Las mesas de Jerónima

Lidia Ferré de Peña

Según Jean Baudrillard los objetos viejos tienen siempre la potencialidad de una segunda existencia, de una revitalización, que estará dada por la valoración -que después de su etapa de uso común por parte de las personas- puedan darle generaciones posteriores. Dice: Antropomórficos, estos dioses lares que son los objetos, se vuelven, al encarnar en el espacio los lazos afectivos y la permanencias del grupo, suavemente inmortales hasta que una generación moderna los relega o los dispersa, o a veces los instaura en una actualidad nostálgica de objetos viejos. Como sucede con los dioses a menudo los muebles tienen también a veces la oportunidad de una segunda existencia, y pasan del uso ingenuo al barroco cultural. (Baudrillard) (*). Se considera que las Casas de Antigüedades y los Museos son sitios donde los objetos tienen con frecuencia esa posibilidad. En esta oportunidad se trata de analizar las ““vidas” —que pueden contabilizarse como más de dos— que un par de mesas cargadas de historia tuvieron, tienen y pueden tener.

A través del rastreo —a veces apelando a la imaginación— del camino recorrido por estos objetos pueden marcarse etapas en las que ellos se transmutan y adquieren sentidos diversos, se cargan de variadas significaciones, que pueden volverse infinitas.

La primera de estas vidas, tal vez tuvo lugar en un taller carpinteril europeo del siglo XVI o principios del XVII. Su nacimiento podría ubicarse entonces —probablemente— en una España que no ha podido desprenderse de la fuerte impronta arábiga y que ha introducido tardíamente un goticismo moderado; en una España que a duras penas acepta un incipiente atisbo de las propuestas del Renacimiento. Análisis de la madera usada y otros detalles podrían confirmar esta hipótesis que sólo queda aquí planteada. Existe una segunda posibilidad y es que las mismas estuvieran ejecutadas en el taller de algunos de los carpinteros actuantes en Santa Fe La Vieja antes del año del fallecimiento de su propietaria. En ese caso este artesano siguió para su ejecución —indudablemente— modelos europeos de época. En la primitiva Santa Fe, arcilla y madera son materiales básicos. En los documentos figuran frecuentemente los carpinteros. Se conocen nombres y hasta la ubicación de los solares donde desarrollan su actividad, algunos trabajos ejecutados, cuánto cobran por ellos, qué herramientas usan. Así, Baltasar Jerónimo, “tenía su taller en el barrio de La Merced”. Los carpinteros son necesarios para trabajos de carpintería de obra, pero también para el mobiliario que completa el interior de las casas, iglesias y cabildo. Parte del mobiliario proviene de otros sitios, aunque puede documentarse también ejecución local. Tal vez estrados, sillas, mesas, bancos, sitiales, altares o retablos se ejecutan con alguna maestría en la nueva ciudad. (Ferré de Peña, L., 2004) (*).

La segunda vida es la de su utilitariedad primera, como propiedad en uso de Jerónima de Contreras, hija del fundador de Santa Fe, Juan de Garay, y esposa del que fue gobernador del Río de la Plata, Hernando Arias de Saavedra, Hernandarias. Qué uso doméstico dio Jerónima a estas mesas es caer en adivinanzas. ¿Dónde estaban ubicadas? ¿Cuál fue el contexto físico y social en que su utilidad se concreta? Preguntas que tal vez puedan algún día contestarse, aunque se ve poco probable. Conviene, sin embargo tener en cuenta que el uso de mesas estables para determinados sitios es una novedad, pues hasta bien entrado el siglo XV las mesas, y especialmente las de comer, se “levantaban” una vez usadas y consistían en un tablero y caballetes móviles que permitían ese desplazamiento con facilidad.

José Pérez Martín dice que Jerónima testa en 1649, a los 85 años, siendo ya viuda (Hernandarias había muerto en 1634) y que su deceso ocurrió mucho después, teniendo ella probablemente más de cien años. Es sabido que por testamento, entre otras disposiciones, lega a los Padres Franciscanos —entre otros bienes que incluyen algunos esclavos y la renombrada imagen de la Purísima— estas dos largas mesas.

Allí empieza lo que podría marcarse como una tercera vida utilitaria que se trasladará al nuevo sitio de emplazamiento de la ciudad y dentro de ella al del recientemente construido convento. La placa sobre el dintel de la puerta de ingreso al mismo dice 1680. Puede inferirse que por esa fecha las mesas se establecen en la Sacristía, aunque tal vez estuvieran ubicadas en algún ámbito que sirviera de refectorio. En la bella Sacristía, con sus bovedillas tan destacables y su armario empotrado en el grueso muro, continúan las mesas otro tipo de vida práctica hasta nuestros días. En ese espacio, y sobre ellas, preparan el sacerdote y sus acólitos los objetos litúrgicos antes y después de las ceremonias religiosas. Sirve además de apoyo para diversas actividades propias del lugar en donde se hallan y esto puede constatarse en cualquier visita, pues es parte del recorrido que puede efectuarse al estar este convento, su iglesia y su museo, abiertos al público.

Es aquí donde estas vidas utilitarias, prácticas, se entrecruzan con otras. En primer lugar, la cuasi leyenda del “tigre” y su arañazo, hace mucho cubierto por un vidrio grueso, para deleite de turistas, visitantes y especialmente escolares que tocan y frotan la zona de las hendiduras así protegidas. Ellas hablan de una vida legendaria, que apela a la fantasía del observador, que ya no ve la mesa rasgada ni su casi gemela, cubierta con una placa de mármol que por su color y tratamiento remite a un agregado de muy avanzado el siglo XIX. Las mesas adquieren así una vida mágica, y casi desaparecen, ante la fuerte marca de la garra, con todas sus truculencias de dos frailes y un lego muertos. Así, estos objetos se han transformado -por obra de su fuerte tradición- en otra cosa. La llegada del yaguareté con la crecida, en 1825, remarca como leit motiv del imaginario social santafesino —conformado ya desde los inicios de la ciudad vieja—, a la inundación. Y los desgarrones en la mesa ayudan a esta cuestión. Colabora en su transformación fantástica su carácter de actuales objetos de museo, al haberse convertido el convento, en parte y desde hace décadas, en uno.

(*) Baudrillard, Jean. El sistema de los objetos. México. Siglo XXI.1985

(*) Ferré de Peña, Lidia. Los artesanos: en el borde difuso del arte. Fascículo Nº 24. Colección Los que hicieron Santa Fe. Santa Fe. El Litoral. 2004

Bibliografía:- Aronson, J. Enciclopedia gráfica del mueble y la decoración . Bs. As. Centurión. 1948

- Baudrillard, Jean. El sistema de los objetos. México. Siglo XXI.1985

- Feduchi, Luis. Historia del mueble. Barcelona. Blume. 1998

- Ferré de Peña, Lidia. Los artesanos: en el borde difuso del arte. Fascículo Nº 24. Colección Los que hicieron Santa Fe. Santa Fe. El Litoral. 2004

- López Rosas, José Rafael. De antiguas crónicas. Santo Tomé, Santa Fe. Talleres Gráficos Banco Bica Coop. Ltdo. 1985

- Pérez Martín, José. Latitud sur 31º. Santa Fe. Colmegna.1975

Las mesas de Jerónima
2.jpg

Dibujo y foto tomados de la Ficha de Inventario para el Museo de San Francisco diseñada por la autora de la nota. Registro de una de las mesas efectuado por la alumna Cecilia Filippa, de la carrera de Ambientación y Decoración de Interiores, Inst. Sup. Nº 12, Santa Fe, 2006.