EDITORIAL

Mascotas peligrosas

Perros bellos o impresionantes, pero de difícil control y alta peligrosidad, han sido adoptados en los últimos años como mascotas domésticas. La moda ha crecido con la inseguridad: amo y bestia han sellado una sociedad en la que más de una vez -lejos de brindar protección- se han transformado en los desencadenantes de verdaderas tragedias.

En lugar de evitar hechos violentos, suelen causarlos y, lamentablemente, en demasiados casos dejan secuelas irreversibles. Ciertas razas caninas, especialmente seleccionadas a lo largo de generaciones por su ferocidad u otros atributos para el ataque y la lucha, ocupan el íntimo lugar que muchas familias les abren, con lo que exponen al peligro a sus seres más queridos y a cualquier visitante habitual o eventual.

Los relatos sobre perros que se vuelven contra sus dueños o contra los amigos o familiares de sus amos son comunes, pero por desgracia, nada aleccionadores. Los niños y adultos que han perdido falanges de las manos o sufrido deformaciones en sus rostros, tienen nombres y apellidos, y sus casos son expuestos por la prensa, pero quienes deberían prestarles atención, no lo hacen.

Lo dicho cabe para criadores, vendedores y compradores de razas Rottweiller, Pitbull Terrier, Dogo argentino, Fila brasileño, American sttafordshire, Sttafordshire bull terrier, Bullmastif, Doberman, Dogo de Burdeos, Mastín napolitano, Bull terrier, Presa canario, Schnauzer gigante, Akita inu, Ovejero alemán o belga, Cimarrón uruguayo “o sus cruzas”, según la ordenanza Nº 4.142 regulatoria de la ciudad de Rafaela, una de las últimas dictadas en la provincia, que sorprende por su extensión y precisión, ya que contempla 33 artículos, divididos en 4 capítulos.

La ciudad de Santa Fe cuenta con la ordenanza Nº 11.180/2005, que en una decena de artículos crea un registro de propietarios de perros “adiestrados para defensa”, así como de criadores y adiestradores.

Su artículo 6º indica la obligación de ponerles correa y bozal y llevar como máximo dos de estos “perros de razas potencialmente peligrosas” cuando se transita por la vía pública.

Es notorio su incumplimiento: los santafesinos tienen dificultades para aceptar ciertas normas. Está claro que quien se pasea por la calle con un perro que es capaz de morder a cualquier otro vecino, no sólo comete una infracción, sabe a qué expone a los demás.

Es por supuesto imposible que el municipio haga cumplir con inspectores (como con el problema del tránsito) la normativa. Para este caso, es necesario que la propia sociedad tome conciencia y lo exija, tal como ocurrió con la ley provincial que prohíbe fumar en lugares cerrados de acceso público.

Vivir con ciertos perros en una casa es tan poco recomendable como tener un arma de fuego. Y el mismo viejo adagio que advierte sobre quien carga a estas últimas, vale también para estos animales impredecibles.