La vuelta al mundo

Obama en Trinidad y Tobago

Rogelio Alaniz

Cuando en las reuniones internacionales los acuerdos parecen ser absolutos y todos se juran amistad eterna, hay buenos motivos para sospechar o, por lo menos, tener una moderada cuota de escepticismo. La reciente reunión en Trinidad y Tobago parece reunir estas virtudes. Sin duda que el presidente Obama inicia un nuevo trato de los Estados Unidos con los países de América Latina. El dato es auspicioso y merece ser reconocido, pero no hay que exagerar y mucho menos ser ingenuo. Los mandatarios latinoamericanos no lo son y mucho menos lo es Obama.

Por lo pronto, ya es importante que el clima de la reunión haya sido amable y civilizado. Se dice que la reunión se hizo en Trinidad y Tobago, porque ningún país grande de América Latina quería pagar los costos de ser la sede de un encuentro que en otros tiempos amenazaba con transformarse en una verdadera batalla campal. Sin ir más lejos, la reunión celebrada en 1995 en Mar del Plata fue un incordio, incluso para el propio gobierno argentino, porque hasta al diplomático más torpe sabía que ninguna nación queda bien parada cuando, en la misma tribuna, personajes como Chávez y Maradona se dan la mano para insultar a una nación invitada, aunque esa nación sea Estados Unidos.

Pero la muñeca política de Obama cambió el escenario y lo que prometía ser un campo de batalla se convirtió en una reunión de señoritas delicadas. Chávez se abrazó con Obama; Evo Morales y Daniel Ortega ponderaron los beneficios de la nueva situación, y hasta los cubanos mandaron mensajes en los que manifestaron su satisfacción por los nuevos vientos que soplan en el continente.

¿Es tan así? Yo diría, en nombre de la prudencia, que es así pero no tanto. Obama representa un cambio, pero la naturaleza de ese cambio no es la que imaginan o la que esperan los líderes tercermundistas o los caudillos populistas. Es verdad que Estados Unidos está iniciando un nuevo ciclo de su diplomacia internacional, pero ello no quiere decir que vaya a renunciar a defender sus intereses y las virtudes del capitalismo democrático y liberal.

Obama llega al poder como la expresión de la capacidad de integración del sistema. No es la negación del orden capitalista; todo lo contrario. Obama cree en Estados Unidos y por supuesto está dispuesto a defender esta creencia. En nombre de ella fue votado. Es verdad que esa creencia no coincide exactamente con la de Bush o los halcones republicanos, pero tampoco es un enemigo de ellos.

Admitamos, de todos modos, que la herencia de Bush no es fácil de sobrellevar. Si a ello se le suma la crisis económica y financiera y sus imprevisibles consecuencias, el panorama que se presenta no es precisamente tranquilizador. En este sentido, la propuesta de Obama es consistente y audaz. Se trata de resolver en el marco de una gestión democrática una crisis económica que es, a la vez, interna y externa, y reconstruir al mismo tiempo un nuevo orden internacional después del desquicio provocado por Bush en nombre de las llamadas guerras preventivas.

América Latina para Estados Unidos es importante pero no es una prioridad. Los problemas serios están planteados en Medio Oriente, Afganistán, Corea del Norte... En el plano de las grandes potencias, lo que hay que reacomodar son las relaciones con Rusia, China, los tigres asiáticos y la Unión Europea. América Latina interesa, pero no demasiado.

Por su parte, los países de América Latina están muy lejos de integrar un bloque unido o medianamente homogéneo. El único punto en el que todos parecen estar de acuerdo es en el reclamo del levantamiento del embargo a Cuba. La unidad de objetivos en este tema no tiene nada que ver con la solidaridad ideológica con el régimen de los Castro. Para la diplomacia latinoamericana es importante ponerle límites al imperio, y es allí donde Cuba adquiere importancia. Atendiendo a los antecedentes del siglo veinte y a las trágicas, deplorables y desastrosas experiencias de la política del garrote y la Guerra Fría, está claro que por elementales razones de preservación nacional nadie puede ser indiferente a los habituales atropellos del “búfalo” yanqui.

Pero allí terminan los acuerdos entre naciones. Uruguay y Chile no tienen la misma estrategia que la Argentina. Bolivia y Ecuador no se comportan como Colombia. Perú manifiesta intereses diferentes a los de Venezuela. La única nación que ha logrado combinar con cierta maestría los beneficios del desarrollo con una política exterior inteligente, que la transforma en la interlocutora más representativa del continente, es Brasil. El liderazgo de Lula obedece a su talento y a su cintura política, pero es importante porque es la expresión de una nación fuerte que actúa de manera responsable sin renunciar a hacer oír sus propias demandas y las demandas de la región. Alguna vez ese liderazgo lo tuvo la Argentina. Pero eso fue allá lejos y hace tiempo.

En este clima del nuevo trato se debe incluir el abrazo de Chávez con Obama. Ninguno de los dos es tonto ni desconoce sus irreductibles diferencias. El abrazo que se dieron fue más para los fotógrafos que para la historia. El guiño incluyó la entrega por parte de Chávez del libro de Eduardo Galeano, un panfleto anacrónico escrito en el clima de la Guerra Fría y en el que Estados Unidos es considerado enemigo de la humanidad.

Obama seguramente nunca oyó hablar de Galeano y es probable que nunca lea el libro, pero es posible que algunos de sus asesores le haga algún comentario al respecto y lo ponga al tanto de lo que allí se dice sobre el Tío Sam. Por lo pronto, el gesto le ha permitido a Galeano que su libro crezca en el índice de ventas, pero más allá de los buenos negocios, lo que queda claro es que el gesto de Chávez se parece más a una provocación que a una humorada política.

Por último, el tema de Cuba quedó pendiente, entre otras cosas porque ahora, en jerga ajedrecística, a los que les toca mover sus piezas es a los hermanos Castro. En principio, la apertura al turismo y el envío de remesas de dinero por parte de los otrora execrables gusanos, es un dato que lo maneja la Nomenklatura pero no lo conocen los ciudadanos.

Para los Castro, cualquier cambio al status adquirido por la isla es un contratiempo. Ellos no ignoran que más turistas y más dólares son tan peligrosos como los crucifijos para Drácula. Como dice Yoani Sánchez, despenalizar la actividad política, abrir las cárceles y permitir algún nivel de deliberación son reivindicaciones que la dictadura no puede otorgar.

Los hechos son los que ahora están demostrando que la naturaleza represiva del régimen obedece a cuestiones internas, no externas. Terminada la Guerra Fría, Cuba no es ni siquiera una molestia para Estados Unidos. Ningún burgués en América Latina supone que el faro de la revolución cubana vaya a alumbrar alguna alternativa peligrosa para sus intereses. Cuba es un anacronismo político fundado en una economía mendicante y una gestión corrupta. Cincuenta años después de Sierra Maestra, la herencia trascendente de Cuba no son el “hombre nuevo” ni una sociedad justa, sino los servicios de inteligencia y la estructura represiva.

Obama en Trinidad y Tobago

En la cumbre. Obama participó por primera vez de un encuentro que reúne a las tres Américas, realizó gestos de apertura a un diálogo constructivo y se prestó sin reticencias a la requisitoria de la prensa.

Foto: Agencia AFP