Señal de ajuste

La tele con o sin Lanata

Roberto Maurer

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Los canales de aire se fueron vaciando de periodismo político, en parte para evitar conflictos con el poder, y también, porque los Tinelli y los Marley resultan más entretenidos que numerosos dirigentes cuyo retiro fue solicitado en el 2001, sin ningún resultado. Aun así, las buenas conciencias cívicas deben lamentar la ausencia de la opinión en la tele, inclusive en noticieros donde la política representa una pequeña cuota, casi una incomodidad, apretada entre crímenes, el estado del tiempo y, en estos días, las hazañas amorosas de un obispo paraguayo. Y cuando hay denuncias de irregularidades , por lo general son de orden comunal.

El periodismo político encontró un techo amigo en el cable, donde se repartió entre varias señales hasta que el canal 26 fue acaparando nombres de cartel, con un rating interesante y poco común para el medio.

La última adquisición del 26 es Jorge Lanata, en un lanzamiento sin precedentes para un canal de cable, pero proporcionado a la gravitación de Lanata en el ranking de los periodistas-estrella, y a la expectativa acumulada por su ausencia de la pantalla. Hace unos años, decir que Lanata iba al 26 era como anunciar a Liza Minelli en una peña.

A REVENTAR EL RATING

Existen quienes reducen a Lanata a un ego que fuma, fuma y fuma, o lo destratan como alguien que llegó al autodescrédito por sus desvaríos en la literatura, la historia, el cine e inclusive el teatro de revistas. Pero en la pantalla irradia carisma, puede ser muy gracioso, tiene timing y, si bien su cultura política no parece completa, es un gran intuitivo que razona en sintonía con un ciudadano ideal de la democracia. Hasta su soberbia puede resultar persuasiva: para ser un personaje, hay que ser sincero y creerse un personaje.

En múltiples entrevistas, prometió un programa diario a las 21.30 que competiría con los informativos y que, excepcionalmente, se extendería a 45 minutos, basado en editoriales, un entrevistado e investigaciones de periodistas del diario Crítica, que Lanata dirigió hasta hace unos días, y al cual sigue vinculado. Ya en su primer programa sobrepasó levemente los 45 minutos, y apenas pudo adelantar imágenes del tema anunciado, vinculado a los negocios hoteleros de los Kirchner.

Con la bienvenida de Mauro Viale al “programa que va a reventar el rating”, y con una escenografía menos penosa que las habituales en el 26, Jorge Lanata abrió “Después de todo” (DDT) con diez minutos de palabras, donde primero mencionó su destierro televisivo. “Hola, otra vez en la tele”, se presentó: “Hace seis años algunos pensaron que tenían que sacarnos de acá, al parecer somos gente peligrosa, tipos poderosos y con mucha guita nos tenían miedo a nosotros, que no somos nadie”. Y el peligro sería que la televisión puede ayudar a pensar, un milagro que, al parecer, Lanata cree posible a través del “periodismo independiente”, aun reconociendo que la expresión ha sufrido el desgaste de la moda.

El contenido central de su mensaje fue el deterioro progresivo del sistema democrático, desde Menem y sus convocatorias a famosos, a las actuales “candidaturas testimoniales”, como es llamada la maniobra más moderna para estafar al ciudadano, abonada desde antes por los intempestivos cambios de domicilio de los candidatos. Y mostró un padrón provisorio donde Kirchner, que se presentaría por la provincia de Buenos Aires, figura con domicilio en Río Gallegos. “Si lo dejo ahora en una esquina de Sarandí, es obvio que no sabe qué bondi tomar”, ilustró, con su virtud para las imágenes muy gráficas. Apeló al sentido común de la gente, más allá de las discusiones de los constitucionalistas. ¿Por qué ser bizantino, si cualquiera sabe lo que es una pertenencia territorial real y la falta de representatividad de alguien que viene de otra parte?

DOS ESTILISTAS

El invitado fue Aníbal Fernández, un ministro que probablemente pisó por primera vez los estudios de canal 26, o sea, un reconocimiento del rango periodístico de Lanata. El funcionario se destaca por ser Kohan del kirchnerismo, y puede ser brutal hasta la grosería, como el custodio de una confitería bailable. Su inventiva es incalculable y acuña agudos dichos que podrían envidiar los libretistas de la tele. A la vez, se siente cómodo con la cita culta.

Se habló de la “sensación de inseguridad”, el excesivo interés oficial en la prensa (“Nos dan más pelota de la que merecemos”, dijo Lanata), la 125 (“La reivindico, pero fue un error de comunicación del gobierno”, dijo Fernández), Derechos Humanos y gatillo fácil, Botnia (“Acompañamos al pueblo, pero nunca estuvimos de acuerdo con los cortes”), FMI y deuda externa. A las 22.10 habían llegado al dengue y las próximas elecciones:

—Ganamos, no tengo dudas -afirmó el ministro.

—¿Y el 2011?

—Más fácil todavía.

No hubo sorpresas, ni exabruptos. Lanata interpretó al periodista agresivo y Fernández, al ministro con personalidad. No fue mencionada la palabra “corrupción”, u otras asociadas al Código Penal. Al final, fueron elevando la voz y discutieron un poco más fuerte: eran dos estilistas del ring con la conciencia de que el público no puede retirarse defraudado. La exhibición acabó con un audio de Ariel Tarico y su imitación de los dos Fernández, festejada por Lanata y el ministro: de repente, había aparecido el talento.

La tele con o sin Lanata

El periodista conduce ahora “Después de todo”, por el Canal 26.

Foto: Archivo El Litoral