaciones arquitectónicas para que la descripción no coincidiera con los primeros testimonios de detenidos. La primera puerta de vidrio que atravesamos, por ejemplo, no habría existido si no fuera por estos cambios, porque se construyó para cerrar la galería existente. Sabrina explicó, entonces, que durante “el tiempo que estuvo la Comisión en la Argentina, a los detenidos se los llevó a una propiedad de la Iglesia en una isla del Tigre”.

Un pasillo angosto nos obligó a recorrer el mismo camino por el que alguna vez ingresaron hombres y mujeres encapuchados, con esposas y grilletes. En principio eran llevados al sótano, donde se realizaban los interrogatorios bajo tortura. La escalera que solía nacer en ese recinto había desaparecido, al igual que un ascensor que conducía al subsuelo. Junto a aquella sala se encontraba el comedor y la cocina.

Durante aquel tiempo el edifico iba siendo adaptado de acuerdo con las necesidades del grupo de tareas. El “salón dorado” se llenó de oficinas de inteligencia y planificación, y muchos detenidos fueron obligados a realizar trabajos forzados en el marco del proceso de recuperación planificado por Massera. Esta posibilidad representaba “una potencial manera de sobrevivir”. Ellos hacían traducciones al inglés, análisis de prensa, redacción de informes o incluso trabajos de albañilería.

Abajo: donde duele

Para llegar hasta el sótano salimos a un patio interno, donde en 1980 fue construida una escalera, ya que la otra había sido borrada del mapa. Mientras uno descendía por esos escalones empezaba a perder la noción del tiempo. El pasado olía a humedad. Las paredes perdían escamas como verdades. El piso de cemento callaba y el cielorraso guardaba nuevas voces, las nuestras, porque entendió que el silencio no era saludable.

En aquella enorme habitación bajo tierra se construyeron más oficinas. En una de ellas se adulteraban documentos, en otra se diagramaba propaganda falsa y también se había montado un laboratorio fotográfico que capturaba imágenes de lo que allí sucedía. Las salas de tortura estaban al fondo y se llegaba a ellas a través de un pasillo que los represores llamaban “La avenida de la felicidad”. Además, disponían de una enfermería desde la cual se determinaba hasta cuándo se podía torturar a una persona sin matarla. Y era, además, el último lugar por el que pasaban los detenidos antes del “traslado”: se nombraba así a “la forma de ocultar la desaparición, era un modo de deshacerse del cuerpo, una economía de la muerte y un retiro de la dignidad porque no había entierro ni posibilidad de duelo. El sistema general que utilizaban era los vuelos de la muerte. Los detenidos recibían una inyección de Pentotal que los adormecía, y como bultos los llevaban a aeroparque para luego arrojarlos al mar desde aviones” explicaba la guía.

Arriba: las ideas no se aniquilan

Salimos del sótano y algunas personas sintieron que perdían el aire. Afuera la brisa devolvía la vida que allí abajo nos robaron. Regresamos al primer salón y subimos al primer y segundo piso. Son exactamente iguales. En esas habitaciones dormían - ¿dormían?- los oficiales.

Y sólo un piso más arriba, en La Capucha, cientos de detenidos sin caras, ni nombres, ni voces, escribían el fragmento más doloroso e impune de la historia. “Estar en La Capucha sin movilizarse, sin ver, sin hablar, sin saber quien amenazaba o golpeaba o cómo defenderse, sin tener la más mínima idea sobre su situación o destino, sin contar con interlocutores a los cuales preguntarles, sólo se podía esta solo, oír, comer, comer atentos, lograr que una vez al día se le permitiera ir al baño y a veces asearse y dormir” decía la sobreviviente Lila Pastorelli a través de un cartel que había en el recinto.

“Éramos colocados en una especie de caja donde teníamos los pies hacia la pared y la cabeza hacia el pasillo, a cada lado había un tabique de madera. El espacio donde dormíamos era aproximadamente de 75 centímetros de ancho por dos metros de largo, que se convertía en un cajón parecido al de los muertos”, testimoniaba la sobreviviente Norma Susana Burgos en 1984.

En aquel lugar tan a la vista de la sociedad y tan invisible para los ojos que no querían ver, cualquier acto de humanidad estaba prohibido “porque era un acto político de resistencia, aunque no sea más que hacer un muñequito de pan y compartirlo con otro o contar un chiste”, decía Sabrina.

