EDITORIAL

Los ataques y secuestros de piratas somalíes

La piratería en el siglo XXI tiene poco y nada que ver con las épicas novelas de Emilio Salgari. La realidad en ese sentido es algo más ruin y sórdida que la imaginación del novelista italiano. Y mucho menos poética, por supuesto. Los recientes episodios en la costa de Somalia así lo verifican. En este caso, las víctimas de la piratería y el secuestro fueron barcos norteamericanos; hace unas semanas, la misma situación le tocó vivir a la tripulación de un barco francés, e igual suerte corrieron barcos ingleses y españoles.

No se trata de operaciones perpetradas por delincuentes marginales. En el caso que nos ocupa, son poderosas organizaciones delictivas amparadas en más de un caso por regímenes políticos corruptos y mercenarios. Tampoco estamos ante acciones aisladas. En los últimos seis meses, se estima que alrededor de setecientos barcos fueron atacados por estas organizaciones piratas.

Estas operaciones son posibles por varios motivos. En primer lugar, el subdesarrollo y el atraso de los sistemas políticos africanos, del cual el somalí es un caso paradigmático. En segundo lugar, el debilitamiento y la ausencia lisa y llana de un orden jurídico internacional con su correspondiente capacidad punitiva. Se dirá que las Naciones Unidas deberían hacerse cargo de estas tareas. Formalmente es así, pero en los hechos la ONU tiene las manos atadas por una organización burocrática incompetente que en más de un caso es víctima de las trapisondas perpetradas por pequeños países que objetivamente están interesados en que no se haga nada en contra de la piratería.

Es más, en algunos casos las acciones de legítima defensa fueron impugnadas en los foros internacionales por organizaciones que supuestamente defienden los derechos humanos o se oponen a la violencia ejercida por las grandes potencias contra las más pequeñas. Asimismo, a los prisioneros, no se los puede entregar a los países de origen porque o son ajusticiados en forma salvaje o recuperan la libertad en condición de cómplices.

El problema de fondo, en definitiva, es la ausencia de una organización internacional con capacidad efectiva de intervención en esta clase de delitos. En tiempos de la Guerra Fría, estos problemas no ocurrían porque, más allá de las diferencias entre Estados Unidos y la URSS, existía un acuerdo pleno para operar de común acuerdo en estos casos.

La caída del Muro de Berlín puso fin a la Guerra Fría, pero también fue el punto final a un orden internacional que a pesar de transitar sobre el filo de la guerra nuclear era eficaz en estas cuestiones. El pasaje de un orden a otro aún se está realizando y, lo que es más grave, no se observan en el horizonte señales del nuevo orden. Por lo pronto, está claro que la estrategia de avalar a Estados Unidos como gran sheriff internacional no sólo fracasó sino que, además fue injusta e ineficaz. El auge de la piratería con el respaldo explícito o tácito de Estados tribales o subdesarrollados así lo demuestra.