Al margen de la crónica

Un freno al vértigo

El timbre nos sobresalta y lo primero que entendemos es que no hay tiempo que perder ni vuelta atrás. El día empieza de prepo. Apenas queda margen para desperezarse mientras los primeros mates completan la tarea de devolvernos raudamente a la vigilia. Todo se hace así, de a dos cosas por vez. Desayunar y desvelarse, vestirse y planear el día que siempre logra desacomodarse -quizá como un recurso para poner a prueba nuestra infinita capacidad de adaptación-, trabajar y anticiparse a la siguiente obligación, comer y ponerse al tanto de lo que pasó y lo que sigue, manejar y repasar la agenda, llegar a destino y ver cómo ganamos unos minutos a la próxima parada. Todo mientras se intercambian novedades, se atienden conflictos, se arriesgan salidas, se admiten opciones.

Las noticias entran por todos los sentidos y apenas alcanzamos a digerir el último latigazo que ya llega el siguiente. Algún comentario oído al pasar comprueba la sospecha: estamos unidos por el espanto, y anestesiados, pero no dormidos.

Para colmo, si a uno lo agarran desprevenido, el ocio termina siendo una sucesión de obligaciones y efemérides, de rituales que hay que cumplir, cosas que hay que hacer, gestos que facilitan la pertenencia a un círculo en el que nunca se quiso estar y discursos a los que no tenemos nada que sumar. Los “días D” que no figuran en rojo en el calendario igual están allí, dispuestos a interpelarnos sobre el sentido de cuestiones que deberíamos dar por sentadas, sin que las vidrieras y las ofertas las tengan que recordar.

Y mientras tanto, la rueda sigue girando y ya se nos fue marzo. Por lo que -en vista de las circunstancias- no queda más remedio que desempolvar ese íntimo tamiz por el que pasamos todos los hechos, confiar en el propio criterio que en el fondo -muy en el fondo- nos asegura algún discernimiento y procurar que, al menos en pequeñas dosis, logre quedar adentro para su posterior uso y provecho aquello que de verdad importa.