A unos metros de allí dos habitaciones funcionaban como la maternidad clandestina, que a uno le desgarra el vientre de sólo pensarlo pero que era motivo de orgullo para los militares. La bautizaron como la Sarda por izquierda en referencia a un hospital materno-infantil muy conocido. “Acá tenían sus hijos las mujeres secuestradas por el grupo de tareas de la Esma como de otros centros clandestinos. Según el cálculo se estima que allí nacieron 35 niños. En la mayoría de los casos después del parto las madres eran trasladadas y los niños entregados como botines de guerra. Son aproximadamente 400 los chicos apropiados y 97 los restituidos gracias al trabajo incansable de las Abuelas de Plaza de Mayo que jamás se dejaron vencer y continúan buscando la identidad de sus nietos, una ardua tarea que las va a trascender” , comentaba Osowski.

En el mismo piso, hacia la derecha, se encontraba el depósito de todas las cosas secuestradas en los allanamientos. Incluso contó la Guía que los militares llegaron a montar una inmobiliaria con las propiedades apropiadas de los detenidos. Allí también funcionaba la Pecera: eran más oficinas divididas por acrílicos que ejecutaban el proyecto político del dictador Emilio Massera.

El Espacio para la Memoria

Después de tres horas, terminó la visita. Haber estado allí fue una experiencia intensa, por momentos desgarradora, que nos ayudó a comprender un poco más quiénes somos y hacia dónde vamos.

Treinta mil desaparecidos no se olvidan. Y el Espacio para la Memoria les rinde un homenaje lleno de vida. Mientras nos alejábamos de la ex Escuela de Mecánica de la Armada, sentí que quienes estuvimos allí íbamos repitiendo un estribillo conocido que cobraba fuerza, se hacía canto, grito: “Nunca más”. Y atravesábamos aquellas rejas convencidos de que la justicia debe dejar de ser reclamo para ser realidad.

Hoy, a cuatro días de haberse cumplido los 33 años del golpe militar y después de aquella visita que hace del infierno un cielo desde donde defender los derechos humanos, me acuerdo del verso de Mario Benedetti: “el olvido está lleno de memoria” y digo: la Esma también. Los argentinos también.

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La Esma comprende 17 ha y 35 edificios, que forman el Espacio para la Memoria, Promoción y Defensa de los Derechos Humanos”.

¿De qué me están hablando?

“No sé de que me están hablando”, respondió Alfredo Astiz el pasado marzo, cuando fue interrogado acerca de los vuelos de la muerte durante el juicio por el caso de Dagmar Hangelin (la joven suecoargentina vista por última vez en la Esma y presuntamente víctima de uno de estos “vuelos”).

Pacto de silencio le dicen. Pero “un poder que se pretende total, nunca lo es”, aseguraba Sabrina Osowski, y traía de nuevo a la memoria el caso de Azucena Villaflor (fundadora de Madres de Plaza de Mayo), de Esther Ballestrino de Careaga y el de María Ponce de Bianco. Los cuerpos de estas tres mujeres, identificados con pruebas de ADN, fueron hallados en el 2005 en el cementerio de la localidad de General Lavalle donde estaban sepultados como NN. Habían sido detenidas en 1977, recluidas en la Esma y luego arrojadas al mar desde aviones, según determinaron los estudios del Equipo Argentino de Antropología Forense. Las pericias realizadas comprobaron que la muerte fue causada por caídas desde gran altura. Las lesiones que presentaban los cuerpos habían sido provocadas por el fuerte impacto sobre el agua, que parecería compactarse como cemento.

El libro “El vuelo”, del periodista Horacio Verbistky, denunció estos hechos a partir del testimonio del represor Adolfo Scilingo, de la Escuela de Mecánica de la Armada, quien luego se arrepintió de su relato en un juicio en España. Pero a las palabras se sumaban las pruebas que iban confirmando el horror. Fue condenado a 640 años de prisión por violaciones a los derechos humanos.

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La Marina había recibido aquel predio para utilizarlo sólo “como centro de instrucción militar”, a sabiendas de que “ante cualquier cambio en el destino de las instalaciones, debería regresar al poder de la ciudad”.

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Abierto

El “Espacio para la Memoria”, que fue creado el 24 de marzo de 2004 y está abierto al publico desde el 1º de octubre de 2007, se trata de un espacio en construcción que sigue abierto a la recepción de los más variados aportes que contribuyan a seguir delineando las características que tendrá este centro de debate social, cultural y político y de transmisión de la memoria y la promoción de los derechos humanos.

Cogestión

La administración compromete la cogestión de dos estados (la Nación y la Ciudad Autónoma de Bs. As.) y de representantes de los sobrevivientes de la Esma y los organismos de derechos humanos, además de convocar a la más amplia participación de otras organizaciones y personas comprometidas con la defensa de los derechos humanos y la condena del genocidio que tuvo lugar en la Argentina entre 1974 y 1983.

Visita guiada

Las visitas son guiadas y deben solicitarse a: [email protected]. Durante 2 horas y con posterioridad pueden recorrerse varias exposiciones que abordan la temática del terrorismo de Estado en la Argentina, sus antecedentes y consecuencias.