La vuelta al mundo

El G-20 y el poder del dólar

Rogelio Alaniz

Los expertos en política exterior suelen ser escépticos con los resultados de las reuniones internacionales. Razones no le faltan para pensar de ese modo. Hasta el observador más distraído sabe que en estas cumbres se habla mucho, se sacan muchas fotos pero lo que importa no se trata o se trata en otro lado. Las reuniones cumbre suelen convocarse invocando la igualdad de las partes, pero en realidad esa igualdad es formal. No podría no serlo. Las diferencias entre naciones desarrolladas y emergentes son más que evidentes, las tensiones y los conflictos de intereses entre las propias naciones desarrolladas no son un secreto para nadie; por lo tanto, en estas reuniones las relaciones de fuerza, de poderío económico, tecnológico y militar no sólo que se imponen, sino que, por las dudas, los titulares de ese poder se encargan de manera diplomática -y, a veces, de manera no tan diplomática- de hacerlas evidentes.

Las reuniones cumbre son tan previsibles como inevitables. Es un error esperar de ellas resultados extraordinarios, pero también lo es suponer que no sirven para nada. En todo caso, lo que importa saber es que lo poco que se haga siempre es necesario y bienvenido. En todo caso, lo que nunca se debe perder de vista es que allí se discuten intereses, poderosos intereses, y que los buenos modales son una concesión que el poder le hace a la diplomacia.

Valgan estas consideraciones para evaluar la reciente cumbre del G-20 celebrada en Londres. En primer lugar, hay que decir que el llamado G-20 se superpone al G-7 y el G-8, es decir, el conglomerado de naciones desarrolladas integradas por Estados Unidos en primer lugar y escoltada a muy larga distancia por Japón, Alemania, Reino Unido, Italia, Francia y Canadá. A ese conglomerado se le sumó Rusia, no tanto por su poderío económico como por su poderío militar.

No concluyeron allí las añadiduras. En su momento, la Unión Europea reclamó participar. Más adelante, llegó la hora del reclamo de los principales países emergentes: India, Brasil y China. Luego se consideró que no podían dejar de estar México y Sudáfrica y, finalmente, se admitió la incorporación de Corea del Sur, Australia, Turquía, Indonesia, Arabia Saudita y la Argentina. Con este agregado quedó finalmente constituido el llamado G-20 que acaba de sesionar en Londres.

El temario de la reunión fue más o menos el siguiente: reactivación económica coordinada, rechazo al proteccionismo, regulación de los mercados financieros y pautas para un nuevo orden mundial. En esta reunión todos asisten con los mismos derechos formales, aunque no con la misma cuota de poder. El PBI de Estados Unidos supera a la suma de los siguientes cuatro países más desarrollados.

Para tener una idea aproximada de las diferencias, recordemos que el PBI de la Argentina es de 262.000 millones de dólares. Dicho sea de paso, habría que recordar que la Argentina es el país más pobre del G-20 y su participación en este cónclave es una gauchada que le tenemos que agradecer a Brasil y al propio Estados Unidos, interesado este último en que se amplíe el espacio con naciones pequeñas para restarle poder a sus tradicionales rivales.

Los resultados formales fueron anunciados con bombos y platillos: la economía mundial se reactivará con la inyección de un billón de dólares y el compromiso de llegar a cinco billones para el 2010. Se habla de triplicar las asignaciones para el FMI y el Banco Mundial, prestamistas de última instancia para países en cesación de pagos. La noticia a los argentinos les viene de perilla, ya que, más allá de la retórica antiimperialista del gobierno, se sabe que en las actuales condiciones nadie puede negarse a ser asistido con unos 3.000 millones de dólares, cifra que deriva de la cuota que nuestro país tiene en el FMI.

Respecto de la hipótesis de un gobierno mundial, es poco y nada lo que se ha hecho. Sí se habló de ajustar controles a las calificadoras de riesgo, los fondos de inversión especulativos y los paraísos fiscales. Asimismo, hubo una referencia precisa para flexibilizar el secreto bancario y luchar contra el lavado de dinero y las evasiones fiscales. Como para que ninguna nota retórica quede excluida, se prometieron castigos a quienes practiquen el proteccionismo.

Por supuesto que la mayoría de los intelectuales y políticos que recorrían los pasillos del Palacio estaba de acuerdo con estas medidas, pero lo que nadie dijo es cómo se garantiza el cumplimiento de estas metas, qué estructuras penales se disponen para sancionar a los infractores. ¿Quién investigará en el Estado de Delaware, en la isla británica de Man o en la pacífica y bucólica Suiza?

En la reunión se escucharon discursos a favor del libre comercio y de la intervención de la economía. Se dijeron pestes contra el neoliberalismo, pero nadie cree que estos supuestos males se vayan a combatir con encendidas arengas nacionalistas. En realidad, el partido de fondo que se jugó en Londres fue el del dólar contra el euro o, para ser más precisos, la facultad o el privilegio de Estados Unidos para seguir emitiendo dólares.

No sólo la Unión Europea hizo objeciones. También China, Brasil y la India pidieron la sustitución del dólar como moneda de cambio internacional. Según los observadores, tarde o temprano el dólar deberá ceder posiciones; pero el tema no es sencillo, entre otras cosas, porque los intereses comprometidos son formidables. Recordemos que la FED, algo así como el equivalente al Banco Central de Estados Unidos, emite dólares y títulos del Tesoro, y con ello no sólo coloca deuda en el mundo, sino que financia su déficit.

Para tener una idea aproximada de cómo juega EE.UU. esta partida, basta recordar que en los últimos años se ha duplicado la emisión de dólares en circulación. A ello se suma -en el actual contexto de la crisis- la gran concentración financiera alrededor de dos grandes bancos: el City y el Morgan Chase, y los miles de millones de dólares que han recibido gracias a los aportes forzosos de los contribuyentes.

Como se podrá apreciar, los intereses que se juegan son altos, aunque nunca se terminan de hacer visibles. Tampoco hay ideas muy claras respecto de cuáles son los caminos para salir de la crisis, considerada la más importante desde la de 1929. Por lo pronto, algo se ha hecho y algo se ha dicho, pero está claro que lo más importante aún está sin resolver. Y no hay indicios en el horizonte de que vaya a resolverse.

A modo de síntesis, podría decirse que Estados Unidos insistirá en mantener su carta ganadora, es decir, el dólar, y se preocupará por disponer del privilegio de la emisión. Al conocido banquero Rotschild se le atribuye la siguiente frase: “Si tengo la posibilidad de emitir moneda, no importa quién haga las leyes”. Rotschild sabía de los que hablaba. Los grandes bonetes de la economía yanqui también lo saben.

El G-20 y el poder del dólar

Para la foto. Todos juntos pero con situaciones muy diversas sobre sus hombros, los mandatarios sonríen ante las cámaras bajo letras de molde que unen una realidad, “La cumbre de Londres, 2009”, con un deseo: “Estabilidad, crecimiento, empleos”.

Foto: DYN