“Punto suspensivo”

Destino inevitable

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Narices de payasos para construir una parábola singular sobre realidades indefinibles.

Foto: Archivo El Litoral

 

Roberto Schneider

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En la sala a oscuras un grito desgarrador rompe el silencio desde la platea. Después, dos hombres mezcla de clown y mimo buscan al tercero, el del grito. Lo sientan en un cubo negro y lo pintan. De blanco y negro. Luego, la escena se ilumina con claridad y los tres personajes se ven con nitidez. Con el torso desnudo, tienen puestos pantalones y una malla. En blanco y negro. Hay un pequeño telón que sirve de fondo, también negro. Así comienza todo, en negro y blanco, en “Punto suspensivo”, la propuesta del Grupo Spaghetti Western estrenada en el Foro Cultural.

Se desarrolla un relato que propone un ejercicio en el cual la apariencia, a punto de hacerse pasar por realidad, debe revelar su irrealidad profunda. Las pequeñas historias que se cuentan transitan por un aterrador y, al mismo tiempo, sutil delirio que en ocasiones provoca sonrisas. Con estos elementos, el trabajo -del que no se consigna en el programa el nombre del autor- construye una parábola singular sobre las realidades indefinibles que el ser humano sólo puede descubrir a través del conocimiento y, seguro, el amor.

Las historias mostradas enfrentan a sus criaturas con un destino inevitable. Por momentos hay violencia en los personajes, una violencia que viene del pasado y se proyecta ominosa en la actualidad. La estructura del trabajo desglosa en los tres protagonistas y en muchos más una pintura de tipos humanos a través de un clima crispado e irritante.

La puesta en escena de Leandro Lasala profundiza en la virulencia de lo que se cuenta, pero le otorga ciertos climas de humor que alivian la totalidad. Elude toda forma de explicación puramente verbal para entrever motivaciones y conductas. Hay mucha plasticidad en los cuerpos de los actores, que emiten sonidos guturales con precisión. Se destaca la excelencia de Juan Ignacio Tomatis, preciso en la construcción de su rol al otorgarle la necesaria ferocidad y la triste melancolía, subrayando las situaciones de humor con ingenio actoral. Son correctas las interpretaciones de Franco Romero y Nicolás Lescano al captar la reservada iracundia de quienes piensan que no tienen lugar en este mundo.