Al margen de la crónica

Hay albañiles en casa

Oficio noble el de los obreros de la construcción. Tienen a su cargo ni más ni menos que la compleja tarea de establecer cimientos, levantar paredes, y darle forma y materia, ladrillo sobre ladrillo, a ese concepto abstracto que es el hogar. Interpretan la teoría de arquitectos e ingenieros, los presupuestos de los dueños de casa y los gustos de las dueñas que -aseguran- son quienes tienen la última palabra y saben hasta dónde pueden llegar con la paciencia, más que con los ahorros.

Son además indicadores infalibles de los vaivenes de la economía: si hay bonanza, se nota antes en el boom de la construcción que en otros rubros. Pero si los números globales o locales caen en picada, son los primeros en sentir la crisis y en sumar un dígito a la dramática cifra de desocupados.

Por propia definición, son capaces de transformar el espacio y generar, allí donde no había nada, algo nuevo, siempre distinto, tanto si fueron convocados para emparchar lo roto como para edificar desde cero.

Todo eso lo comprende uno cuando los llama. Pero, por más experiencia que se gane con el correr de los años y aguante que se haya ejercitado, hay cuestiones que no se resuelven. Con ellos se produce durante un período variable de tiempo, una convivencia necesaria -precisamos que terminen la obra- e imprescindible -nosotros no sabemos cómo hacer el trabajo-, en la que una parte puede fijar las reglas -sólo ellos saben cuándo han terminado- y la otra desarrolla una inédita confianza -cuando dicen que el cambio de presupuesto se debe a un imprevisto, simplemente hay que creerles.

Son depositarios de nuestras propias contradicciones: uno los llama después de reflexionar sobre la conveniencia de hacer el trabajo, de sacarle punta al lápiz, de elegir ubicación, colores y formas, pero el recibimiento suele ser sombrío y lo es más a medida que pasa el tiempo, la alteración de la rutina familiar se va profundizando y la lucha contra el polvo y los escombros se vuelve desigual.

Oficio noble el de los obreros de la construcción que, quiéranlo o no, los pone en posición de asistir a un amplísimo repertorio de estados anímicos, e involucra toda una serie de códigos, sobreentendidos y malos entendidos. Para transmitirlo y explicar sus efectos al resto del mundo, no es necesario abundar en detalles: basta decir que “hay albañiles en casa”.