1.jpg

Un reducto porteño

con tradición tanguera

En Pompeya, el bar “El Chino” sobrevive, renovado, como una leyenda del tango tradicional sin perder su espíritu. TEXTOS. MAR MARÍN. FOTOS. EFE REPORTAJES.

Fue a finales de los años treinta cuando Jorge Eduardo “el Chino” García, cantante aficionado de tangos y profundo admirador de Carlos Gardel -tanto que cambió el García por Garcés para parecerse a su ídolo- decidió transformar un viejo almacén alquilado en Pompeya, en un bar de amigos para compartir su pasión por el tango.

Apiñados en un espacio mínimo, decenas de personas se reunían los viernes en “El Chino” para escuchar la voz desgarrada de los cantantes. Así nació la peña “Los amigos”, que, con los años, se convirtió en una referencia para los tangueros de la ciudad.

Tanto, que la experiencia de “El Chino” quedó plasmada en un documental y una película que contribuyeron a aumentar la popularidad del bar, declarado lugar de interés cultural por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires.

Pese a la fama, el “Chino” supo mantenerse como un antro auténtico, sin concesiones, con paredes repletas de fotografías de amigos y artistas, viejas mesas alargadas cubiertas con manteles de papel y un ambiente de “tugurio” que atraía a los noctámbulos de la capital.

Por allí pasó buena parte de la farándula porteña y de la española también, como el actor José Sacristán, que se convirtió en un habitual de “El Chino” y trabó una intensa amistad con Jorge Garcés.

Tras la muerte de Garcés, en agosto de 2001, su esposa, Delfina, se hizo cargo del bar y trató de mantener la esencia de “El Chino” hasta su fallecimiento, en 2006. Fue entonces cuando José Oscar Rey, hijo de los propietarios de la casona donde se encuentra “El Chino”, decidió, junto a su amigo y socio Juan Carlos Meloni, renovar el lugar y mantener viva la leyenda.

EL NUEVO CHINO

Del viejo “Chino” apenas queda la fachada -en la que no podía faltar una estampa de Gardel arropado por un bandoneón y una pareja de tangueros del arrabal-, lo único que se salvó cuando se vino abajo la construcción de barro donde se encontraba el bar.

Tras la rehabilitación, que concluyó en 2007, se ha transformado en un amplio restaurante, más impersonal, con un pequeño escenario rodeado de mesas y sillas para comensales dispuestos a disfrutar del arte de las viejas glorias de “El Chino”, que siguen fieles al local.

De sus paredes, ahora inmaculadas, cuelgan fotos de Garcés, de la vieja clientela y hasta una fotocopia de la partida de nacimiento de Carlos Gardel.

Oscar y Juan Carlos admiten que, con la reforma, el bar ha perdido mucho de su personalidad, pero aseguran que la esencia se mantiene y confían en una clientela que busca el tango sin artificios.

“Nos hemos propuesto mantener la esencia del bar, el carisma de “El Chino’, con sus recuerdos y con los artistas”, explica Oscar en una entrevista con Efe-Reportajes. “Se ofrece un bar tradicional de tango argentino y, sobre todo, como reza el eslogan del bar, un lugar en el mundo para encontrase con amigos. Llegan como clientes y salen como amigos”, añade Juan Carlos.

ambiente familiar

La clave, además de la atención personal que Oscar y Juan Carlos prestan a su clientela, está en el ambiente que se vive en “El Chino”, por cuyo escenario pasan los artistas que convirtieron el antro en leyenda, aficionados y hasta algún que otro cliente con ganas de mostrar su habilidad musical.

“Es una desorganización organizada en un ambiente familiar. Un boliche de tango distinto a los armados “for export’, para turistas”, bromea Oscar.

“No hay nada preparado, las cosas salen, desde el tango arrabalero hasta el tango moderno, todas las variedades. Y si no te gusta el tango, no hay problema porque el tango te sabe esperar, son historias de vida”, agrega Juan Carlos.

4.jpg

“El Chino” está enclavado en uno de los barrios porteños que fueron cuna del tango arrabalero. es un lugar en el mundo para encontrarse con amigos.

2.jpg

Inés Arce, la “Calandria”, acaba de cumplir 82 años y se encarama cada semana al escenario.

3.jpg

CANTA LA CALANDRIA

De las historias de vida que cuenta el tango sabe mucho Inés Arce, la “Calandria”, que acaba de cumplir 82 años y se encarama cada semana al escenario de “El Chino” para demostrar que el tango no tiene edad.

La Calandria es la madrina de “El Chino”. Garcés la escuchó, la buscó para que se colocara detrás del mostrador del viejo bar, y estuvo 25 años cantándole a la clientela.

“Antes era más arrabalero. Eso era una romería, no se podía parar en tres manzanas”, recuerda Inés, que empezó a cantar en “El Chino” cuando apenas había mujeres entre los clientes.

Inés pensó en dejarlo todo tras la muerte de Garcés, pero no pudo resistirse a la llamada de Oscar y Juan Carlos cuando le propusieron el nuevo proyecto. “Para mí, cantar es como revivir y lo voy a hacer mientras pueda hacerlo. Lo quiero hacer y siento que a la gente le gusta, así que acá estoy”, relata Inés, que se ganó el apodo de “Calandria” por los gorjeos de su voz.

“Esto es un reducto del tango, donde tiene cabida todo el que quiera cantar, aunque no es para turistas. Somos así”, resume.

Son muchas las anécdotas que guarda Inés de su experiencia en “El Chino”, pero una de la que no se olvidará nunca es su actuación en una fiesta privada que organizó Donatella Versace para su hermano, Gianni, en una quinta de los alrededores de Buenos Aires. “Vinieron a buscarnos porque se habían enterado de que cantábamos en “El Chino’. Imagínese”, recuerda.

También Alberto “Beto” Reyes tiene mucho que contar de sus 50 años de carrera, la mayoría ligada al “Chino” y a Jorge Garcés. Comenzó a cantar en el lugar en 1969, cuando “era un bodegón, una magia en la noche de Pompeya”, donde los artistas actuaban detrás del mostrador, sin micrófono, sin audio, acompañados de un guitarra. Garcés fue para él “un padre, un hermano, un amigo” y “un tipo que rompió todas las reglas”.