etcétera. toco y me voy

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Una sobre perfumes

La profusión de fragancias para oler bien (en reemplazo o en refuerzo del baño, como quieran) tiene hoy un correlato que enrarece el aire: el packaging, el envase, lo de afuera, que insinúa, casi, que lo de adentro no importa. Pavada de postulación respecto de nuestros tiempos. Algo huele mal en Dinamarca. TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected]

Antes, los “vuató” (watteau) eran lo que eran: brocha gorda plena, tanto en contenido como en envase. Unos frascos gordos, grandes y rotundos, sin sutilezas (igual que las fragancias que contenían: no eran perfumes; eran pintura olorosa capaz de tapar el aroma de un chancho sin disimulos) que podían servir como arma mortal tanto para ataque como para defensa. Un frasco de esos por la cabeza y pasabas a mejor o peor vida, sin escalas ni modosos pasos previos por hospitales o terapias intensivas. Unos pocos años después, los frascos incorporaron unos biselados y filos igualmente groseros: con uno de esos frascos podías cortar vidrios o mosaicos. Las tapas eran grandes; las etiquetas, pequeñas: nada interfería la brutal comunicación entre perfume y usuario...

Ahora, a la infinita cantidad de perfumes, fragancias, marcas y submarcas, esencias truchas y subtruchas, se suma una creciente corriente, además explícita, que le da mucha importancia al envoltorio, al frasco, a la caja, a la etiqueta y a todo lo exterior, que adquiere así igual o mayor relevancia y hasta vida propia respecto del contenido. Aunque se trate de perfumes, todo entra por los ojos.

Y así sucede con las ventas masivas, por catálogo. Uno debería poder oler el producto que va a comprar justamente por su olor; pero en muchas casos la compra se induce por el frasco o por el precio; o porque imita a una primera marca...

Si nos referimos estrictamente a los perfumes de primera línea, hay entre sus fabricantes orfebres y joyeros que toman muy en serio el diseño del envase, al punto de postularlos como pequeños objetos de arte (aunque estén replicados y sus materiales se conformen con versiones un poquito menos auténticas que el más berreta de los mármoles), capaces de sobrevivir tras la utilización de su contenido.

Como un tema anexo, y a propósito de la “tentación” (que no me involucra ni me involucrará, creo, por más esfuerzos que hagan los especialistas y diseñadores de packaging) de guardar envases “vistosos” o “artísticos”...¿vieron la cantidad de cosas berretas, de materiales innobles, hechas en serie, que simulan formas estilizadas o abiertamente grotescas y que tendemos a guardar porque nos los regalaron? Fíjense, por favor, en la cómoda y el aparador y por favor arrasen con ellos...

Pero volvemos a los perfumes. Hoy hasta las imitaciones tienen envases vistosos, aunque el perfume en cuestión te dure dos segundos: los mismos en que apretás el vaporizador.

Corazones, diamantes, estrellas, rosas, otros que apelan subliminalmente a cuestiones eróticas, colores llamativos, tapas ornamentales tan o más grandes que el frasco, son parte de este arsenal, que se completa con la caja, especialmente diseñada como si el perfume, aire al fin y al cabo, fuera una joya de inmenso valor. Todo eso te lo cobran, desde luego.

En el caso de los perfumes baratos, te arman el pack o la caja de manera que por pocos pesos tengas dos perfumes y un jaboncito. En el de los caros, incluye algún objeto extra o regalo: una toalla, una caja especial: construcciones todas que agrandan y hacen barroco al mero frasco de perfume.

Para las criaturas, lo mismo: formas de flores, de muñecas, de jugadores de fútbol en los frascos para contener los mismos perfumes de siempre. Encima, se trata de regalos relativamente accesibles y por eso habituales en los cumpleaños.

Tengo una amiga que tiene sin desembalar diez frascos y cajas de perfumes recibidos en cumpleaños, y que a su vez (ante la imposibilidad física de que sus pibes los usen a todos) viajan a otros nenes en otros cumpleaños, y estos a su vez los relanzan y así hasta el infinito. Hay un verdadero tráfico de regalos sin abrir que surcan la ciudad...

Quizás entre tanto arabesco y cajas pretensiosas, tal vez entre tanto diseño, agregado y demás yerbas, volvamos a valorar el austero frasco en que reina un delicado perfume que sólo sirva para la función que se postula: poner una nota de aroma agradable y nada más y nada menos.

Ahora, a la infinita cantidad de perfumes, fragancias, marcas y submarcas, esencias truchas y subtruchas, se suma una creciente corriente, además explícita, que le da mucha importancia al envoltorio.